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domingo, 31 de marzo de 2013

Diálogos con Buda: La vida y la naturaleza

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Los problemas que tenemos en casa, o en nuestro trabajo, deben servir para enseñarnos a reaccionar con rapidez. El que no aprende esta lección tan simple, vive siempre dominado por el sufrimiento, y nunca podrá honrar a los dioses como ellos merecen”.
Cuenta la leyenda que poco tiempo después de su iluminación, Buda salió a pasear. En el camino se encontró con un campesino. Este se quedó impresionado con la luz que emanaba del maestro.
-Amigo, ¿quién eres? –preguntó–. Pues tengo la sensación de que me encuentro delante de un ángel, o de un Dios.
-No soy nada de eso –respondió.
-Entonces, ¿qué te hace tan diferente de los demás, que hasta un simple campesino como yo es capaz de percibir esa luz?
-Solo soy alguien que ha despertado a la vida, mientras los otros duermen. Nada más que eso. Pero cuando digo esto, nadie me cree.
-¿Qué es “despertar a la vida”?
-Significa prestar atención a cada instante, y eso basta. No hay nada que dé más placer al hombre. El día está dividido en millones de momentos, y aquel que se concentra en el presente termina irradiando la misma luz como la mía.
-Esa es una tarea imposible para un campesino.
-Los santos lo consiguen, y son personas iguales que tú. Haz un poco de esfuerzo, y serás igual a los santos y maestros que viven en el Himalaya.
El campesino continuó:
-Procuro respetar a los dioses, pero siempre hay algún problema que no me deja concentrarme.
Buda se le acercó y, sin motivo alguno, le dio una bofetada. El campesino se asustó.
-¿Te merecías esa bofetada? –preguntó el Iluminado.
-Claro que no. Desde que llegaste, he sido humilde, y he sabido reconocer la luz que emana de ti.
-¿Y por qué no la has evitado?
-Porque no he reaccionado con rapidez.
-Los problemas que tenemos en casa, o en nuestro trabajo, deben servir para enseñarnos a reaccionar con rapidez. El que no aprende esta lección tan simple vive siempre dominado por el sufrimiento, y nunca podrá honrar a los dioses como ellos merecen.
-Intento siempre actuar del mejor modo posible, pero la vida del hombre común es diferente, y parece que tú no me entiendes. Te daré un ejemplo: siempre que voy al mercado a vender mis productos hay un comerciante que me intenta humillar. Hace unos días no pude aguantar más el modo en que me trata y acabé golpeándole en la cabeza con mi paraguas. Saber que mi corazón alberga tanto odio me llena de vergüenza.
-Actuaste de forma equivocada al odiarlo –dijo Buda, sonriendo–. La próxima vez que ese hombre desprecie tu trabajo, procura llenar de bondad tu corazón. Y vuelve a golpearle en la cabeza con el paraguas, pues parece que solo entiende ese idioma.
Buda se preparó para partir. Pero el campesino le pidió un minuto:
-Mira esos árboles. Mira esos pájaros en el cielo. Siempre que vengo a ocuparme de la labranza veo que están en perfecta armonía con la naturaleza. Encontraron su lugar en el proyecto divino. Por otra parte, yo tengo que sudar para mantener mi vida bajo control. ¿Por qué razón tratan los dioses a los pájaros y a los árboles de forma mucho más generosa?
-Porque un buen padre es más exigente con su hijo predilecto.
-¿No puedes quedarte por lo menos esta noche en mi casa, para que pueda aprender un poco más?
-¿Qué pasaría si un campesino pusiese cada vez más abono en la tierra? –preguntó el Iluminado–.
El campesino le explicó que el primer año la cosecha sería excelente. El segundo más abundante, pero el cereal perdería calidad.
-Y si siguiese aumentando la cantidad de abono, al tercer año la cosecha ya no tendría ningún valor, ¿verdad? Nuestra charla ha sido larga y ha versado sobre asuntos importantes. Procura recordarla, con eso basta.
“Uno hace más fuerte a alguien cuando le ayuda un poco. Pero lo debilita si le ayuda mucho”.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 24 de marzo de 2013

Zambullida en la infancia: Un corazón de plomo

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Dicen que Dios es generoso con los que aman, y que por eso siempre les da la oportunidad de estar juntos”.
Hans Christian Andersen (1805-1875) fue el escritor danés que con sus historias enriqueció la infancia de muchas generaciones. Su madre fue quien lo animó a escribir sus fábulas y a organizar pequeños espectáculos de marionetas.
No hay mayor homenaje a Andersen que el de compartir con mis lectores su cuento El soldadito de plomo. (Versión resumida).
“Érase una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, como esquejes sacados de una misma planta. Cada uno de ellos cargaba su fusil, y todos iban vestidos con sus flamantes uniformes, de rojo y azul. Las primeras palabras que el pequeño batallón escuchó vinieron de los labios de un niño: “¡Soldados, soldados!”.
El chico manifestaba su alegría ante su regalo de cumpleaños. Los componentes de este ejército eran exactamente iguales, con la excepción de un solado, que tenía solo una pierna, pero se equilibraba tan bien, que el niño decidió guardarlo.
Sobre la mesa había otros juguetes, siendo el más atractivo de todos un encantador castillo de cartón, en el que una bailarina también de papel extendía sus delicados brazos al cielo. Su paso era tan bello, se alzaba tanto en el aire, que el soldado imaginó que a ella también le faltaba una pierna.
–Sería la esposa ideal para mí– pensó. Pero vive en un palacio.
Decidió esconder su amor, y pasarse el resto de la vida apenas contemplándola.
Cada noche, cuando las personas de la casa se iban a dormir, llegaba la hora en que los muñecos jugaban y se divertían visitándose unos a otros, realizando batallas o dando bailes. Los soldados de plomo se aburrían en su caja, pero habían sido educados para tener disciplina y educación.
Cierto día, la sirvienta vio que había un soldado sin pierna, y lo tiró por la ventana. Unos niños que pasaban vieron el muñeco roto y lo pusieron en un barco de papel, que fue navegando por la cuneta hasta las alcantarillas, que a su vez acabaron llevándolo hasta un río.
Allí, un pez se tragó al soldado, pero él continuaba impávido, con su fusil al hombro, y soñando con los días felices que había pasado junto a su amor.
El pez acabó siendo pescado y vendido a la misma casa en la que, un día, un niño recibiera veinticinco soldaditos de regalo. La misma sirvienta que lo había tirado por la ventana lo encontró en el vientre del pescado, y en esta ocasión lo arrojó al fuego.
Antes de caer en las llamas, él pudo ver, por última vez, a los mismos niños, los mismos juguetes sobre la mesa, y el hermoso castillo con la linda bailarina.
Y vio, en los ojos de la bailarina, una lágrima de cartón, ella también lo había extrañado.
Poco a poco, rodeado por las llamas, empezó a derretirse. A medida que sus ropas perdían los colores, él procuraba mantener su porte marcial, con los ojos fijos en aquella a quien jurara amor eterno. Los dos se contemplaban, tristes por estar lejos, y contentos por la oportunidad de encontrarse una vez más. No se sabe cómo, pero una corriente de aire atravesó la sala y arrancó de su lugar a la pequeña bailarina, que voló como un hada y también fue a caer entre las llamas.
Dicen que Dios es generoso con los que aman, y que por eso siempre les da la oportunidad de estar juntos.
Al día siguiente, cuando la sirvienta retiraba las cenizas, reparó en un pequeño corazón hecho de plomo que tenía en el centro una lentejuela que –ella lo sabía– pertenecía a otro juguete que estaba en la mesa de los niños”.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 17 de marzo de 2013

Al final del túnel: Verdaderos sobrevivientes

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Tener amigos como estos me da algo más que esperanza; me hace entender que los verdaderos supervivientes jamás serán víctimas de sus verdugos, porque son capaces de mantener lo más importante que tiene el ser humano: la alegría”.
Solo vi un túnel. En el bar de Sibiu, en Transilvania, Sorin me mira a lo más profundo de los ojos. Continúa.
–Vi un túnel negro con un hombre al fondo, que me hacía señales.
Espero. Tenemos todo el tiempo del mundo y recuerdo que, cuando me encontraba en la misma situación, también vi un túnel, solo que este me llevaba a un hotel. Lo miré, esperé lo peor, y pensé: “no es justo: ¡solo tengo 26 años!”, pero mi historia no viene al caso; solo sirve para señalar que entiendo perfectamente lo que Sorin me contó en los Cárpatos.
–Vi tan solo un túnel negro, con un hombre que me apuntaba con un arma, y que me ordenaba que bajase del coche.
El calvario de Sorin Miscoci empezó el 28 de marzo del 2005, cerca de Bagdad. Una cadena de televisión rumana lo había enviado allí por una semana. Estuvo secuestrado por 55 días.
–Más tarde, cuando me liberaron, los agentes de seguridad americanos me preguntaron cuántas personas había allí. Les dije: una. Ellos se rieron y dijeron que no podía ser. Fue el psicólogo quien me ayudó, explicándome que en situaciones como aquella, nada de lo que hay alrededor tiene importancia. Uno solo ve el foco de la crisis, lo que le amenaza, y simplemente olvida el resto.
Sorin se casó con Andrea. Yo conocía su historia, pero esperé a que estuviese en su ciudad natal para preguntarle por los detalles. Cristina Topescu, una amiga, periodista de la misma cadena de televisión para la que trabaja Sorin, también estuvo. Cuenta que, a la hora de movilizar al país, pocos colegas se presentaron para ir a hablar con el presidente de la república, por miedo a perder su puesto de trabajo.
-Lo peor fue cuando vi a Sorin con el mameluco naranja y la cabeza rapada, en un video entregado al canal árabe Al Yazira –dice Cristina–. Era una señal de que la ejecución no tardaría.
–Solo pedí una cosa a Dios: morir de un tiro al corazón. Había visto videos de prisioneros siendo decapitados; pedí, imploré que me fusilaran, añade Sorin.
Nuestro grupo se levanta, intento pagar la cuenta, pero nos invita la casa, en homenaje al héroe local, aquel que, a pesar de todo, sobrevivió.
Camino de la discoteca, pienso en el túnel negro: sin ánimo de teñir de romanticismo una situación dramática, entiendo que eso le pasa a todo el mundo. Cuando nos encontramos frente a algo que nos amenaza de veras, es imposible mirar alrededor, aunque ese sea el comportamiento más correcto y seguro. No somos capaces de ver con claridad, de usar la lógica, de conseguir información que pueda sernos de ayuda a nosotros y a los que intentan sacarnos de esa situación. En el amor y en la guerra somos humanos, gracias a Dios.
Llegamos al karaoke, bebemos un poco más, cantamos temas de Elvis, Madonna, de Ray Charles. Nuestro grupo es interesante: Lacrima, que fue abandonada cuando tenía solo dos meses. Leonardo, que ha salido de una depresión que duró dos años. Cristina, que pasó por momentos difíciles. Sorin, con su cautiverio, y Andrea, quien casi pierde a su amor. Yo, con mis cicatrices en el cuerpo y en el alma.
Y aun así bebemos, cantamos, celebramos la vida. Tener amigos como estos me da algo más que esperanza; me hace entender que los verdaderos supervivientes jamás serán víctimas de sus verdugos, porque son capaces de mantener lo más importante que tiene el ser humano: la alegría.
Y donde hay alegría después de la tragedia, habrá siempre un ejemplo a seguir.
Texto retirado de: La Revista

martes, 12 de marzo de 2013

En un bar de Tokio: Recuerdos de Henry Miller

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“No me avergüenzo de ser un fanático y de intentar saberlo todo acerca de la vida de mis ídolos... Tenía la intención de ir a Big Sur para ver a Henry Miller, pero falleció antes de que yo pudiese conseguir el dinero para el viaje”.
Un periodista japonés me hizo la pregunta de siempre: -¿Y cuáles son sus escritores favoritos? Yo respondo lo mismo de siempre: Jorge Amado, Jorge Luis Borges, William Blake y Henry Miller.
La traductora me mira asombrada: “¿Henry Miller?”. Al final de la entrevista, quiero saber por qué se sorprendió tanto de mi respuesta. Le digo que aunque Henry Miller no sea hoy quizá un escritor “políticamente correcto”, me abrió las puertas a un mundo gigantesco. Sus libros tienen una energía vital que pocas veces se encuentran en la literatura contemporánea.
“No critico a Henry Miller; soy también admiradora suya”, responde ella. “¿Sabía que estuvo casado con una japonesa?”.
Por supuesto, no me avergüenzo de ser un fanático y de intentar saberlo todo acerca de la vida de mis ídolos. Fui a una feria de libros solo para encontrarme con Jorge Amado, viajé 48 horas en autocar para conocer a Borges (cosa que al final, por culpa mía, no ocurrió: en cuanto lo vi, me quedé paralizado y no pude decir nada), llamé al timbre de la portería de John Lennon en Nueva York (el portero me dijo que dejara una carta explicando el motivo de mi visita, y que me llamaría, pero nunca sucedió). Tenía la intención de ir a Big Sur para ver a Henry Miller, pero falleció antes de que yo pudiese conseguir el dinero para el viaje.
-La japonesa se llama Hoki –respondo orgulloso–. Sé también que en Tokio existe un museo dedicado a las acuarelas de Miller.
-“¿Le gustaría conocerla esta noche?”. ¡Vaya una pregunta! Pues claro que me gustaría estar cerca de alguien que convivió con uno de mis ídolos. Estuvieron casi diez años juntos. ¿No resultará muy difícil pedirle que pierda su tiempo con un simple admirador de su marido?
Aguardo con ansiedad durante el resto del día, subimos a un taxi. La traductora señala un bar vulgar y corriente en un edificio que se está cayendo a pedazos.
Subimos, entramos. El bar está vacío, pero está Hoki Miller.
Disimulando mi sorpresa, intento exagerar mi entusiasmo por su exmarido. Ella me conduce a una sala que hay al fondo, donde ha creado un pequeño museo: algunas fotos, dos o tres acuarelas firmadas, un libro con dedicatoria, y nada más. Me cuenta que lo conoció cuando hacía el doctorado en Los Ángeles y, para ganarse la vida, tocaba el piano en un restaurante, cantando canciones francesas (en japonés). Miller fue allí a cenar, le encantaron sus canciones, salieron unas cuantas veces y le propuso matrimonio.
Observo que en el bar donde nos encontramos hay un piano, como si ella quisiera volver al pasado. Me cuenta anécdotas deliciosas de su vida en común, de los problemas debidos a la diferencia de edad entre los dos (él tenía más de 50 años; Hoki no había cumplido 20). Me explica que los herederos de otros matrimonios se quedaron con todo, hasta con los derechos de autor. Pero eso no tiene importancia: lo que ella vivió está más allá de lo financiero.
Le pido que toque la misma música que, muchos años atrás, tanto atrajo a Miller. Ella lo hace con lágrimas en los ojos, y canta Hojas muertas (Feuilles Mortes).
La traductora y yo nos sentimos conmovidos. El bar, el piano y el eco, en las paredes desnudas, de la voz de Hoki, a quien no le importa la gloria de las otras ex-mujeres, ni los ríos de dinero que deben generar los libros de Miller, ni la fama mundial de la que podría estar disfrutando.
“No valía la pena luchar por la herencia: bastó el amor. Al final, entendiendo lo que sentíamos”. Sí, por la completa ausencia de amargura o rencor, comprendo que bastó el amor.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 3 de marzo de 2013

El poder de la palabra

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Un simple comentario puede ser arrastrado por el viento, destruir el honor de un hombre y luego ya es imposible reparar el mal que se ha hecho”.
Destruir al prójimo

Malba Tahan ilustra los peligros de la palabra: una  mujer  insistió tanto en que su vecino era un ladrón, que el muchacho acabó preso. Días después, descubrieron que era inocente; el muchacho fue puesto en libertad y decidió llevar a juicio a la mujer.
–Los comentarios no eran tan graves –dijo ella al juez.

–De acuerdo –respondió el magistrado–. Hoy, cuando vuelva a casa, escriba todas las cosas malas que dijo del muchacho; después, rompa el papel, y tire los trozos por el camino. Mañana vuelva para oír la sentencia.
La mujer obedeció, y volvió al día siguiente.
–La acusada será absuelta si me entrega los trozos de papel que ayer esparció por el camino. En caso contrario, será condenada a un año de prisión –declaró el magistrado.
–¡Pero eso es imposible! ¡El viento ya se lo habrá llevado todo!
–De la misma manera, un simple comentario puede ser arrastrado por el viento, destruir el honor de un hombre y luego ya es imposible reparar el mal que se ha hecho.
Y envió a la mujer a la cárcel.

Una leyenda del Polo Norte

Cuenta una leyenda esquimal que, en los albores del mundo,  no había diferencia entre hombres y animales: todas las criaturas de la Tierra vivían en armonía, y cada una de ellas podía transformarse en otra, con el fin de llegar a entenderla mejor. Los hombres se convertían en peces, los peces se convertían en hombres, y todos hablaban la misma lengua.
“En aquella época”, continúa la leyenda, “las palabras eran mágicas, y el mundo espiritual repartía generosamente sus bendiciones. Una frase dicha al tuntún podía tener extrañas consecuencias; bastaba pronunciar un deseo para que este se cumpliera”.
Fue entonces cuando todas las criaturas comenzaron a abusar de ese poder. Se instaló la confusión, y la sabiduría se perdió.

“Pero la palabra sigue siendo mágica, y la sabiduría todavía concede el don de hacer milagros a todos los que la respetan”, concluye la leyenda.

Los tiempos difíciles

Un hombre vendía naranjas en mitad de la calle. Era  analfabeto, de modo que nunca leía los periódicos. Se limitaba a colocar algunos carteles por el camino, y se pasaba el resto del día pregonando el delicioso sabor de su mercancía.
Todos compraban, y con el tiempo el hombre prosperó. Con el dinero que ganaba, colocaba más carteles y así vendía más fruta. El negocio prosperaba rápidamente cuando su hijo, que era culto y había estudiado en una gran ciudad, lo buscó para hablar con él:
–Pero papá, ¿no sabes que Brasil está pasando momentos difíciles? ¡La economía del país anda fatal!
Preocupado, el hombre redujo el número de carteles, y se puso a vender mercancía de calidad inferior, porque era más barata. Las ventas cayeron en picada.
“Tenía razón mi hijo”, pensó. “Los tiempos están muy difíciles”.

El manual de instrucciones

Después de comprar una nueva máquina para descascarillar legumbres, la mujer consultó el manual de instrucciones. No lo entendía y al final se rindió, dejando las piezas desparramadas sobre la mesa.
Fue al mercado, y al regresar vio que su empleada había montado el aparato.
–“¿Cómo lo has hecho?”, preguntó, sorprendida.
–“Bueno, como no sé leer, me vi obligada a usar la cabeza”, fue la respuesta.

Texto retirado de: La Revista

viernes, 1 de marzo de 2013

En casa

Nadie huye a la ley de la reencarnación.
Ayer, atrajimos la confianza de un compañero, induciéndolo al colapso moral. Hoy, lo tenemos en la condición del pariente difícil, que nos pide incesantes sacrificios.
Ayer, abandonamos a la joven que nos amaba, inclinándola a caminar en las lagunas del vicio. Hoy, la tenemos de regreso como hija incomprensiva, necesitada de nuestro amor.
Ayer, colocamos el orgullo y la vanidad en el pecho de un hermano que seguía nuestros ejemplos menos felices. Hoy, compartimos con el, la característica del esposo despótico o del hijo-problema, el cáliz amargo de la redención.
Ayer, olvidamos los compromisos venerables, arrastrando a alguien al suicidio. Hoy, reencontramos a ese mismo alguien en la persona de un hijito, portador de molestia irreversible, tutelándole, a expensas de lágrimas, o trabajo de reajuste.
Ayer, abandonamos a la compañera inexperta, a la mengua de todo auxilio, situándola en las garras de la delincuencia. Hoy, la hallamos a nuestro lado, en la presencia de la esposa conturbada y enferma, para exigirnos la permanencia en el curso infatigable de la tolerancia.
Hoy, moramos en el espinar en forma de hogar, cargando fardos de angustia, a fin de aprender a plantar cariño y fidelidad. Frente a cualquier dificultad y a toda prueba, bendícela siempre y haz lo mejor que puedas. Ayuda a los que comparten la experiencia, mira por los que te persiguen, sonríe a los que te hieren y disculpa a todos aquellos que te injurian…
La humildad es la llave de nuestra liberación. Y, sean cuales sean los obstáculos en la familia, es preciso reconocer que toda construcción moral del Reino de Dios, ante el mundo, comienza en los cimientos invisibles de la lucha en casa.

Dictado por el espíritu: Emmanuel
Extraído del libro "
Luz en el hogar"

Pintura de: Vladan Ignatovic
Tomada del blog TODO POR EL ARTE
Texto retirado de: Luz Espiritual
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