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domingo, 29 de junio de 2014

Antonio y su destino: Buscando el conocimiento

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Solo prometieron no volver a leer nunca más libros sobre la vida de los santos, ya que la gente que escribe ese tipo de libros no comprende una verdad bien simple: todo lo que hace un hombre corriente en su vida diaria lo acerca a Dios”.
Antonio era un funcionario en una oficina pública de una pequeña ciudad del interior. Una tarde vio dos gallos que peleaban. Sintiendo pena por los animales fue hasta el centro de la plaza para separarlos, sin darse cuenta de que estaba interrumpiendo una lucha de gallos de pelea. Irritados, los espectadores atacaron a Antonio. Uno de ellos lo amenazó de muerte, porque estaba a punto de ganar y recibir una fortuna en apuestas.
Antonio, asustado, decidió irse de la ciudad. La gente se extrañó cuando no se presentó a su trabajo, pero como había candidatos para el puesto, olvidaron pronto al antiguo funcionario.
Después de tres días, Antonio se encontró con un pescador.
-¿Adónde te diriges? –preguntó el pescador. No lo sé –dijo Antonio.
Compadecido de la situación, el pescador lo llevó a su casa. Tras una noche conversando, descubrió que Antonio sabía leer y le propuso un trato: él le enseñaría a pescar y a cambio Antonio le enseñaría a leer y escribir.
Antonio aprendió a pescar. Con el dinero del pescado compró libros para poder enseñar al pescador. Leyendo, aprendió cosas. Uno de los libros enseñaba carpintería y Antonio decidió montar un pequeño taller. Entre el pescador y él compraron herramientas y se pusieron a hacer mesas, sillas, estantes, equipos de pesca.
Pasaron muchos años. Los dos seguían pescando y contemplaban la naturaleza durante el tiempo que pasaban en el río. Los dos también seguían estudiando y los muchos libros que leían les iban revelando el alma de los hombres. Los dos seguían trabajando en el taller de carpintería y el trabajo físico los hacía fuertes y sanos.
A Antonio le encantaba conversar con los clientes. Como ahora era un hombre culto, sabio y sano, la gente le pedía consejo. La ciudad comenzó a progresar y todos encontraban en Antonio a alguien capaz de dar buenas soluciones a los problemas de la región.
Los jóvenes de la ciudad formaron un grupo de estudios con Antonio y el pescador, y luego predicaron a los cuatro vientos que eran discípulos de sabios. Una tarde uno de los jóvenes preguntó:
-Antonio, ¿decidiste abandonarlo todo para dedicarte a la búsqueda de la sabiduría?
-No –respondió Antonio. Tenía miedo de ser asesinado en la ciudad donde vivía.
Pero los discípulos aprendían cosas importantes y luego se las transmitían a otros. Trajeron a un famoso biógrafo para que relatara la vida de los Dos Sabios, como se les conocía. Antonio y el pescador contaron lo que había sucedido.
-Pero nada de eso refleja su sabiduría –dijo el biógrafo.
–En nuestras vidas no ha habido nada de extraordinario.
El biógrafo escribió durante cinco meses. Cuando se publicó el libro se convirtió en un gran éxito de ventas. Era una maravillosa y emocionante historia de dos hombres que buscan el conocimiento, dejan todo lo que estaban haciendo, luchan contra la adversidad, encuentran maestros secretos.
-No tiene nada que ver con nosotros –dijo Antonio.
-Los sabios tienen que tener vidas emocionantes –respondió el biógrafo–. Una historia tiene que enseñar algo y la realidad nunca enseña nada.
Antonio desistió de discutir. Sabía que la realidad enseñaba todo lo que un hombre necesita saber, pero de nada serviría intentar explicar eso. “Que los tontos sigan viviendo con sus fantasías”, dijo el pescador. Ellos siguieron leyendo, escribiendo, pescando, trabajando, enseñando, haciendo el bien. Solo prometieron no volver a leer nunca más libros sobre la vida de los santos, ya que la gente que escribe ese tipo de libros no comprende una verdad bien simple: todo lo que hace un hombre corriente en su vida diaria lo acerca a Dios.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 22 de junio de 2014

Un diario inexistente: La fe en nuestra vida

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da un formón para esculturas, otro día, pinceles y un lienzo, otro día nos da una pluma para escribir”.

Pidiendo limosna

Forma parte del entrenamiento de los monjes budistas zen una práctica conocida como takuhatsu –la peregrinación para mendigar–. Además de ayudar a los monasterios que viven de donaciones y forzar al discípulo a ser humilde, esta práctica tiene otra función más: purificar la ciudad donde vive.
Y esto porque, según la filosofía Zen, tanto quien dona, como quien pide, como la propia limosna, forman parte de una importante cadena de equilibrio.
El que pide lo hace porque lo necesita; pero el que da, actúa de esta manera también porque le hace falta.
La limosna sirve de conexión entre dos necesidades, y el ambiente de la ciudad mejora, ya que todos han podido realizar los actos que tenían que suceder.

Moisés separa las aguas

–A veces nos acostumbramos a lo que vemos en las películas y acabamos olvidándonos de la verdadera historia –dice un amigo, mientras miramos juntos el puerto de Miam–. ¿Te acuerdas de los Diez Mandamientos?
Claro que me acuerdo. Moisés –Charlton Heston– en un momento dado levanta su bastón, las aguas se separan y el pueblo hebreo atraviesa la gran masa de agua.
–En la Biblia es diferente –comenta mi amigo–. Allí, Dios ordena a Moisés: “Diles a los hijos de Israel que marchen”. Y solo después de que comienzan a caminar, Moisés levanta el bastón, y el mar Rojo se abre.
»Solo el valor mostrado en el camino hace que el camino se manifieste.

Siguiendo el impulso

El padre Zeca, de la Iglesia de la Resurrección, en Copacabana, cuenta que estaba en un autobús y, de repente, escuchó una voz diciéndole que debía levantarse y predicar la palabra de Dios allí mismo.
Zeca empezó a conversar con la voz: “Voy a parecerles ridículo. Esto no es lugar para un sermón”, dijo. Pero algo dentro de él insistía en que era necesario hablar. “Soy tímido, por favor, no me pidas esto”, imploró.
El impulso interior persistía.
Entonces, él recordó su promesa –abandonarse a todos los designios de Cristo. Se levantó, muerto de vergüenza, y se puso a hablar del Evangelio. Todos escucharon en silencio. Él miraba a cada pasajero y eran raros los que desviaban los ojos. Dijo todo lo que sentía, terminó su sermón y se sentó de nuevo.
Hasta hoy no sabe qué tarea cumplió en aquel momento. Pero tiene absoluta certeza de que cumplió una tarea.

He de vivir mis gracias

He de vivir todas las gracias que Dios me ha concedido hoy. La gracia no puede ahorrarse. No existe un banco en el que podamos ingresar las gracias recibidas, para utilizarlas a medida que las vayamos necesitando. Si no aprovecho estas bendiciones, voy a perderlas irremediablemente.
Dios sabe que somos artistas de la vida. Un día nos da un formón para esculturas, otro día, pinceles y un lienzo, otro día nos da una pluma para escribir. Pero nunca conseguiremos usar un formón en el lienzo o la pluma en esculturas. Para cada día, su milagro. He de aceptar las bendiciones de hoy para crear lo que tengo; si hago eso con desapego y sin culpa, mañana recibiré más.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 15 de junio de 2014

Durante la vida: Humildad y paciencia

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Lo que deseo es que se haga el bien a través de mí, pero sin que nadie se dé cuenta, ni yo mismo, que en caso contrario podría pecar de vanidad”.
El cuento
Hace muchos años, vivía un hombre que era capaz de amar y perdonar a todo el que se cruzaba en su camino. Por esta razón, Dios envió a un ángel para que conversara con él.

–Dios me ha pedido que venga a visitarte y te comunique que Él quiere recompensarte por tu bondad –dijo el ángel–. Sea cual sea la gracia que pidas, te será concedida. ¿Te gustaría tener el don de sanar?
–De ninguna manera –respondió el hombre–. Prefiero que sea el propio Dios quien seleccione a los que deben ser sanados.
–¿Y qué me dices de conducir a los pecadores hacia el camino de la verdad?
–Eso es un trabajo para ángeles como tú. Yo no quiero que nadie me venere ni que me señalen como ejemplo todo el tiempo.
–Yo no puedo volver al cielo sin haberte concedido un milagro. Si tú no eliges, te verás obligado a aceptar uno.
El hombre reflexionó un poco, y respondió finalmente:
–En ese caso, lo que deseo es que se haga el bien a través de mí, pero sin que nadie se dé cuenta, ni yo mismo, que en caso contrario podría pecar de vanidad.
Y entonces el ángel hizo que la sombra de aquel hombre tuviese el poder de sanar, pero solo cuando el sol le diese en el rostro. De esta manera, allí por donde pasase, los enfermos sanaban, la tierra volvía a ser fértil, y las personas tristes recuperaban la alegría.
Este hombre caminó durante muchos años por la Tierra, sin llegar nunca a darse cuenta de los milagros que su sombra realizaba a sus espaldas cuando tenía el sol de frente. Así logró vivir y morir sin tener conocimiento de su propia santidad.
El hecho
El místico Ramakrishna, líder religioso de la India, empezó a dedicarse a la vida espiritual a los dieciséis años. Al principio, lloraba amargamente por no conseguir ningún resultado, a pesar de su intensa dedicación al trabajo en el templo. Explicando, más tarde, esta etapa de su vida, dijo:

“Si un ladrón pasase la noche en una sala que estuviese separada de un cuarto lleno de oro apenas por una pared finísima, ¿conseguiría dormir? Se pasaría despierto toda la noche trazando planes. Cuando yo era joven, mi deseo por Dios era más ardiente que el que un ladrón siente por el oro, y me costó mucho aprender la mayor virtud de la búsqueda espiritual: la paciencia”.
La reflexión
Del jesuita indio Anthony de Mello, s.j. (Abandonarse a Dios):

“Quedarse en silencio no es apenas dejar de hablar, sino educar los oídos para escuchar todo lo que está a nuestro alrededor”. Incluso en medio del sonido estruendoso de una orquesta, el buen maestro consigue reconocer una flauta desafinada. De la misma manera, necesitamos entrenar nuestra audición para ser capaces de oír la voz de Dios en medio del mercado.
“Al hombre moderno, el silencio le resulta algo odioso”. Le parece difícil permanecer quieto: está siempre ansioso por hacer algo, dar un consejo, idear un proyecto, y termina siendo esclavo de su compulsión por actuar.
“Cuando te acostumbres a la quietud, cuando consigas pasar algunos minutos al día en silencio, entonces tendrás verdadera libertad para decidir sobre tu vida”. Dice el poeta Gibran: cuando tu pensamiento no encuentra raíces en tu corazón, tiende a quedarse todo el tiempo en tu boca”.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 8 de junio de 2014

Ver de forma diferente: Siempre es posible

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando empiezo a ser yo mismo, las personas me tratan con una reverencia falsa. Cuando soy sincero en relación a mi fe, entonces ellos empiezan a dudar. Todos creen que son más santos que yo...”.
El eterno insatisfecho
Shanti recorría las ciudades predicando la palabra Divina, cuando un hombre vino a buscarlo para que curara sus males.

—Trabaja, aliméntate y alaba a Dios –respondió Shanti.
—Cuando trabajo, me duele la espalda. Cuando como, mi vientre arde de acidez. Cuando bebo, siento molestias en la garganta. Cuando rezo, siento que Dios no me escucha.
—En ese caso, busca a otra persona que te dé otros consejos.
El hombre se marchó, enfadado. Shanti se dirigió a los que habían escuchado la conversación:
—Él tenía dos formas de encarar cada cosa, y elegía siempre la peor. Cuando muera, es posible que también se queje del frío que hace dentro de la tumba.
Cuál es el mejor camino
Cuando le preguntaron al abad Antonio si el camino del sacrificio llevaba al cielo, este respondió:

—Hay dos caminos de sacrificio. El primero es el del hombre que mortifica la carne –hace penitencia– porque le parece que estamos condenados. Este hombre se siente culpable y se considera indigno de vivir feliz. En este caso, él no llega a ninguna parte, porque Dios no vive en la culpa.
»El segundo es el del hombre que, aun sabiendo que el mundo no es perfecto como a todos nos gustaría que fuese, reza, hace penitencia, y dedica su tiempo y su trabajo a mejorar el ambiente que lo rodea. En este caso, la presencia divina lo ayuda constantemente, y obtiene resultados en el cielo.
Continúa en el desierto
—¿Por qué vive usted en el desierto? –preguntó el caballero.

—Porque no consigo ser lo que deseo.
—Nadie lo consigue. Pero es necesario intentarlo –insistió el caballero.
—Imposible. Cuando empiezo a ser yo mismo, las personas me tratan con una reverencia falsa. Cuando soy sincero en relación a mi fe, entonces ellos empiezan a dudar. Todos creen que son más santos que yo, pero se fingen pecadores por miedo a insultar mi soledad. Intentan mostrar todo el tiempo que me consideran un santo, y de esta manera se transforman en emisarios del demonio, tentándome con el orgullo.
—Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto –dijo el caballero, alejándose.
Estoy muriendo de hambre
En medio de una tempestad de nieve, el viajero llegó al convento.

—Me estoy muriendo de frío y de hambre, y no tengo cómo ganarme el sustento; necesito comer.
Sucede que justo aquel día la tempestad había impedido que los monjes abasteciesen la despensa, y no había absolutamente nada para comer o beber. Compadecido, el abad abrió el sagrario, sacó las hostias consagradas y el cáliz de vino, e hizo que el extraño se alimentase con ellos.
Los demás se quedaron horrorizados:
—¡Eso es un sacrilegio!
—¿Por qué, sacrilegio? –respondió el abad–. Vosotros ya habéis oído hablar de David, que comió el pan del tabernáculo cuando pasó hambre. Cristo sanaba en sábado, siempre que era necesario.
»Yo apenas he puesto el espíritu de Jesús en práctica: el amor y la misericordia ahora pueden hacer su trabajo.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 1 de junio de 2014

Historias en Japón: Competir, respetar y amar

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“No se puede medir un sentimiento como se mide una carretera. Si haces esto, vas a empezar a hacer comparaciones con lo que te cuentan, o con lo que esperas encontrar”.
Compitiendo con los americanos
Al visitar Japón, para la promoción de El Peregrino de Compostela (Diario de un Mago), le pregunté al editor Masao Masuda cómo los japoneses habían conseguido conquistar mercados que antes eran de los americanos.

—Muy sencillo— respondió Masuda. Los americanos tienen una idea, se encierran en una sala con datos de encuestas, toman decisiones, y gastan una energía enorme en demostrar que tenían razón. Nosotros no queremos probar nada a nadie: dejamos que cada ser humano manifieste sus necesidades, e intentamos solucionarlas. El resultado práctico es que cada uno acaba comprando lo que ya deseaba antes.
»Quien solo desea demostrar que tiene razón, acaba actuando de manera equivocada.
El verdadero respeto
Durante la evangelización de Japón, un misionero fue hecho prisionero por samurais.

—Si quieres seguir vivo, mañana tendrás que pisar la imagen de Cristo delante de todo el mundo— dijeron los guerreros.
El misionero se fue a dormir, sin ninguna duda en el corazón: jamás cometería semejante sacrilegio, y estaba preparado para el martirio.
Se despertó en mitad de la noche y, al levantarse de la cama, tropezó con un hombre que dormía en el suelo. Casi se cayó de espaldas: ¡era Jesucristo en persona!
—Ahora que ya me has pisado, ve ahí fuera y pisa mi imagen— dijo Jesús. Porque luchar por una idea es mucho más importante que la vanidad de un sacrificio.
Destruyendo y reconstruyendo
Me invitaron a Guncan-Gima, donde hay un templo del budismo zen. Cuando llego allí, me quedo sorprendido: la bellísima estructura está situada en medio de un inmenso bosque, pero tiene un gigantesco terreno baldío al lado.

Pregunto por la razón de aquel terreno, y el encargado me explica:
—Es el local de la próxima construcción. Cada veinte años, destruimos este templo que ves, y lo reconstruimos al lado.
»De esta manera, los monjes carpinteros, albañiles y arquitectos tienen la posibilidad de estar siempre ejerciendo sus habilidades, y enseñarlas —en la práctica— a sus aprendices. Mostramos también que nada en la vida es eterno, y que incluso los templos están en un proceso de constante perfeccionamiento.
La medida del amor
—Siempre quise saber si era capaz de amar a mi mujer como usted ama a la suya —le dijo el periodista Keichiro a mi editor Satoshi Gungi, mientras cenábamos.

—No existe nada más allá del amor —fue la respuesta—. Es él lo que mantiene el mundo girando y las estrellas suspendidas en el cielo.
—Lo sé, pero ¿cómo voy a saber si mi amor es lo bastante grande?
—Intenta saber si te entregas, o si huyes de tus emociones. Pero no hagas preguntas como esta porque el amor no es grande ni pequeño; es apenas el amor.
»No se puede medir un sentimiento como se mide una carretera. Si haces esto, vas a empezar a hacer comparaciones con lo que te cuentan, o con lo que esperas encontrar. De esta manera, lo que haces es ir siempre escuchando una historia ajena, en lugar de recorrer tu propio camino.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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