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domingo, 31 de agosto de 2014

Relatos sobre la fe: Momentos religiosos



Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Somos libres para cantar o blasfemar, pero todo aquello que hagamos será llevado ante él y nos será devuelto en la misma forma”.

No cuestionar la búsqueda

Cuenta Sri Ramakrisna que un hombre se aprestaba a cruzar un río cuando el maestro Bibhishana se aproximó, escribió un nombre en una hoja, la ató a la espalda del hombre y le dijo:
–No tengas miedo. Tu fe te ayudará a caminar sobre las aguas. Pero en el instante en que pierdas la fe, te ahogarás.
El hombre confió en Bibhishana y comenzó a caminar sobre las aguas, sin ninguna dificultad. A cierta altura, no obstante, sintió un inmenso deseo de saber lo que su maestro había escrito en la hoja atada a sus espaldas.
La cogió y leyó lo que estaba escrito:
“¡Oh, dios Rama, ayuda a este hombre a cruzar el río”.
“¿Solo esto?”, pensó el hombre. “¿Quién es este dios Rama, al fin y al cabo?”
En el momento en que la duda se instaló en su mente, él se sumergió y se ahogó en la corriente.

El ángel explica la penitencia

El Verba Seniorum –colección de textos sobre los monjes que vivían en el desierto, en los comienzos de la era cristiana– cuenta la historia de un ermitaño que consiguió ayunar durante un año, comiendo apenas una vez por semana.
Cuando terminó su penitencia miró hacia el cielo y pidió a Dios que le revelase el verdadero significado de determinado pasaje bíblico.
No escuchó ninguna respuesta.
“¡Qué desperdicio de tiempo!”, reflexionó. “¡Hice todo este sacrificio y Dios no me responde! Será mejor que salga de aquí y encuentre algún otro monje que sepa el significado de este texto”.
En ese momento apareció un ángel. –Los doce meses de ayuno solo sirvieron para que tú pensaras que eras mejor que los otros, y Dios no escucha a los vanidosos –dijo el ángel. –Pero cuando has sido humilde, y pensado en pedir ayuda a tu próximo, Dios me ha enviado.
Y el ángel reveló al monje lo que él quería saber.

Sobre la ley del retorno

Un hombre caminaba por un valle de los Pirineos franceses cuando encontró a un viejo pastor.
Dividió con él su alimento y permanecieron largo rato conversando sobre la vida. En un momento dado, el tema comenzó a girar en torno a la existencia de Dios.
–Si yo creo en Dios –dijo el hombre– tengo que aceptar también que no soy libre, y nada de lo que hago es de mi responsabilidad. Pues las personas dicen que él es omnipotente, y conoce el pasado, el presente y el futuro.
El pastor comenzó a cantar. Como estaban en un desfiladero de montañas, la música sonaba suavemente y llenaba el valle. De repente, el pastor interrumpió la música, y comenzó a blasfemar contra todo y contra todos. Los gritos del pastor también se reflejaron en las montañas, y volvieron hacia donde ambos se encontraban.
–La vida es este valle, las montañas son la conciencia del Señor, y la voz del hombre es su destino –dijo el pastor. –Somos libres para cantar o blasfemar, pero todo aquello que hagamos será llevado ante él y nos será devuelto en la misma forma. “Dios es el eco de nuestras acciones”.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 24 de agosto de 2014

Actitudes y acciones: En nuestro diario vivir

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“De la misma manera, los deseos negativos no pueden causar ningún mal, si no te dejas seducir por ellos”.

De la caridad amenazada

Hace algún tiempo mi mujer ayudó a un turista suizo en Ipanema que se decía víctima de ladronzuelos. Con un acento cargado, hablando un pésimo portugués, afirmó que se había quedado sin pasaporte, sin dinero y sin lugar para dormir.
Mi mujer le pagó una comida, le dio lo suficiente para que pudiese pasar la noche en un hotel hasta que entrase en contacto con su embajada, y se marchó. Días después un periódico carioca publicaba que cierto “turista suizo” era en realidad otro creativo timador que, fingiendo un acento que no era suyo, abusaba de la buena fe de las personas que aman Río de Janeiro y desean contrarrestar la imagen negativa –justa o injusta– que se ha convertido en nuestra tarjeta postal.
Al leer la noticia, mi mujer hizo apenas un comentario: “Esto no va a hacer que deje de ayudar a la gente”.
Su comentario me recuerda la historia del sabio que, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. Las personas no le dieron mucha importancia a su presencia y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población. Después de algún tiempo, él se convirtió en motivo de mofa e ironía entre los habitantes de la ciudad.
Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres se puso a insultarlo. En lugar de ignorar lo que ocurría, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.
Uno de los hombres comentó:
–¿Será que encima este hombre está sordo? ¡Le hemos gritado cosas horribles, y usted nos responde con bellas palabras!
–Cada uno de nosotros solo puede ofrecer lo que tiene –fue la respuesta del sabio.

Los deseos negativos

El discípulo le dijo al maestro:
–He pasado gran parte del día pensando en cosas en que no debía pensar, deseando cosas que no debía desear, haciendo planes que no debía hacer.
El maestro invitó al discípulo a un paseo por el bosque que había cerca de su casa; por el camino, señaló una planta y le preguntó al discípulo si sabía cuál era.
–Belladona –dijo el discípulo. Puede matar a quien come de sus hojas.
–Pero no puede matar al que simplemente la contempla. De la misma manera, los deseos negativos no pueden causar ningún mal, si no te dejas seducir por ellos.

Dios y un ateo

Durante toda su vida, el autor griego Nikos Kazantzakis (Zorba, La última tentación de Cristo) fue un hombre absolutamente coherente. Aunque abordase temas religiosos en muchos de sus libros –como una excelente biografía de san Francisco de Asís– siempre se consideró a sí mismo un ateo convencido. Y es precisamente de este ateo convencido, una de las más bellas definiciones de Dios que conozco:
“Nosotros miramos con perplejidad la parte más alta del espiral de fuerza que gobierna el Universo. Y la llamamos Dios. Podríamos darle cualquier otro nombre: Abismo, Misterio, Oscuridad Absoluta, Luz Total, Materia, Espíritu, Suprema Esperanza, Suprema Desesperación, Silencio. Pero nosotros la llamamos Dios, porque solo este nombre –por razones misteriosas– es capaz de sacudir con vigor nuestro corazón. Y, no cabe duda, esta sacudida es absolutamente indispensable para permitir el contacto con las emociones básicas del ser humano, que siempre están más allá de cualquier explicación o lógica”.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 17 de agosto de 2014

Imitando a los maestros: Continuar sus enseñanzas

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Tiene la piel blanca, come solo hierbas, y duerme en un granero sobre la paja del suelo. ¿A ti te parece que tiene cara de santo, o que un día llegará a ser un verdadero maestro?”.

Repitiendo sus pasos

Un discípulo que amaba y admiraba a su maestro, decidió observarlo hasta en los más mínimos detalles, suponiendo que al repetir sus movimientos y actitudes, lograría adquirir su misma sabiduría.
El maestro solo usaba ropas blancas, y el discípulo empezó a vestirse de la misma manera.
El maestro era vegetariano, con lo que el discípulo dejó de comer todo tipo de carne, sustituyéndola en su alimentación por hierbas variadas.
El maestro era un hombre austero, por lo que el discípulo se dispuso a dormir de ahí en adelante en una cama de paja.
Después de algún tiempo, el maestro notó el cambio de comportamiento de su discípulo, y fue a ver lo que estaba ocurriendo.
–Estoy subiendo los peldaños de la iniciación –fue la respuesta–. El blanco de mi ropa muestra la simplicidad de la búsqueda, la alimentación vegetariana purifica mi cuerpo, y la falta de comodidades permite que me concentre apenas en los asuntos del espíritu.
Sonriendo, el maestro lo condujo hasta un campo en el que pastaba un caballo.
–Has estado todo este tiempo mirando solo hacia fuera, cuando eso es lo que menos importa –dijo.
–¿Estás viendo aquel animal de ahí?– continuó- Tiene la piel blanca, come solo hierbas, y duerme en un granero sobre la paja del suelo. ¿A ti te parece que tiene cara de santo, o que un día llegará a ser un verdadero maestro?

Algo falta todavía

El maestro yogui Paltrul Rinpoché oyó hablar de un ermitaño con fama de santo que vivía en la montaña. Y fue a buscarlo.
–¿De dónde viene usted? –preguntó el ermitaño.
–Vengo de la dirección que apunta mi espalda, y voy hacia donde está orientado mi rostro. Un sabio debería saber estas cosas.
–Esa es una respuesta estúpida con pretensiones filosóficas.
–Y usted, ¿a qué dedica su tiempo?
–Hace veinte años que medito sobre la perfección de la paciencia. Estoy cerca de que me consideren santo.
–La gente ya lo toma por uno. ¡Usted consiguió engañar a todo el mundo!
Furioso, el ermitaño se levantó:
–¿Cómo se atreve a perturbar a un hombre que busca la santidad? –gritó.
–Aún le falta mucho para llegar a eso. Si una pequeña broma le hace perder la paciencia que tanto persigue, ¡estos veinte años fueron una completa pérdida de tiempo!

El poder y la gloria

Había un rey en España que se sentía muy orgulloso de sus antepasados, y al que se le conocía por su crueldad con los más débiles.
Cierto día, caminaba con su comitiva por un campo de Aragón, donde años atrás había perdido a su padre en una batalla, cuando encontró a un hombre santo revolviendo una enorme pila de huesos.
–Pero, ¿qué está haciendo ahí, buen hombre? –preguntó el rey.
–Con los debidos respetos a su altísima majestad –dijo el hombre santo–. Cuando supe que el rey de España pasaría por aquí, resolví reunir los huesos de su difunto padre para entregárselos. Pero muy a mi pesar, por mucho que busco, no consigo encontrarlos: no hay manera de diferenciarlos de los huesos de los campesinos, de los pobres, de los mendigos, de los esclavos...

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 10 de agosto de 2014

Humildad y falsa modestia: No hay que confundirse

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Un guerrero no dobla su cabeza ante nadie, pero tampoco permite que nadie se humille ante él”.
Una cosa debe quedar bien clara para todos nosotros: no podemos confundir humildad con falsa modestia o con servilismo. Como dice Castañeda, un guerrero no dobla su cabeza ante nadie, pero tampoco permite que nadie se humille ante él. A continuación, relato algunas historias sobre el lado positivo de la humildad.

Por qué se dejó el hombre para el sexto día

Un grupo de sabios se reunió en un castillo en Akbar, para discutir la obra de Dios; querían saber por qué había dejado la creación del hombre para el sexto día.
- Él pensaba organizar bien el Universo, de modo que pudiésemos tener todas las maravillas a nuestra disposición  –dijo uno.
- Él quiso hacer primero algunas pruebas con animales para no cometer los mismos errores con nosotros  –argumentó otro.
Un sabio judío se incorporó a la reunión, y le informaron el tema de la discusión: “en su opinión, ¿por qué Dios dejó para crear al hombre el último día?”
- Muy sencillo –comentó el sabio. -Para que cuando fuésemos tocados por el orgullo, pudiésemos reflexionar: hasta un simple mosquito tuvo prioridad en el trabajo Divino.

La piedra que falta

Uno de los grandes monumentos de la ciudad de Kyoto es un jardín zen, una superficie de arena que contiene quince rocas.
El jardín original tenía dieciséis rocas. Cuenta la leyenda que, tan pronto como el jardinero terminó su obra, llamó al emperador para contemplarla.
- ¡Magnífico! –dijo el Emperador. -Es el más hermoso del Japón. Y esta es la más bella roca del jardín.
Inmediatamente el jardinero sacó del jardín la piedra que el Emperador tanto había apreciado, y la tiró.
- Ahora el jardín está perfecto –dijo al Emperador. -No existe nada que sobresalga, y así puede ser visto en toda su armonía.
“Un jardín, como la vida, tiene que ser visto en su totalidad. Si nos detenemos en la belleza de un detalle, todo el resto parecerá feo”.

El cielo y el infierno

Un samurai violento, con fama de provocar peleas sin motivo, llegó a las puertas del monasterio zen y pidió para hablar con el maestro.
Sin titubear, Ryokan fue a su encuentro.
- Dicen que la inteligencia es más poderosa que la fuerza –comentó el samurai. -¿Conseguiría usted explicarme lo que es el cielo y el infierno?
Ryokan permaneció callado.
- ¿Ha visto? –rugió el samurai. -Yo conseguiría explicar eso con mucha facilidad: para mostrar lo que es el infierno, basta dar una paliza a alguien. Para mostrar lo que es el cielo, basta dejar a una persona huir, después de haberla amenazado mucho.
- No discuto con gente estúpida como tú –comentó el maestro zen.
La sangre del samurai se le subió a la cabeza. Su mente quedó enturbiada de odio.
- Esto es infierno –dijo Ryokan, sonriendo. -Dejarse provocar por tonterías.
El guerrero quedó desconcertado por el valor del monje, y se tranquilizó.
- Esto es el cielo –terminó Ryokan, invitándolo a entrar. -No aceptar provocaciones tontas.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 3 de agosto de 2014

Discurso para la posteridad: Conservar las tradiciones

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Yo no sé; nuestras costumbres son diferentes de las vuestras. La visión de vuestra ciudad hiere los ojos del hombre rojo. Tal vez sea porque el indio es un salvaje y no comprende. No hay lugar tranquilo en la ciudad del hombre blanco”.
En 1854, el presidente de los EE.UU. le propuso a una tribu comprar sus tierras a cambio de una “reserva”. El texto de respuesta del Jefe Seattle es considerado uno de los más bellos escritos sobre las tradiciones:
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esa idea nos resulta extraña. Si no poseemos el frescor del aire ni el brillo del agua, ¿cómo es posible venderlos? Cada palmo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama, cada puñado de arena del desierto, cada sombra de árbol, cada una de estas cosas es sagrada en nuestra memoria.
Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan estas montañas y valles, pues así es el rostro de nuestra Madre. Somos parte de la tierra y ella forma parte de nosotros. Las flores son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo y la gran águila son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos en las campiñas, el calor del cuerpo del potro, y el hombre –todos pertenecen a la misma familia. Por lo tanto, cuando el Gran Jefe en Washington desea comprar nuestra tierra pide mucho de nosotros.
El Gran Jefe dice que nos llevará a un lugar donde podremos vivir felices. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil, porque esa agua brillante que corre en los arroyos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si le vendemos la tierra, ellos pueden olvidar el murmullo de las aguas y la voz de nuestros ancestros, y los recuerdos de todo lo ocurrido mientras vivimos aquí.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Una porción de tierra, para él, tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que viene por la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana, sino una mujer atractiva, y cuando él la conquista, prosigue su camino. Deja atrás los túmulos de sus antepasados y no se incomoda. Retira de la tierra aquello que sería de sus hijos, y no le da importancia. La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como cosas o adornos coloreados. Su apetito devorará la tierra, dejará un desierto.
No sé, nuestras costumbres son diferentes de las vuestras. La visión de vuestra ciudad hiere los ojos del hombre rojo. Tal vez sea porque el indio es un salvaje y no comprende. No hay lugar tranquilo en la ciudad del hombre blanco. Ningún lugar en el que pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el aleteo de un insecto. El ruido parece solamente insultar a los oídos. ¿Y qué resta de la vida si un hombre no puede oír el lloro solitario de un ave o el debate de los sapos alrededor de una charca, por la noche? ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría en una gran soledad de espíritu. Pues lo que ocurre con los animales, al poco le ocurre también al hombre. Hay una conexión en todo.
Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiéndose a sí mismos. Algo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra. El hombre no tramó el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que le haga al tejido se lo hará a sí mismo.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla con él de amigo a amigo, no puede huir de esta realidad. De una cosa estamos seguros: nuestro Dios es el mismo que el suyo. La tierra le es preciosa, y herirla es despreciar al Creador. Es el final de la vida y el inicio de la supervivencia.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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