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domingo, 28 de diciembre de 2014

Ver de manera diferente: Siempre es posible

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto”.

El eterno insatisfecho

Shanti recorría las ciudades predicando la palabra divina, cuando un hombre vino a buscarlo para que curara sus males.
—Trabaja, aliméntate, y alaba a Dios —respondió Shanti.
—Cuando trabajo, me duele la espalda. Cuando como, mi vientre arde de acidez. Cuando bebo, siento molestias en la garganta. Cuando rezo, siento que Dios no me escucha.
—En ese caso, busca a otra persona que te dé otros consejos.
El hombre se marchó, enfadado. Shanti se dirigió a los que habían escuchado la conversación:
—Él tenía dos formas de encarar cada cosa, y elegía siempre la peor. Cuando muera, es posible que también se queje del frío que hace dentro de la tumba.

Cuál es el mejor camino

Cuando le preguntaron al abad Antonio si el camino del sacrificio llevaba al cielo, este respondió:
—Hay dos caminos de sacrificio. El primero es el del hombre que mortifica la carne –hace penitencia– porque le parece que estamos condenados. Este hombre se siente culpable, y se considera indigno de vivir feliz. En este caso, él no llega a ninguna parte, porque Dios no vive en la culpa.
“El segundo es el del hombre que, aun sabiendo que el mundo no es perfecto como a todos nos gustaría que fuese, reza, hace penitencia, y dedica su tiempo y su trabajo a mejorar el ambiente que lo rodea. En este caso, la Presencia Divina lo ayuda constantemente, y obtiene resultados en el cielo”.

Continúa en el desierto

—¿Por qué vive usted en el desierto? —preguntó el caballero.
—Porque no consigo ser lo que deseo.
—Nadie lo consigue. Pero es necesario intentarlo —insistió el caballero.
—Imposible. Cuando empiezo a ser yo mismo, las personas me tratan con una reverencia falsa. Cuando soy sincero con relación a mi fe, ellos empiezan a dudar. Todos creen que son más santos que yo, pero se fingen pecadores por miedo a insultar mi soledad. Intentan mostrar todo el tiempo que me consideran un santo, y de esta manera se transforman en emisarios del demonio, tentándome con el orgullo.
—Tu problema no es intentar ser quien eres, sino aceptar a los demás como son. Actuando así, es mejor continuar en el desierto —dijo el caballero, alejándose.

Estoy muriendo de hambre

En medio de una tempestad de nieve, el viajero llegó al convento.
—Me estoy muriendo de frío y de hambre, y no tengo cómo ganarme el sustento; necesito comer.
Sucede que, justo aquel día, la tempestad había impedido que los monjes abasteciesen la despensa, y no había absolutamente nada para comer o beber. Compadecido, el abad abrió el sagrario, sacó las hostias consagradas y el cáliz de vino, e hizo que el extraño se alimentase con ellos.
Los demás se quedaron horrorizados:
—¡Eso es un sacrilegio!
—¿Por qué, sacrilegio? —respondió el abad—. Vosotros ya habéis oído hablar de David, que comió el pan del tabernáculo cuando pasó hambre. Cristo sanaba en sábado, siempre que era necesario.
“Yo apenas he puesto el espíritu de Jesús en práctica: el amor y la misericordia ahora pueden hacer su trabajo”. (O) 
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad: El precio del paraíso

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Dios dispone a las personas precisas, en el momento preciso, para que se ayuden mutuamente. Gracias a ti, la alegría de esta Nochebuena será más intensa en el cielo, porque el alma de tu marido se ha salvado”.
En Cracovia, Polonia, había un hombre muy pobre, que no tenía dinero ni para mantener a su familia. Al llegar la Navidad, avergonzado por no poder hacerle ningún regalo a su mujer, decidió vender el único animal que poseía –una gallina, que le daba todos los días por lo menos un huevo para comer–.
Pensaba que podría comprar algo bonito, pero ese mismo día ella se puso enferma y él tuvo que usar casi todo el dinero en medicinas. Desesperado, fue a ver al cura de su barrio.
—¿Te ha quedado algo?— dijo el cura.
—Diez céntimos.
—Todo lo que procede de Dios tiene su razón de ser—. Pasa por el mercado y cómprale a tu mujer lo primero que encuentres por diez céntimos. Se contentará.
El hombre le dio las gracias y fue hasta el mercado. Vio preciosas joyas y pensó: “Dios hará que encuentre algo barato”. Se acercó a un puesto: —Tengo diez céntimos, ¿qué puedo comprar?
—¡Diez céntimos! ¡Estás loco! ¡La joya más barata vale cien monedas de oro!
— Pero el cura me dijo que iba a poder comprar algo.
El comerciante decidió divertirse: —Realmente, pensaba vender mi sitio en el paraíso. ¡Y vale exactamente diez céntimos!
Sin dudar, el hombre sacó el dinero, y el comerciante escribió en un papel cualquiera: “Vale por un sitio en el paraíso”. Se dieron las manos a modo de trato.
Aquella noche, el comerciante, soltando una carcajada, le contó la historia a su mujer. Ella reaccionó histérica:
—¡No voy a vivir con alguien que engaña a los pobres, y precisamente en Navidad. Vete, y no vuelvas hasta que recuperes ese trozo de papel! El comerciante, aterrorizado, se fue y se puso a buscar al hombre por toda la ciudad, hasta que lo encontró.
—La verdad es que te engañé—. Aquí tienes las monedas, por favor, devuélveme el papel.
—¡Pero estoy satisfecho! ¡Te lo compré porque quise, y mi mujer se va a poner muy contenta con un sitio garantizado en el cielo!
—Está bien: entonces vas a ganar dinero, porque te voy a pagar veinte céntimos por ese papel.
—No te preocupes, no me engañaste, y me siento satisfecho. —Te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar: te doy una moneda de oro por ese trozo de papel. A pesar de eso, el hombre no se sorprendió:
—Una moneda no resuelve mis problemas. Necesito diez monedas de oro. Ella se lo merece; así podrá comprarse todos los regalos que quiera. El comerciante se quedó estupefacto: ¡diez monedas! Pero no tenía alternativa, o las pagaba o no podía volver.
Las pagó, cogió el papel, y se fue.
—¡Diez monedas de oro por este papel que no vale nada! —le dijo a su mujer. —¡Aquí tienes tu regalo de Navidad, y no me pidas nada más!
En ese momento, un ángel se le apareció a su mujer:
—Cuando tu marido estaba dispuesto a vender su sitio en el paraíso por diez céntimos, no valía ni uno. Pero al aceptar pagar diez monedas de oro para recuperarlo, solo por amor hacia ti, ese sitio vale mucho más que eso.
“Dios dispone a las personas precisas, en el momento preciso, para que se ayuden mutuamente. Gracias a ti, la alegría de esta Nochebuena será más intensa en el cielo, porque el alma de tu marido se ha salvado; también será más intensa en la tierra, porque un hombre pobre le puede dar diez monedas de oro a su mujer. Por eso tú también mereces una recompensa”.
Y convirtió el trozo de papel en una esmeralda, que hoy en día se puede ver en una casa en la región de Grabarka, en la frontera con Bielorrusia. (Basado en una leyenda judía). (O) 
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 14 de diciembre de 2014

Historias japonesas: Respeto, razón y amor

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“No se puede medir un sentimiento como se mide una carretera. Si haces esto, vas a empezar a hacer comparaciones con lo que te cuentan, o con lo que esperas encontrar”.

Compitiendo con los americanos

Al visitar Japón, para la promoción de El peregrino de Compostela (Diario de un mago), le pregunté al editor Masao Masuda cómo los japoneses habían conseguido conquistar mercados que antes eran de los americanos.
—Muy sencillo –respondió Masuda–. Los americanos tienen una idea, se encierran en una sala con datos de encuestas, toman decisiones y gastan una energía enorme en demostrar que tenían razón. Nosotros no queremos probar nada a nadie: dejamos que cada ser humano manifieste sus necesidades, e intentamos solucionarlas. El resultado práctico es que cada uno acaba comprando lo que ya deseaba antes.
»Quien solo desea demostrar que tiene razón, acaba actuando de manera equivocada.

El verdadero respeto

Durante la evangelización de Japón, un misionero fue hecho prisionero por samuráis.
—Si quieres seguir vivo, mañana tendrás que pisar la imagen de Cristo delante de todo el mundo –dijeron los guerreros.
El misionero se fue a dormir, sin ninguna duda en el corazón: jamás cometería semejante sacrilegio, y estaba preparado para el martirio.
Se despertó en mitad de la noche y, al levantarse de la cama, tropezó con un hombre que dormía en el suelo. Casi se cayó de espaldas: ¡era Jesucristo en persona!
—Ahora que ya me has pisado, ve ahí fuera y pisa mi imagen –dijo Jesús–. Porque luchar por una idea es mucho más importante que la vanidad de un sacrificio.

Destruyendo y reconstruyendo

Me invitan a ir a Guncan-Gima, donde hay un templo del budismo zen. Cuando llego allí, me quedo sorprendido: la bellísima estructura está situada en medio de un inmenso bosque, pero tiene un gigantesco terreno baldío al lado.
Pregunto por la razón de aquel terreno, y el encargado me explica:
—Es el local de la próxima construcción. Cada veinte años destruimos este templo que ves y lo reconstruimos al lado.
»De esta manera, los monjes carpinteros, albañiles y arquitectos tienen la posibilidad de estar siempre ejerciendo sus habilidades, y enseñarlas –en la práctica– a sus aprendices. Mostramos también que nada en la vida es eterno, y que incluso los templos están en un proceso de constante perfeccionamiento.

La medida del amor

—Siempre quise saber si era capaz de amar a mi mujer como usted ama a la suya –le dijo el periodista Keichiro a mi editor Satoshi Gungi, mientras cenábamos.
—No existe nada más allá del amor –fue la respuesta–. Es él lo que mantiene el mundo girando y las estrellas suspendidas en el cielo.
—Lo sé, pero ¿cómo voy a saber si mi amor es lo bastante grande?
—Intenta saber si te entregas o si huyes de tus emociones. Pero no hagas preguntas como esta porque el amor no es grande ni pequeño; es apenas el amor.
»No se puede medir un sentimiento como se mide una carretera. Si haces esto, vas a empezar a hacer comparaciones con lo que te cuentan, o con lo que esperas encontrar. De esta manera, lo que haces es ir siempre escuchando una historia ajena, en lugar de recorrer tu propio camino.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 7 de diciembre de 2014

Relatos de Nasrudin: Dádivas de un sabio

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando vemos a alguien muy ansioso por mostrar todo lo bueno y comprensivo que es, necesitamos ponerlo severamente a prueba; porque él busca aplauso para sus gestos, y puede haber perdido completamente su humildad”.

No importa pasar por tonto

El mulá Nasrudin (personaje central de casi todas las historias de la tradición sufí) ya se había transformado en una especie de atracción de la feria principal de la ciudad. Cuando se dirigía hasta allí para pedir limosna, las personas acostumbraban a mostrarle una moneda grande y una pequeña: Nasrudin siempre escogía la pequeña.
Un señor generoso, cansado de ver que la gente se reía de Nasrudin, le explicó: “Siempre que te ofrezcan dos monedas, elige la mayor. Así tendrás más dinero y no serás considerado idiota por los otros”.
“Seguramente tiene usted razón”, respondió Nasrudin. “Pero si yo siempre escojo la moneda mayor, las personas dejarán de ofrecerme dinero, como hacen ahora para probar que soy más idiota que ellas. Y de esta manera no podré ganar mi sustento. No hay nada malo en pasar por tonto si en realidad lo que uno está haciendo es inteligente.

Somos todos responsables

La comitiva pasó por la calle; soldados fuertemente armados llevaban a un condenado a la horca. “Este hombre no tenía arreglo”, comentó un discípulo a Nasrudin. “Una vez le di una moneda de plata para ayudarlo a levantarse de nuevo en la vida y no hizo nada importante”.
“Quizás él no sirva para nada, pero puede estar ahora caminando hacia la horca por tu causa”, respondió el maestro.
“Es posible que haya utilizado la limosna para comprar un puñal, que terminó usando en el crimen cometido; y entonces tus manos estarán también ensangrentadas, porque en vez de ayudarlo con amor y cariño preferiste darle una limosna y librarte de tu obligación”.

Cada cosa en su lugar

La fiesta reunió a todos los discípulos de Nasrudin. Durante muchas horas comieron, bebieron y conversaron sobre el origen de las estrellas. Cuando era ya casi de madrugada, todos se prepararon para volver a sus casas.
Quedaba un apetecible plato de dulces sobre la mesa. Nasrudin obligó a sus discípulos a comérselos...
Uno de ellos, no obstante, se negó. “El maestro nos está poniendo a prueba”, dijo. “Quiere ver si conseguimos controlar nuestros deseos”.
“Estás equivocado”, respondió Nasrudin.
“La mejor manera de dominar un deseo es verlo satisfecho. Prefiero que os quedéis con el dulce en el estómago –que es su verdadero lugar– que en el pensamiento, que debe ser usado para cosas más nobles”.

La reflexión

Del libro El camino de la nobleza sufí: “Recibe siempre a aquel que te busca, y no corras tras de quien te rechaza. De esta manera estarás creando un nexo de armonía con tu semejante”.
“Un novicio no debe ser expulsado por causa de sus faltas. Cuando alguien está haciendo un esfuerzo para mejorar, esto debe ser apreciado y honrado por todos”.
“Un extraño no debe ser aceptado por causa de sus cualidades.
Cuando vemos a alguien muy ansioso por mostrar todo lo bueno y comprensivo que es, necesitamos ponerlo severamente a prueba; porque él busca aplauso para sus gestos, y puede haber perdido completamente su humildad.
Ve siempre más allá de las apariencias: escucha, mira y confía en tus impresiones”.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 30 de noviembre de 2014

La segunda oportunidad: Corregir errores

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Las sibilas, hechiceras capaces de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen día, una de ellas apareció en el palacio del emperador Tiberio con nueve libros”.
Siempre me fascinó la historia de los libros sibilinos. Hay que aprovechar las oportunidades, o si no, se pierden para siempre. Esta es la leyenda: Las sibilas, hechiceras capaces de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen día, una de ellas apareció en el palacio del emperador Tiberio con nueve libros; le dijo que allí se encontraba el futuro del Imperio, y le pidió diez talentos de oro por los textos. Tiberio lo encontró carísimo y no lo compró.
La sibila salió, quemó tres libros y volvió con los seis restantes. “Son diez talentos de oro” dijo. Tiberio se rió y le ordenó que se fuera. ¿Cómo podía tener el coraje de vender seis libros por el precio de nueve?
La sibila quemó otros tres libros y regresó ante Tiberio con los únicos tres que quedaban: “cuestan los mismos diez talentos de oro”. Intrigado, Tiberio terminó comprando los tres volúmenes, y solo pudo leer una pequeña parte del futuro”.
Cuando terminé la historia noté que estábamos pasando por Ciudad Rodrigo, frontera de España con Portugal. Allí, cuatro años antes, me habían ofrecido un libro, que yo no compré.
- Vamos a parar. El hecho de haberme acordado de los libros sibilinos ha sido una señal para que corrija un error del pasado.
Durante el primer viaje de divulgación de mis libros en Europa, había decidido almorzar en aquella ciudad. Después fui a visitar la catedral y encontré a un padre. “Vea como el sol del atardecer hace todo más bonito aquí adentro”, dijo. Me gustó el comentario, conversamos un poco, y él me guió por los altares, claustros y jardines interiores del templo. Al final, me ofreció un libro que había escrito sobre la iglesia, pero no lo compré. Cuando salí, me sentí culpable; yo era escritor, estaba en Europa tratando de vender mi trabajo: ¿por qué no comprar el libro del padre, por solidaridad?
Detuve el coche; caminé hacia la plaza frente a la iglesia, donde una mujer contemplaba el cielo.
- Buenas tardes. Estoy buscando a un padre que escribió un libro sobre esta iglesia.
- Ese padre, llamado Estanislao, se murió el año pasado– dijo.
Sentí una inmensa tristeza. ¿Por qué no habría dado yo al padre Estanislao la misma alegría que sentía yo cuando veía a alguien con uno de mis libros?
-Fue uno de los hombres más bondadosos que conocí, continuó la mujer. Venía de familia humilde, pero llegó a ser especialista en arqueología. Ayudó a conseguir para mi hijo una beca.
Le comenté a ella lo que me había llevado allí.
-No se culpe inútilmente, hijo mío– dijo. Visite la catedral.
Pensé que era una señal, e hice lo que me mandaba. Solo había un padre en un confesionario. Me dirigí hacia él, que me hizo una seña para que me arrodillase, pero yo le interrumpí.
- No quiero confesarme; solo vine a comprar un libro sobre esta iglesia, escrito por un hombre llamado Estanislao. Los ojos del padre brillaron. Salió del confesionario y volvió minutos después con un ejemplar.
- ¡Qué alegría que haya venido para esto!– me dijo. – ¡Soy hermano del padre Estanislao, y esto me llena de orgullo! ¡Él debe de estar en el cielo, contento al ver que su trabajo es apreciado!
Con tantos padres por allí, yo había encontrado justamente al hermano de Estanislao. Pagué el libro y le agradecí. Él me abrazó. Cuando iba saliendo, escuché su voz.
- Vea como el sol del atardecer hace todo más bonito aquí adentro– me dijo.
Eran las mismas palabras que el padre Estanislao me dijo cuatro años antes. Siempre hay una segunda oportunidad en la vida.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 23 de noviembre de 2014

William Blake: Los estados del alma

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Uno de estos estados es la inocencia, cuando la imaginación nos lleva al crecimiento. El otro estado es la experiencia, cuando nuestra imaginación se ve delante de reglas, moralidad, represión”.
“Ver el universo en el grano de arena, el paraíso en una flor: mantener el infinito en la palma de tu mano y notar la eternidad en una hora”. Estas cuatro líneas pueden sintetizar lo que, hoy en día, se llama “la nueva conciencia”, la capacidad de entender que todo está conectado, que los instantes mágicos forman parte de lo cotidiano y basta un poco de apertura interior para percibir que somos capaces de cambiar por completo nuestra realidad, eliminando la mayor parte de las cosas que nos dejan insatisfechos. En la época en que estos versos fueron escritos, no obstante, pasaron casi desapercibidos.
Su autor, el inglés William Blake (1757-1827), nació de una familia pobre y murió totalmente rechazado por los círculos intelectuales de la época. Alegaban los críticos que mezclaba mucho misticismo en su trabajo, tenía conductas extrañas (como quedarse desnudo con su mujer en el jardín de una casa de campo que le habían prestado) y ser demasiado inocente en sus textos.
Los críticos murieron, y Blake es hoy apreciado no solo por su literatura, sino también por sus grabados, que tuve oportunidad de ver en la Tate Gallery de Londres y lo hacen a mi entender uno de los artistas más completos del milenio pasado.
Blake contaba que, siendo aún niño, estaba en un parque cerca de Londres cuando vio a ángeles en los árboles y el profeta Ezequiel surgió entre las criaturas aladas. Más tarde, teniendo ya 30 años, su hermano menor murió, y Blake aseguró que su espíritu se le apareció algunos días después, cubierto de luz, para enseñarle a hacer “libros no impresos” o sea, grabar texto e ilustraciones de forma artesanal, en tirajes limitadísimos.
Siguiendo el consejo, Blake comenzó a desarrollar una tesis a la que denomina “los estados contrarios del alma humana”. Uno de estos estados es la inocencia, cuando la imaginación nos lleva al crecimiento. El otro estado es la experiencia, cuando nuestra imaginación se ve delante de reglas, moralidad, represión.
Blake vivió intensamente su vida, murió pobre, pero seguro de que había hecho todo cuanto deseaba. En uno de sus trabajos más polémicos, El casamiento del cielo y del infierno, él dice haber visitado el reino de las tinieblas, y anotado los proverbios que los demonios acostumbraban a decir entre sí. A continuación algunos de ellos:
“En la época de sembrar, aprende. En la época de cosecha, enseña. En el invierno, aprovecha”.
“El camino de los excesos lleva hasta el palacio de la sabiduría”.
“La cisterna contiene; pero la fuente desborda”.
“La prudencia es una solterona vieja y rica, cortejada por la incapacidad”.
“Un tonto no ve el mismo árbol que ve un sabio”.
“Quien desea, pero no actúa, siembra la peste”.
“Ningún pájaro vuela demasiado alto solo con la ayuda de sus propias alas”.
“Las prisiones fueron construidas con las piedras de la ley, y los burdeles con las piedras de la religión”.
“Lo que hoy está probado, ayer era solo un sueño”.
“Todo lo que puede imaginarse es un reflejo de la verdad”.
“Los tigres de la ira son más sabios que los caballos del conocimiento”.
“De agua parada, espera siempre veneno”.
“El hombre que mejor te conoce es aquel que permitió que abusaras de él”.
“Las oraciones no aran; los elogios no maduran”.
“Nunca sabrás lo que es suficiente si no te permites saber lo que es más que suficiente”.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 16 de noviembre de 2014

Historias de Murali: Lecciones y aprendizaje

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“No existen errores. Los acontecimientos que atraemos hacia nosotros, por más desagradables que sean, son necesarios para enseñarnos lo que necesitamos aprender”.
Tengo la costumbre de ojear los foros de debate sobre mis libros en internet: a través del lector, el escritor obtiene una visión más clara de su trabajo. En uno de estos foros estuvo un indio llamado Murali que a cada momento colocaba algunos textos muy interesantes en la red. Aquí van algunos:

La niña y la tempestad

La niña acostumbraba a ir caminando todos los días a la escuela. Una tarde de tempestad, en que los vientos soplaban cada vez con más fuerza y los rayos y truenos sacudían el vecindario, pasó su hora habitual de regresar a la casa sin que apareciera.
La madre, preocupada, telefoneó al colegio, donde le informaron que la niña ya se había ido. Al ver que no llegaba, se puso el impermeable y salió, imaginando que su hija debía de estar paralizada de miedo, escondida quizás en la casa de algún vecino, llorando y esperando que la tempestad pasara.
Para su tranquilidad, en cuanto dobló la esquina vio a la niña que caminaba lentamente en dirección a la casa; pero paraba cada vez que caía un rayo, miraba hacia el cielo y sonreía.
La madre corrió, colocó a la niña bajo su capa y le preguntó por qué se había demorado:
—¿Es que no ves los flashes?— dijo ella. ¡Dios me está sacando fotos!

Otra niña y otra tempestad

Una chica (mayor que la de la primera historia) iba hacia la casa de su abuela, situada en una montaña. Llovía a cántaros, el viento soplaba y los truenos retumbaban a cada momento.
Cuando ya estaba casi llegando a su destino, sintió que algo le rozaba los pies. Y al mirar hacia abajo, observó que era una serpiente.
—Me estoy casi muriendo— dijo la serpiente. Hace mucho frío, no hay comida en esta montaña, por favor, ¡protégeme! Cobíjame bajo tu abrigo, salva mi vida y seré tu mejor amiga.
A pesar de la tempestad, la chica se detuvo y comenzó a reflexionar. Miró la piel dorada y verde de la serpiente, y se dijo a sí misma que jamás había visto nada tan hermoso. Pensó en cómo provocaría la envidia de sus amigos de clase al aparecer con una serpiente que la defendería de todo. Y finalmente dijo:
—Está bien. Te salvaré porque los seres vivos merecen cariño.
La serpiente se hizo amiga de la niña, le sirvió para asustar a las personas agresivas del colegio y le hizo compañía en los días solitarios. Hasta que una noche, cuando estaba haciendo sus deberes en la casa, sintió un dolor agudo en el pie derecho. Al mirar hacia abajo, vio que la serpiente la había mordido.
—¡Tú eres venenosa!— gritó. ¡Me moriré enseguida!
La serpiente no dijo nada.
—¿Cómo me haces esto, si yo salvé tu vida?
—Aquel día, cuando tú te inclinaste para salvarme, sabías que yo era una serpiente, ¿o no? Y, lentamente se fue arrastrándose.

Reflexión

Un texto del escritor Richard Bach: “No existen errores. Los acontecimientos que atraemos hacia nosotros, por más desagradables que sean, son necesarios para enseñarnos lo que necesitamos aprender. Cuando iniciamos la vida, cada uno de nosotros recibe un bloque de mármol y las herramientas necesarias para convertir este bloque en escultura. Podemos arrastrarlo intacto toda la vida, podemos reducirlo a cascajos o podemos darle una forma gloriosa.
Test para verificar si tu misión en la Tierra está cumplida:
Responde rápidamente: ¿estás vivo? Si la respuesta es “sí”, entonces te falta mucho por hacer.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 9 de noviembre de 2014

Maneras de rezar: Acercarse más a Dios

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Dios está en todas partes, y podrás encontrarlo siempre que te arrepientas. Pero el prójimo puede viajar hacia un lugar distante, y no tendrás oportunidad de pedirle perdón”.
El arzobispo Makarios afirma en uno de sus escritos que las puertas del cielo están abiertas para los que usen la oración. Sin embargo, no siempre valoramos este poderoso instrumento de comunicación con Dios por considerarlo o demasiado simple o –paradójicamente– demasiado complicado. Conviene recordar que en la Biblia, en II Reyes (capítulo 20) se cita un poderoso ejemplo de la fuerza de la oración:
El profeta Isaías va a la casa de Ezequías y le anuncia: “Pon en orden tu casa, porque vas a morir”.
Ezequías, desesperado, se vuelve contra la pared y clama al Señor: “Anduve fielmente delante de Ti, haciendo lo que era agradable a Tus ojos!” Y llora.
Antes de que Isaías deje el patio interno, el Señor se dirige de nuevo a él: “Regresa y dile a Ezequías, mi siervo: escuché tu plegaria y vi tus lágrimas. Te voy a curar, y añadiré quince años a tu vida”.
A continuación, algunos relatos sobre la importancia de la oración.

Cómo estar cerca de Dios

Un hombre preguntó a Al-Husayn:
- ¿Qué debo hacer para aproximarme a Dios?
-Cuéntale un secreto. Y no dejes que nadie en este mundo sepa lo que dijiste: así establecerás un lazo de confianza con la Divinidad.
-¿Solo esto?
Al-Husayn dijo:
-Establece una relación firme al comienzo de tu jornada espiritual. Reza.
-Todo el mundo lo hace. ¿No habrá otra manera de comunicarme mejor con Dios?
-Ya te lo expliqué –dijo Al Husayn. Pero tú ya quieres llegar al final antes de empezar, y esto no es posible.

Cómo servir a Dios

El monje Chu Lai descansaba cerca de un riachuelo cuando se le acercó un joven.
Quiero saber cuál es la mejor manera de servir a Dios –pidió,
- La oración –respondió el monje.
-¿Y cuál es la peor manera?
- Ofender al prójimo.
- Pensé que sería ofender a Dios.
-Estás equivocado– respondió Chu Lai. Dios está en todas partes, y podrás encontrarlo siempre que te arrepientas. Pero el prójimo puede viajar hacia un lugar distante, y no tendrás oportunidad de pedirle perdón.

La oración de los rebaños

La tradición judaica cuenta la historia de un pastor que siempre decía al Señor: “Maestro del Universo, si tienes un rebaño, yo te lo guardaré sin cobrar nada, ya que Te amo mucho”.
Cierto día, un sabio escuchó esa extraña plegaria. Preocupado por lo que le pareció que podría ser una ofensa a Dios, enseñó al pastor los rezos que conocía.
Pero en cuanto se separaron, el pastor olvidó las oraciones: con miedo de ofender a Dios ofreciéndose para guardarle rebaños, decidió abandonar por completo cualquier tipo de plegaria.
Aquella misma noche, el sabio tuvo un sueño:
“¿Quién guardará los rebaños del Señor?”, decía un ángel. “El pastor rezaba con el corazón y tú le enseñaste a rezar con la boca”.
Al día siguiente el sabio volvió al campo, pidió perdón al pastor e incluyó el Rezo del Rebaño en su libro de oraciones.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

sábado, 1 de noviembre de 2014

Seguir los sueños: El buen combate

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando renunciamos a nuestros sueños y encontramos la paz, tenemos un pequeño periodo de tranquilidad. Pero los sueños muertos comienzan a pudrirse dentro de nosotros y a infestar todo el ambiente donde vivimos”.
En 1986 hice por primera y única vez la peregrinación conocida como El Camino de Santiago. Habíamos acabado de subir una pequeña cuesta y, en el horizonte, apareció un pueblecito. Fue entonces cuando mi guía, a quien llamaré Petrus (aun cuando no es ese su nombre), me dijo:
—Mira a tu alrededor y fija tu visión en un punto cualquiera; después concéntrate en lo que voy a decir. Escogí la cruz de una iglesia que conseguía ver a lo lejos, y Petrus comenzó:
“El hombre nunca puede parar de soñar; el sueño es el alimento del alma, como la comida es el alimento del cuerpo. Muchas veces en nuestra existencia vemos nuestros sueños deshechos y nuestros deseos frustrados, pero es preciso continuar soñando, si no nuestra alma muere. Mucha sangre ya corrió por este campo que tienes delante de tus ojos, y en él tuvieron lugar algunas de las batallas más crueles de la reconquista. Quien tenía la razón, o la verdad, carece de importancia: lo importante es saber que ambos bandos estaban librando el  buen combate”.
“El buen combate es aquel que se emprende porque nuestro corazón lo pide. En las épocas heroicas, en el tiempo de los caballeros andantes, esto era fácil; había mucha tierra para conquistar y mucha empresa para acometer. Hoy en día, sin embargo, el mundo ha cambiado mucho, y el buen combate se ha trasladado desde los campos de batalla hasta el interior de nosotros mismos”.
“El buen combate es aquel que se libra en nombre de nuestros sueños. Cuando ellos explotan en nuestro interior con toda su fuerza –en la juventud– tenemos mucho valor, pero aún no hemos aprendido a luchar”. 
“Después de mucho esfuerzo terminamos aprendiendo a luchar, pero entonces ya no tenemos el mismo coraje  para combatir. Por causa de esto, nos volvemos  en  contra nuestra  y nos combatimos a nosotros mismos, pasando a ser nuestro peor enemigo. Decimos que nuestros sueños eran infantiles, difíciles de realizar, o fruto de nuestro desconocimiento de las realidades de la vida. Matamos a nuestros sueños porque tenemos miedo de librar el buen combate”.
“El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta de tiempo. Las personas más ocupadas que conocí en mi vida siempre tenían tiempo para todo. Las que no hacían nada estaban siempre cansadas, no concluían el poco trabajo que debían realizar, y se quejaban de que el día era demasiado corto. Lo que sucedía realmente es que ellas tenían miedo de  librar el buen combate”.
“El segundo síntoma de la muerte de nuestros sueños son nuestras certezas. Porque no queremos aceptar la vida como una gran aventura a ser vivida, pasamos a considerarnos sabios, justos y correctos, en lo poco que pedimos a la existencia. Miramos detrás de las murallas de nuestro día a día, oímos el ruido de las lanzas que se quiebran, el olor de sudor y de pólvora, las grandes caídas y las miradas sedientas de conquista de los guerreros. Pero nunca sentimos la alegría, la inmensa alegría que llena el corazón de quien está luchando, porque para este no importa la victoria ni la derrota, importa apenas luchar en el buen combate”.
“Finalmente, el tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la paz. La vida pasa a ser una tarde de domingo, sin pedirnos grandes cosas, y sin exigir más de lo que queremos dar. Consideramos entonces que estamos muy maduros, dejamos de lado las fantasías de la infancia y conseguimos nuestra realización personal y profesional. Pero en verdad, en lo más íntimo de nuestro corazón, sabemos que lo que sucedió fue que renunciamos a la lucha por nuestros sueños, a llevar a cabo el buen combate”.
“Cuando renunciamos a nuestros sueños y encontramos la paz, tenemos un pequeño periodo de tranquilidad. Pero los sueños muertos comienzan a pudrirse dentro de nosotros y a infestar todo el ambiente en que vivimos”.
“Comenzamos a volvernos crueles con aquellos que nos rodean y finalmente pasamos a dirigir esta crueldad contra nosotros mismos. Surgen las enfermedades y las psicosis. Lo que queríamos evitar en el combate –la decepción y la derrota– pasa a ser el único legado de nuestra cobardía. Y un buen día, los sueños muertos y podridos tornan el aire más irrespirable, y pasamos a desear la muerte, que nos libra de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones y de aquella terrible paz de las tardes de domingo”.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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