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domingo, 23 de febrero de 2014

Grandes escritores: Justicia, mapa y agujas

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Las décadas pasan, el hombre envejece, y ya no consigue moverse. Finalmente, cuando nota que la muerte se aproxima, reúne sus últimas fuerzas, y le pregunta al guarda: vine aquí en busca de justicia. ¿Por qué nunca me dejaste entrar?”.

Kafka: la puerta de la ley

Un hombre que busca la justicia camina hasta el Palacio de la Ley. Frente a la puerta del palacio, un soldado está montando guardia.
Como el centinela no le dirige la palabra, el hombre decide esperar. Espera un día, pero el guarda permanece en silencio.
“Si me quedo por aquí, se dará cuenta de que quiero entrar”, piensa el hombre. Y allí se queda.
Pasan días, semanas y años enteros. El hombre continúa delante de la puerta, y el centinela sigue haciendo guardia.
Las décadas pasan, el hombre envejece, y ya no consigue moverse. Finalmente, cuando nota que la muerte se aproxima, reúne sus últimas fuerzas, y le pregunta al guarda:
–Vine aquí en busca de justicia. ¿Por qué nunca me dejaste entrar?
–¿Que yo no te dejé? –responde, sorprendido, el centinela–. ¡Tú nunca me dijiste lo que estabas haciendo ahí! La puerta estaba abierta, bastaba con empujarla. ¿Por qué no entraste?

Jorge Luis Borges: el gran mapa

Cierto rey encargó a los geógrafos un mapa del país. Pero les exigió que el mapa fuese perfecto, con todos los detalles.
Los geógrafos midieron todos los lugares, e hicieron un borrador. Uno de ellos comentó que aún faltaban detalles de los ríos.
Decidieron rehacer el dibujo a una escala mucho mayor. Cuando estuvo listo, el mapa era del tamaño del primer piso de un edificio. De todas formas, algunos consejeros del rey argumentaron:
–No se consiguen ver los caminos de los bosques.
Y los sabios geógrafos fueron dibujando mapas cada vez mayores, con detalles y más detalles del país.
Cuando, finalmente, consiguieron el mapa perfecto, llamaron al rey y lo llevaron a un inmenso desierto. Una vez allí, le mostraron una extraña tienda, que se extendía hasta el horizonte.
–¿Qué es eso?
–El mapa del país –respondieron los geógrafos–. Como quisimos hacerlo lo más parecido posible a la realidad, ha quedado tan grande que ocupa el desierto entero.
–El miedo a equivocarnos es justamente lo que, la mayor parte de las veces, nos conduce al propio error –dijo el rey–. El mapa es tan detallado, que no sirve para nada.
Y mandó ahorcar a los geógrafos.

Machado de Assis: el hilo y la aguja

La aguja pasa por varias etapas de sufrimiento hasta aprender su función: el calor abrasador de los altos hornos, el frío intenso del agua para templarla, y el peso aplastante de la prensa que la hace adquirir su forma ideal.
A partir de ese momento, ha de permanecer siempre dura, brillante y afilada. Después de todo este aprendizaje, ella encuentra la razón de su existencia: el hilo.
Y hace lo posible por ayudarlo: enfrenta los tejidos más resistentes, y abre orificios en los lugares adecuados. Pero, cuando termina su trabajo, la misteriosa mano de la costurera vuelve a meterla en una caja oscura. Después de tanto esfuerzo, su recompensa es la soledad.
Con el hilo, sin embargo, la historia es diferente: a partir de este momento, empieza a ir a todos los bailes y fiestas.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 16 de febrero de 2014

Historias que dejaron huella: Fe, tiempo y sospecha

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Todo el mundo, desde el principio de la creación, siempre ha deseado servir a Dios. El problema es que no todos saben la mejor manera de hacerlo. Intenta ver lo que te parece pecado como si se tratara de una virtud”.
Sin parpadear
Durante una guerra civil en Corea, cierto general avanzaba implacablemente con sus tropas, tomando provincia tras provincia, y destruyendo todo lo que encontraba a su paso. El pueblo de una ciudad, al saber que el general se aproximaba –y habiendo oído historias de su crueldad– huyó a una montaña cercana.

Las tropas encontraron las casas vacías. Después de mucho buscar, descubrieron a un monje zen que había permanecido en el lugar. El general ordenó que viniese ante su presencia, pero el monje no obedeció.
Furioso, el general fue donde se encontraba el monje.
–¡Tú no debes de saber quién soy yo! –rugió–. ¡Yo soy quien puede atravesar tu pecho con mi espada, sin parpadear siquiera!
El maestro zen se volvió hacia él y le respondió serenamente:
–Usted tampoco debe de saber quién soy yo. Yo soy aquel que puede ser atravesado por una espada, sin parpadear siquiera.
Al escuchar esto, el general se inclinó, hizo una reverencia, y se retiró.
Todo es cuestión de tiempo
Un judío ortodoxo se acercó al rabino Wolf:

–¡Los bares están llenos, y las personas se pasan la madrugada entera divirtiéndose!
El rabino nada respondió.
–Los bares están llenos, las personas pasan la noche en claro jugando a las cartas, ¿y usted no dice nada?
Es bueno que los bares estén llenos –fue el comentario de Wolf–. Todo el mundo, desde el principio de la creación, siempre ha deseado servir a Dios. El problema es que no todos saben la mejor manera de hacerlo. Intenta ver lo que te parece pecado como si se tratara de una virtud. Estas personas que pasan la noche en claro están aprendiendo a permanecer despiertas y a persistir en algo. Cuando se perfeccionen en eso, todo lo que tendrán que hacer es volverse hacia Dios. ¡Y qué magníficos siervos serán ellos entonces!
–Es usted muy optimista –dijo el hombre.
–No se trata de eso –respondió Wolf–. Se trata de entender que cualquier cosa que hacemos, por más absurda que nos parezca, puede conducirnos al camino. Todo es cuestión de tiempo.
La sospecha que transforma al ser humano
El folclore alemán cuenta la historia de un hombre que, al despertar, se dio cuenta de que su hacha había desaparecido. Furioso, pensando que su vecino se la había robado, se pasó el resto del día observándolo.

Vio que tenía maneras de ladrón, andaba furtivamente como un ladrón y susurraba como un ladrón que pretende esconder su robo. Estaba tan convencido de su sospecha, que decidió entrar en casa, cambiarse de ropa, e ir a la comisaría a poner una denuncia.
Nada más entrar, sin embargo, encontró el hacha –que su mujer había colocado en otro lugar. El hombre volvió a salir, examinó nuevamente a su vecino, y comprobó que andaba, hablaba y se comportaba como cualquier persona honesta.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 9 de febrero de 2014

Perseverar y tener fe: Enseñanzas inolvi

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Mientras yo pensaba y estudiaba, tú practicabas lo que habías aprendido. Gracias por hacerme entender que, muchas veces, el hombre no cree en lo que desea que otros crean”.
Enfrentando al río
Un discípulo tenía tanta fe en los poderes del gurú Sanjai que lo llamó en cierta ocasión a la orilla del río.

-Maestro, todo lo que he aprendido con usted ha cambiado mi vida. Conseguí reconstruir mi matrimonio, sanear los negocios de mi familia y practicar la caridad con todo el vecindario. Todo lo que pedí en su nombre, con fe, lo conseguí.
Sanjai miró a su discípulo y su corazón se llenó de orgullo.
El discípulo se acercó a la orilla del río:
-Mi fe en sus enseñanzas y en su divinidad es tan grande que me basta con pronunciar su nombre para poder caminar sobre las aguas.
Antes de que el maestro pudiera decir nada, el discípulo entró en el río, gritando:
-¡Loado sea Sanjai! ¡Loado sea Sanjai! Dio el primer paso. Y otro. Y un tercero. Su cuerpo comenzó a levitar, y el muchacho consiguió llegar al otro lado sin siquiera mojarse los pies.
Sanjai miró sorprendido a su discípulo, que agitaba una mano desde el otro lado, con una sonrisa en los labios.
“¿Quiere esto decir que soy mucho más iluminado de lo que pensaba? ¡Podré tener el monasterio más famoso de la región! ¡Podré igualarme a los grandes santos y gurús!”.
Decidido a repetir el hecho, Sanjai se acercó a la orilla y se puso a gritar, mientras se adentraba en el río caminando:
-¡Loado sea Sanjai! ¡Loado sea Sanjai!
Dio el primer paso, el segundo, y al tercero ya estaba siendo arrastrado por la corriente. Como no sabía nadar, fue necesario que el discípulo se tirase al agua y lo salvase de una muerte segura.
Cuando los dos llegaron a la orilla, exhaustos, Sanjai se quedó en silencio durante largo tiempo. Finalmente, comentó:
-Espero que sepas entender con sabiduría lo que ha ocurrido hoy. Todo lo que yo te enseñé fueron las sagradas escrituras y la manera correcta de comportarse. Sin embargo, eso no bastaría si tú no añadieses lo que estaba faltando: la fe en que estas enseñanzas podrían mejorar tu vida.
»Yo te enseñé porque mis maestros me enseñaron. Pero mientras yo pensaba y estudiaba, tú practicabas lo que habías aprendido. Gracias por hacerme entender que, muchas veces, el hombre no cree en lo que desea que otros crean.
Los tres libros
El monje Tetsugen tenía un sueño: imprimir un libro en japonés, con todos los versículos sagrados. Decidido a hacer este sueño realidad, comenzó a viajar por el país, recaudando el dinero necesario.

No obstante, cuando consiguió reunir una cantidad que permitiría dar inicio a los trabajos, el río Uji se desbordó, provocando una catástrofe de proporciones gigantescas. Viendo a los que habían perdido sus hogares, Tetsugen decidió gastar el dinero aliviando el sufrimiento del pueblo.
Pero enseguida retomó la lucha por su sueño: fue llamando de puerta en puerta, anduvo por diferentes islas de Japón, y de nuevo consiguió lo que le hacía falta. Cuando regresaba –exultante- a Edo, una epidemia de cólera se extendió por el país. Una vez más, el monje usó el dinero para curar a los enfermos y ayudar a las familias de los muertos.
Perseverante, volvió al proyecto original. Se puso nuevamente en camino y, casi veinte años más tarde, consiguió editar siete mil ejemplares de los versículos sagrados. Dicen que Tetsugen, en realidad, hizo tres ediciones de los textos sagrados. Solo que las dos primeras son invisibles.
Texto retirado de: La Revista

jueves, 6 de febrero de 2014

Ternura

Madrecita querida me acuerdo de ti, cuando desperté para recordar. De bruces a mi cuna, cantabas bajito y derramabas en mi rostro pequeñitas gotas de luz, que, más tarde, vine a saber que eran lágrimas. Me abrigaste en tus brazos, como si me transportases a un blando nido, y, desde entonces, nunca más me dejaste. Cuando los otros iban a las fiestas, te desvelabas conmigo, enseñándome a pronunciar el bendito nombre de Dios… En otras ocasiones, trabajabas, tejiendo, contando historias de bondad y alegría, para que yo durmiese soñando… Si yo huía, quebrando el peine, o si volvía de la escuela con la ropa hecha pedazos, mientras mucha gente hablaba de castigo, ocultabas mis manos entre las tuyas o besabas mi cabello despeinado.
Después crecí, viéndote a mi lado, a la manera de un ángel entre cuatro paredes… Crecí para el mundo, pero nunca dejé de ser, en tus brazos, la criatura por la cual entregaste la vida. ¡Y, hasta ahora, día a día, esperas, paciente y dulce, el momento en que me vuelvo para tus ojos, sonriéndome y bendiciéndome siempre, aunque mis problemas te corten en pedazos el pecho por láminas de angustia! …
Hoy, oí la música de los millones de voces que te engrandecen…
Quise tomar las constelaciones del Cielo y mezclarlas al perfume de las flores que se abren en el suelo, para tejerte una corona de reconocimiento y cariño, pero, como no pudiese, vengo a traerte los pétalos del amor que coseché en mi alma.
¡Recíbelas, Madrecita!… No son perlas, ni brillantes de la Tierra … Son las lágrimas de ternura que Dios me dio para que te oferte mi propio corazón, transformado en un poema de estrellas.
Dictado por el espíritu: Meimei
Extraído del libro "
El Espíritu de la Verdad"

Pintura de: Loren Entz
Tomada del blog TODO POR EL ARTE
Texto retirado de: Luz Espiritual

domingo, 2 de febrero de 2014

Ritual chamánico: La segunda oportunidad

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Solo había una manera de vencer las tentaciones de su antigua vida: enfocar toda su atención en el borde del abismo, concentrarse en cada paso, mantener la calma, no tener apego a nada que no fuera el momento presente”.
Carlos Castaneda cuenta cómo el maestro de su maestro, Julián Osorio, se transformó en un nahual, hechicero según las tradiciones mexicanas.
Julián trabajaba como actor en un teatro itinerante en el interior de México. No obstante, la vida de artista era apenas un pretexto para huir de las convenciones impuestas por su tribu: en realidad, lo que más le gustaba a Julián era beber y seducir mujeres. Exageró tanto, forzó tanto su salud, que acabó contrayendo tuberculosis.
Elías, un hechicero muy conocido entre los indios yaquis, daba su paseo vespertino cuando encontró a Julián caído en el campo; sangraba por la boca, y la hemorragia era tan intensa, que Elías –capaz de ver el mundo espiritual– se dio cuenta de que la muerte del pobre actor estaba ya próxima.
Haciendo uso de algunas hierbas que llevaba en su bolsa, consiguió parar la hemorragia. Después, se volvió hacia Julián:
-No puedo curarte. Todo lo que podía hacer, ya lo he hecho. Tu muerte está muy próxima, dijo.
-No quiero morir, soy joven, espondió Julián.
Elías, como todo nahual, estaba más interesado en comportarse como un guerrero –concentrando su energía en la batalla de su vida– que en ayudar a alguien que nunca había respetado el milagro de la existencia. Sin embargo, sin conseguir explicarse por qué, acabó atendiendo a la petición.
-Voy a las cinco de la mañana a las montañas –dijo–. Espérame a la salida del poblado. No faltes. Si no vienes, vas a morir antes de lo que crees: tu única posibilidad es aceptar mi invitación. Nunca podré reparar el daño que ya has infligido a tu cuerpo, pero puedo desviar tu avance hacia el precipicio de la muerte. Todos los seres humanos caen en este abismo más tarde o más temprano; tú estás a algunos pasos de él, y no puedo hacerte retroceder.
-¿Qué es lo que puede hacer?
-Puedo hacer que camines por el borde del abismo. Voy a desviar tus pasos para que continúes por la enorme extensión de esta orilla entre la vida y la muerte; puedes caminar hacia la izquierda o hacia la derecha, pero, mientras no caigas en él, seguirás vivo.
El nahual Elías no esperaba gran cosa del actor, un hombre perezoso, libertino y cobarde. Se quedó sorprendido cuando, a las cinco de la mañana del día siguiente, lo encontró esperándolo en uno de los extremos de la aldea. Lo condujo a las montañas, le enseñó los secretos de los antiguos nahuales mexicanos, y con el tiempo Julián Osorio se transformó en uno de los más respetados hechiceros yaquis. Nunca se curó de la tuberculosis, pero vivió hasta los 107 años, siempre al borde del abismo. Cuando llegó el momento adecuado, empezó a aceptar discípulos, y fue el responsable del entrenamiento de don Juan Matus, que a su vez le enseñó las antiguas tradiciones a Carlos Castaneda. Castaneda, con su serie de libros, acabó popularizando estas tradiciones en el mundo entero.
Una tarde, conversando con otra discípula de don Juan, Florinda:
-Es importante para todos examinar el camino del nahual Julián al borde del abismo. Nos permite entender que todos tenemos una segunda oportunidad, aunque ya estemos muy cerca de rendirnos.
Castaneda estuvo de acuerdo: examinar el camino de Julián significaba entender su extraordinaria lucha para mantenerse vivo. Entendió que esta lucha se trababa segundo a segundo, sin ningún descanso, contra los hábitos perniciosos y la autocompasión. No era una batalla esporádica, sino de un esfuerzo disciplinado y constante para mantener el equilibrio; cualquier distracción o momento de debilidad podría matarlo.
Solo había una manera de vencer las tentaciones de su antigua vida: enfocar toda su atención en el borde del abismo, concentrarse en cada paso, mantener la calma, no tener apego a nada que no fuera el momento presente.
Texto retirado de: La Revista
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