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domingo, 29 de mayo de 2016

El camino perdido

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

“Existen en nuestras vidas ciertas cosas marcadas con un sello que reza: “Solo cuando me hayas perdido y recuperado, apreciarás mi valor”.

Salimos al mundo a la búsqueda de nuestros sueños e ideales, pese a saber que a menudo imaginamos en lugares remotos lo que en realidad está al alcance de nuestras manos. Cuando descubrimos el error, nos damos cuenta del largo tiempo que perdimos buscando tan lejos aquello que teníamos tan cerca. Nos dejamos entonces atormentar por el sentimiento de culpa por los pasos errados, la vana búsqueda y el dolor que causamos.
No debería ser así: aunque el tesoro que anhelas esté enterrado en tu casa, solo lo encontrarás cuando te alejes. Si Pedro no hubiese sufrido el dolor de la negación, nunca hubiera sido escogido jefe de la Iglesia. Si el hijo pródigo no lo hubiese abandonado todo, su padre jamás lo habría recibido a su vuelta con regocijo.
Existen en nuestras vidas ciertas cosas marcadas con un sello que reza: “Solo cuando me hayas perdido y recuperado, apreciarás mi valor”. De nada sirve intentar acortar este camino.
En la ciudad española de Burgos, el padre Marcos García decía: “A veces Dios nos quita una bendición para que le podamos comprender más allá de las gracias y los ruegos. Él sabe hasta dónde puede poner a prueba a un alma, y nunca va más allá de ese punto.
“En esos momentos, no debemos decir que Dios nos ha abandonado. Él jamás haría tal cosa; somos nosotros los que, a veces, le abandonamos a él. Si el Señor nos envía una gran prueba, también nos otorga su gracia para que la podamos superar. Cuando nos sentimos lejos de él, debemos hacernos la pregunta: ¿Estoy sabiendo aprovechar aquello que él ha puesto en mi camino?”.
En Japón, fui invitado a visitar el templo Zen Budista de Guncan-Gima. Al llegar allí, me sorprendió que la bellísima estructura, situada en medio de un bosque inmenso, estuviera junto a un gigantesco terreno baldío. Cuando le pregunté al encargado por aquel terreno, me explicó:
Es el lugar de la próxima construcción. Cada veinte años destruimos este templo que está usted viendo, y lo volvemos a construir al lado. “De esta forma, los monjes carpinteros, pedreros y arquitectos pueden siempre ejercer sus habilidades, y enseñárselas, a través de la práctica, a sus aprendices. También mostramos con ello que nada en la vida es eterno, pues incluso los templos están en un proceso de constante perfeccionamiento”.
Si el camino que recorres es el de tus sueños, comprométete con él. No dejes abierta la puerta de salida, con la excusa de que “esto se acerca, pero no es lo que busco”. Esta frase tan utilizada guarda la simiente de la derrota.
Asume tu camino. Aunque hayas de dar pasos en falso, aunque tengas que destruir y construir constantemente, aunque sepas que puedes dar más de ti. Si aceptas tus posibilidades hoy, con toda certeza mejorarás en el futuro.
Al maestro Achaan Chah le dieron una hermosa parcela, para que construyese en ella un monasterio. Chah debía emprender un viaje y ausentarse por un tiempo, así que dejó la construcción en manos de sus discípulos. A su vuelta, cinco meses más tarde, las obras no habían empezado todavía. Los discípulos habían encargado varios estudios a los arquitectos locales.
Uno de ellos preguntó: —¿Cuál de los proyectos debemos llevar adelante? ¿Cómo proceder para decidir acertadamente?
Chah dijo: —Cuando se quiere el bien, los resultados son siempre buenos.
Liberados así del miedo a errar, tomaron una decisión y el resultado fue magnífico.
Afronta tu camino con valentía, no temas la crítica de los otros. Y, sobre todo, no dejes que tu propia crítica te paralice.
Dios es el Dios de los valientes. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

viernes, 20 de mayo de 2016

De árabes y judíos: Iluminadoras historias

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Aunque en permanente conflicto político, estas dos culturas nos han legado una sabiduría extraordinaria.

La ventana y el espejo

Un joven muy rico fue a ver a un rabino y le pidió un consejo que lo guiara en la vida. El rabino lo condujo a la ventana:
- ¿Qué ves a través del cristal?
- Hombres pasando y un ciego pidiendo limosna en la calle.
Entonces el rabino le mostró un gran espejo: - Y ahora, ¿qué ves?
- Me veo a mí mismo.
- ¡Y ya no ves a los otros! Fíjate que tanto la ventana como el espejo están hechos de la misma materia prima: el vidrio. Pero en el espejo, al tener este una fina capa de plata cubriéndolo, solo te ves a ti mismo. Debes compararte a estos dos tipos de vidrio. Cuando pobre, prestabas atención a los otros y tenías compasión por ellos. Cubierto de plata –rico–, solo consigues admirar tu propio reflejo.

La importancia de la alegría

Al Husein preguntó a Ibn
Mohamed:
- ¿Acaso el gran profeta de nuestra religión, Mahoma, sabía contar cosas divertidas?
Ibn Mohamed respondió:
- Dios envió a nuestro profeta con el don de la alegría. Ya había enviado antes a otros mensajeros que sufrieron y hablaron la lengua del dolor; Mahoma vino para aliviar las penas de su pueblo.
“Y una de las maneras que encontró fue justamente enseñándonos a retozar y a divertirnos. De este modo quería mantener a sus hombres unidos en un mismo ideal y propósito. Mi padre, que conoció al profeta, le oyó decir: ‘Dios odia a todos aquellos que viven con rostro triste delante de sus amigos’”.

Por qué contar historias

Cuenta Elie Wiesel que cuando el gran rabino Israel Shem Tov veía cómo maltrataban a los judíos, iba al bosque, encendía un fuego sagrado, y elevaba una plegaria especial para pedir a Dios que protegiese a su pueblo. Y Dios enviaba un milagro.
Más tarde, su discípulo Maggid de Mezritch, siguiendo los pasos del maestro, iba al mismo lugar del bosque y decía: “Amo del Universo, no sé encender el fuego sagrado, pero conozco la plegaria; ¡te lo ruego, escúchame!”. Sucedía el milagro.
Pasó una generación, y el rabino Moshé Leib de Sasov, cuando veía las persecuciones de su pueblo, iba al bosque y decía: “No sé encender el fuego sagrado, no conozco la plegaria, pero todavía recuerdo el lugar. ¡Ayúdanos, Señor!”. Y el Señor ayudaba.
Cincuenta años más tarde, el rabino Israel de Rizhin, en su silla de ruedas, hablaba con Dios: “No sé encender el fuego, no conozco la plegaria, ni hallo el lugar en el bosque. Lo que puedo hacer es contar esta historia, con la esperanza de que me escuches”.
Y bastó contar la historia para que el peligro se alejase. Según Wiesel, Dios creó al hombre porque ama las historias.

Lo que está escrito

Un ciego mendigaba en el camino que lleva a La Meca, cuando se le acercó un piadoso musulmán y le preguntó si la gente le daba limosna generosamente, como manda el Corán. El hombre le enseñó el recipiente, casi vacío. Dijo entonces el visitante:
- Déjame que escriba en el letrero que cuelga de tu cuello.
Horas más tarde, volvió el visitante. El mendigo estaba sorprendido, pues había recibido una cantidad enorme de dinero.
- ¿Qué es lo que escribió en el letrero? - preguntó.
- Tan solo escribí: Hoy es un hermoso día de primavera, el sol brilla y yo soy ciego. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

lunes, 16 de mayo de 2016

En busca de señales: Detalles de lo cotidiano

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Es un lenguaje individual, que requiere fe y disciplina para ser totalmente absorbido”.

Podemos pensar que todo lo que la vida nos ofrece mañana es repetir lo que hicimos ayer y hoy. Pero si ponemos atención, nos daremos cuenta de que ningún día es igual a otro.
Cada mañana nos trae una bendición escondida, una bendición que solo sirve para este día, y que no puede ser ni guardada ni desaprovechada. Si no usamos ese milagro hoy, se perderá.
Este milagro está en los detalles de lo cotidiano; es necesario vivir sabiendo que a cada instante tenemos la salida para el problema, la manera de encontrar lo que está faltando, la pista adecuada para la decisión que precisamos tomar para modificar todo nuestro futuro.
Pero, ¿cómo tener el coraje para eso? A mi entender, Dios habla con nosotros a través de señales. Es un lenguaje individual, que requiere fe y disciplina para ser totalmente absorbido.
San Agustín, por ejemplo, fue convertido de esa manera. Durante años buscó en varias corrientes filosóficas una respuesta para el sentido de la vida hasta que cierta tarde, cuando se encontraba en el jardín de su casa en Milán reflexionando sobre el fracaso de su búsqueda, escuchó una voz infantil en la calle que cantaba: “¡Ábrelo y lee! ¡Ábrelo y lee!”.
A pesar de haber sido siempre gobernado por la lógica, decidió en un impulso abrir el primer libro a su alcance. Era la Biblia, y en ella leyó un fragmento de san Pablo con las respuestas que buscaba. A partir de allí la lógica de san Agustín abrió sitio para que la fe pudiese también participar, y él se transformó en uno de los mayores teólogos de la Iglesia.
Los monjes del desierto afirmaban que es necesario dejar actuar la mano de los ángeles. Para eso, de vez en cuando hacían cosas absurdas, como hablar con las flores o reír sin razón. Los alquimistas siguen las “señales de Dios”, pistas que muchas veces no tienen sentido, pero terminan llevando a algún lugar.
“El hombre moderno ha querido eliminar las inseguridades y dudas de su vida; y ha terminado por dejar a su alma muriendo de hambre; el alma se alimenta de misterios”, dice el deán de la catedral de San Francisco.
Existe un ejercicio de meditación que consiste en añadir –generalmente durante diez minutos diarios– un motivo para cada una de nuestras acciones. Un ejemplo: “Yo ahora leo el diario porque quiero informarme. Yo pensé ahora en tal persona porque tal asunto que leí me llevó a esto. Yo caminé hasta la puerta porque voy a salir de casa”. Y así sucesivamente.
Buda llama a esto “atención consciente”. Cuando nos vemos repitiendo la más común de las rutinas, nos damos cuenta de la riqueza que ronda nuestra vida. Comprendemos cada paso, cada actitud. Descubrimos cosas importantes y también pensamientos inútiles.
Al finalizar la semana –la disciplina es siempre fundamental– estamos más conscientes de nuestras faltas y distracciones, pero también entendemos que en ciertos momentos no había ningún motivo para actuar como actuamos y seguimos nuestro impulso, nuestra intuición; es ahí que empezamos a comprender este lenguaje silencioso que Dios usa para mostrarnos el camino acertado. Lo pueden llamar intuición, señal, instinto, coincidencia, no importa el nombre. Lo que importa es que a través de la “atención consciente” nos damos cuenta de que estamos siendo guiados muchas veces hacia la decisión adecuada.
Y esto nos deja más confiantes y más fuertes. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

martes, 3 de mayo de 2016

¿Por qué meditamos?: Captando la realidad (II)

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Por mayores que parezcan nuestros problemas, por más agotadora que sea nuestra vida, estos quince minutos diarios introducirán una gran diferencia”.

La semana pasada analizaba los comentarios de LeShan comparando la meditación con la gimnasia, explicando que aunque parezca absurdo levantar pesos, en verdad el objetivo no está en el peso en sí, sino en el bienestar que sentimos después. En el caso de la meditación, el objetivo tampoco está en quedarse inmóvil, atento a la forma de respirar, sino en adquirir una nueva percepción de la realidad.
¿Será realmente importante esta nueva percepción?
LeShan concuerda en que es un problema realmente complejo. Por un lado podemos operar de forma muy eficiente en este mundo, tal como lo conocemos; por otro, sabemos que un considerable número de personas dignas de confianza, como Gandhi, Teresa de Ávila o Buda, procuraba percibir esa realidad de manera distinta, y eso fue lo que los impulsó a dar pasos gigantescos, a cambiar el destino de la humanidad.
Así como en la gimnasia un buen profesor siempre tiene ejercicios diferentes para cada tipo de alumno, tampoco existe una técnica única para meditar, y cualquier persona que se interese por el tema debe descubrir su propia manera de hacerlo. Sin embargo, existen algunos pasos elementales presentes en casi todas las religiones y culturas que usan la meditación como forma de encontrar la paz interior y que describiré a continuación (siempre tomando como base el interesantísimo libro de LeShan, El arte de meditar):
Lo primero es tener conciencia de la propia respiración. Contar el número de veces que inspiramos y expiramos cada dos minutos nos ayuda a concentrar nuestra atención en algo que hacemos automáticamente y de esta manera nos aleja de lo cotidiano. A primera vista esto parece muy simple, pero no podemos dejarnos engañar por esta simplicidad: quien decida practicar este ejercicio se dará cuenta de que requiere un esfuerzo considerable y una gran dosis de paciencia. No obstante, a medida que hacemos eso (y podemos practicar esa respiración consciente en cualquier lugar, sea antes de dormir, sea en un transporte público yendo hacia el trabajo) vamos entrando en contacto con una parte desconocida de nosotros mismos, y nos sentimos mejor.
Elegir el lugar: la próxima etapa será tratar de dedicar diez o quince minutos diarios a sentarnos en un lugar tranquilo y repetir esta respiración consciente, procurando mantenernos inmóviles (a ejemplo de los monjes zen, como ya relatamos aquí). Los pensamientos surgirán aun contra nuestra voluntad y en ese momento es bueno recordar la frase de santa Teresa de Ávila referida a nuestra mente: “Un caballo salvaje va a cualquier lugar excepto a donde deseamos llevarlo”.
Silenciar sin violencia: Finalmente, con el paso del tiempo –es bueno saber que esto requiere un mínimo de dos o tres meses de ejercicio– la mente ya se vacía de manera natural, trayendo una gran serenidad a nuestro vivir cotidiano. Por mayores que parezcan nuestros problemas, por más agotadora que sea nuestra vida, estos quince minutos diarios introducirán una gran diferencia y nos ayudarán a superar –generalmente de manera inconsciente– las dificultades que enfrentamos. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 1 de mayo de 2016

¿Por qué meditamos?: Gimnasia de la mente (I)

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Vivimos queriendo que todo cambie y al mismo tiempo luchamos para que todo continúe como está”.

Lawrence LeShan participaba en un congreso científico cuando reparó que un gran número de personas consideradas “racionales” practicaban meditación diaria. Intrigado, procuró saber la causa de aquella conducta, tan conflictiva con la práctica de la ciencia. A partir de ahí, LeShan comenzó a investigar los beneficios y las dudas del ejercicio diario de concentración, y el resultado fue un interesante libro titulado Cómo meditar.

Conclusiones del autor

La meditación no es una invención de un hombre, de una religión o de una escuela filosófica, sino la búsqueda del ser humano para encontrarse consigo mismo. En muchos lugares y en épocas distintas, investigadores de la condición humana han llegado a la conclusión de que utilizamos muy poco de nuestro potencial de vivir, expresarnos y participar.
Meditamos con el fin de encontrar, recuperar o retornar a una sabiduría y una felicidad que inconscientemente sabemos que poseemos, aun cuando los conflictos y desafíos de la existencia las hayan empujado hacia un rincón oscuro de nuestra cabeza. En la medida en que pasamos a concedernos un poco de tiempo de concentración diaria, descubrimos un nivel superior de conciencia, que nos coloca en armonía con el universo, con la familia y con nuestras actividades, incrementando nuestra capacidad de amar, entusiasmarnos o actuar de manera mucho más efectiva.
Comparando la meditación con la gimnasia, LeShan comenta: “Alguien venido de otra civilización podría considerar loco a un ser humano al que viera subir y bajar repetidamente una barra sujeta a varios kilos de plomo, o pedalear en una bicicleta que no se mueve de sitio, o caminar sobre una estera que circula bajo los pies; no obstante, la finalidad de estos ejercicios no es el plomo, la bicicleta o la estera, sino los efectos que estas actividades provocarán en el organismo de la persona que las ejecuta.
De la misma manera, sentarse inmóvil en un rincón, contar las respiraciones o concentrarse en algunos símbolos extraños, no es el objetivo de la meditación, sino solamente el proceso “físico” que despertará un nuevo estado de conciencia.
Yendo más allá en la comparación con la gimnasia, LeShan afirma que el gran número de fracasos en las escuelas de meditación se debe al hecho de que los profesores, de cierta manera, intentan imponer un modelo único a sus alumnos. Si respetasen el ejemplo de los profesores de gimnasia, que saben que a cada uno corresponde una serie diferente de ejercicios físicos, tendrían muchas más posibilidades de alcanzar sus objetivos.
Un ser humano normal tiende a repetir la misma conducta, y a esa repetición la llamamos “rutina”. Así, él pasa a funcionar como una máquina, perdiendo poco a poco sus emociones y sentimientos; aun cuando sufra mucho porque su vida es siempre igual, esta repetición diaria de sus actividades le da la sensación (irreal) de que tiene absoluto control de su universo. Cuando la rutina es amenazada por un factor externo, el hombre entra en pánico, porque no sabe si será capaz de enfrentar las nuevas condiciones.
O sea: vivimos queriendo que todo cambie y al mismo tiempo luchamos para que todo continúe como está.
Aun cuando las técnicas de meditación hayan sido desarrolladas o promovidas por individuos que se autodenominan “místicos”, ellas no están necesariamente vinculadas a la búsqueda de la espiritualidad, sino al encuentro de la paz interior. (Continúa la semana próxima). (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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