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domingo, 27 de abril de 2014

Enfrentando vicisitudes: Problemas y lecciones

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando llego aquí cuelgo mis problemas en las ramas de ese árbol. Al día siguiente, antes de ir al trabajo, los recojo de nuevo. Lo más curioso, de todas formas, es que cuando salgo por las mañanas y voy a buscarlos, algunos ya no están allí...”.

El árbol de los problemas

El carpintero concluyó otro día de trabajo. Como era fin de semana, decidió invitar a un amigo a beber algo en su casa. Al llegar, antes de entrar, el carpintero se detuvo durante algunos minutos, en silencio, delante de un árbol que había en su jardín. A continuación, tocó sus ramas con las dos manos.
Inmediatamente, su rostro cambió. Entró en casa sonriendo, fue recibido por su mujer e hijos, contó historias, y salió a beber con su amigo en el porche.
Desde allí, podían ver el árbol. Sin conseguir controlar su curiosidad, el amigo le preguntó por lo que había hecho antes.
—¡Ah! Este es el árbol de mis problemas —respondió—. Sé que no puedo evitar tener disgustos en mi trabajo, pero estas preocupaciones son mías, y no pertenecen ni a mi esposa ni a mis hijos.
»Por lo tanto, cuando llego aquí cuelgo mis problemas en las ramas de ese árbol. Al día siguiente, antes de ir al trabajo, los recojo de nuevo.
»Lo más curioso, de todas formas, es que cuando salgo por las mañanas y voy a buscarlos, algunos ya no están allí, y otros parecen mucho menos pesados que la noche anterior».

Quién es el maestro

Mónica Lepri envía la siguiente historia de la tradición sufí:
Un discípulo le preguntó a Nasrudín:
—¿Cómo te convertiste en un maestro espiritual?
—Todos nosotros ya sabemos lo que tenemos que hacer en nuestras vidas, pero nunca lo aceptamos —respondió Nasrudín—. Para entender esta verdad, tuve que pasar por una situación curiosa.
»Cierto día, estaba sentado al borde de un camino pensando en qué hacer, cuando llegó un hombre y se puso delante de mí. Para alejarlo, yo hice un gesto, y él lo repitió. Eso me pareció gracioso, e hice otro gesto; él me imitó, y añadió un nuevo movimiento.
»Empezamos a cantar y a realizar todo tipo de ejercicios. Yo me sentía cada vez mejor, y mi nuevo compañero empezó a gustarme mucho. Pasaron algunas semanas, y yo le pregunté: “Dígame: ¿qué es lo que debo hacer a continuación, Maestro?” Y el hombre me replicó: “¡Pero si yo pensaba que el maestro eras tú!”».

Siempre vale la pena pagar para ver

La lectora Soraia envía la siguiente historia, que piensa que fue publicada en el New York Times.
Yo tengo mis dudas, pero como siempre he pensado que vale la pena pagar para ver, decidí transcribirla aquí:
Una persona puso el siguiente anuncio en el mencionado periódico: “Vendo Mercedes Benz, poquísimo uso, negro, turbo. Precio $85. Tratar con Carolinne...”.
Quienes leyeron el anuncio pensaron que, por un error gráfico, en lugar de $ 85.000 habían imprimido apenas $ 85. Otros pensaron que sería algún tipo de broma, y acabaron no llamando.
Hasta que Joseph Smith, en su ingenuidad, decidió llamar a Carolinne y esta le confirmó el precio. Quiso saber si era algún accesorio, o una miniatura, y la mujer le dijo que no, que se trataba del propio automóvil.
A toda velocidad Joseph corrió a la casa de Carolinne con los $ 85 y —para su espanto— allí estaba el Mercedes, lindo y reluciente en el garaje. Después de haber pagado, y ya con el recibo en las manos, preguntó: —Señora, hemos cerrado el negocio y el coche es ahora mío, pero, ¿por qué lo ha vendido tan barato?
—”Bien, ocurre que mi marido falleció recientemente. En su testamento pidió que el coche fuese vendido, y que el valor obtenido fuese destinado a Anny, su secretaria. Como siempre sospeché que era su amante, yo, como su albacea, estoy cumpliendo su última voluntad, pero a mi manera”.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 20 de abril de 2014

Nuevos diálogos El infierno y el cielo

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“En toda familia normal es importante que los hijos encuentren su voz a través de una rebelión saludable. En nuestra relación espiritual es bueno saber que a veces tenemos derecho a quejarnos en el momento adecuado y que seremos escuchados”.

Reflexiones sobre Job

Hace algunas semanas publiqué el texto Lenin desciende a los infiernos, en el que quería hacer un análisis bienhumorado de los diálogos entre el demonio y los cielos. Aunque parezca mentira, estos diálogos aparecen muchas veces en la Biblia. El Libro de Job, por ejemplo, comienza con una sorprendente visita de Satanás a Dios. Más sorprendente aún es que Satanás lo instiga a castigar a su siervo más fiel. Para rematar la sorpresa, Dios hace justamente lo que el demonio le pide.
El Libro de Job es una verdadera obra maestra. Después de haber sido privado de todos sus bienes materiales y afectivos, Job se rebela y empieza a clamar contra la injusticia que está sufriendo. En realidad, el pobre hombre siempre procuró actuar de la mejor manera posible, y ahora se ve delante de aquel Poder inmenso, que lo está castigando precisamente por eso.
Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos visto alguna vez en la misma situación, pero en lugar de quejarnos de Dios –que, según mi interpretación, espera que actuemos así– terminamos dirigiendo nuestros cañones contra nosotros mismos. Nos parece que no merecemos nada, que no somos dignos, etc. Al final, nuestro complejo de culpa es siempre mayor que nuestra capacidad para reaccionar.
En toda familia normal es importante que los hijos encuentren su voz a través de una rebelión saludable. En nuestra relación espiritual es bueno saber que a veces tenemos derecho a quejarnos en el momento adecuado y que seremos escuchados.
Menos mal que Job nos da un buen ejemplo.

Un santo en el lugar equivocado

Y para completar mis reflexiones sobre este constante diálogo entre el dolor y la felicidad, el Infierno y el Paraíso, reescribo una historia, atribuida a un autor desconocido, que me enviaron justo después de la publicación de Lenin desciende a los infiernos.
Alguna vez le pregunté a Ramesh, uno de mis maestros en la India:
—¿Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras otras sufren por problemas mucho más pequeños, ahogándose en un vaso de agua?
Él simplemente sonrió y me contó una historia.
—X era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo le decía que fuera directo al cielo: alguien tan bondadoso como él solo podría ir al Paraíso. Ir al cielo no era tan importante para él, pero de todas formas se fue para allá.
»En esa época, el cielo aún no había pasado por un programa de calidad total. La recepción no funcionaba muy bien, la joven que lo atendió dio una ojeada rápida a las fichas de encima del mostrador y, como no vio su nombre en la lista, le indicó que tenía que dirigirse al Infierno.
»Y en el Infierno, nadie exige identificador ni tarjeta de invitación; a cualquiera que llegue se le deja entrar. El tipo entró, y se quedó por allí...
»Algunos días después, Lucifer llega furioso a las puertas del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro:
»“¡Eso que estás haciendo es puro terrorismo!”.
»Sin conocer el motivo de tanta rabia, Pedro le pregunta de qué se trata. Un trastornado Lucifer le responde:
»“¡Tú mandaste a aquel sujeto al Infierno que está acabando con mi prestigio! Llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas. Ahora está todo el mundo dialogando, abrazándose, besándose. ¡El Infierno no es lugar para esas cosas! ¡Por favor, tráete para aquí a ese sujeto!”.
Cuando Ramesh terminó de contar la historia, me miró cariñosamente y dijo: —Vive con tanto amor en el corazón que si por equivocación vas a parar al Infierno, el propio demonio te llevará de vuelta al Paraíso.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 13 de abril de 2014

Los ríos y la humanidad: Metáforas de los poetas

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

El tema de las aguas ha sido siempre motivo de grandes obras artísticas. La vitalidad y su relación con el ser humano han estado presentes siempre.
Los escritores suelen abusar de esa figura literaria conocida como “metáfora”, la cual establece una relación entre dos cosas distintas (por ejemplo, astuto como un zorro, o la juventud es la primavera de la vida).
Personalmente pienso que son raras las cosas que pueden ser comparadas con otras, pero entre las pocas metáforas que reconozco como auténticas está la famosa “la vida es como un río”. Esta idea, si no me equivoco, fue propuesta por primera vez por el filósofo griego Heráclito, quien dijo que todo cambia, y que las aguas nunca recorren dos veces el mismo lugar.
A continuación, algunos de los grandes poetas que utilizaron esta metáfora como ejemplo de nuestra existencia.

Fernando Pessoa y el valor de la simplicidad

El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea,
Pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea
Porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.
El Tajo tiene grandes navíos, y navega en él aún,
Para aquellos que ven todo lo que no está allí,
La memoria de las naves.
El Tajo viene de España, y el Tajo entra en el mar por Portugal.
Todo el mundo lo sabe.
Pero pocos saben cuál es el río de mi aldea
Y adónde se dirige
Y de dónde viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
Es más libre y mayor el río de mi aldea.
Por el Tajo se va al Mundo
Más allá del Tajo queda América
Y la fortuna de aquellos que la encuentran.
Nadie pensó nunca en lo que hay más allá
Del río de mi aldea.
El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien está en sus orillas, apenas está en sus orillas.

Manuel Bandeira y la comparación de la vida

Ser como el río que fluye
Silencioso en medio de la noche.
No temer las tinieblas de la noche
Si hay estrellas en el cielo, reflejarlas
Y si los cielos se llenan de nubes
Como el río, las nubes son agua;
Reflejarlas también, sin dolor
En las profundidades tranquilas.

Langston Hughes y la cadena universal

Yo conozco los ríos, ríos más antiguos que el mundo, y más viejos que el flujo de la sangre corriendo en las venas del hombre.
Mi alma se hizo tan profunda como los ríos.
Yo me bañé en el río Éufrates, cuando las auroras aún eran jóvenes. Yo construí mi cabaña cerca del río Congo, y sus aguas me ayudaban a dormir. Yo miré hacia fuera del Nilo, y vi las pirámides erguidas en su orilla. Yo escuché la música del Mississippi, y vi sus aguas barrosas brillar como el oro al atardecer.
Yo conozco los ríos; los viejos, polvorosos ríos.
Mi alma se hizo tan profunda como los ríos.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 6 de abril de 2014

Un diario inexistente: ¿Ángeles o demonios?

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Dentro de cada uno de nosotros existe un ángel y un demonio, y sus voces son muy parecidas. El demonio alimenta esta conversación, procurando mostrarnos lo débiles e injustamente tratados que somos. El ángel nos hace reflexionar sobre nuestras actitudes”.

No puedo entrar

Cerca de Olite, en España, existe un castillo en ruinas. Decido visitarlo, y cuando ya estoy en frente de él, un señor en la puerta me dice:
—No puede entrar.
Mi intuición me dice que el señor me está prohibiendo el paso apenas por el placer de prohibir. Le explico que vengo de lejos, intento darle una propina, ser simpático, digo que aquello es un castillo en ruinas, de repente, entrar en aquel castillo se ha convertido en algo muy importante para mí.
—No puede entrar –repite el señor.
Me resta apenas una alternativa: avanzar, y ver si me impide el paso haciendo uso de la fuerza física. Me dirijo a la puerta. Él me mira, pero no hace nada.
Cuando salgo, dos turistas se aproximan y entran. El viejo no intenta impedírselo. Siento que, gracias a mi resistencia, el señor ha decidido dejar de crear reglas absurdas. A veces, el mundo nos pide que luchemos por cosas que no conocemos, por motivos que jamás vamos a descubrir.

Alas y raíces

“Bendito aquel que consigue dar a sus hijos alas y raíces”, dice un proverbio. Necesitamos las raíces: hay un lugar en el mundo donde venimos a nacer, aprendemos una lengua, y descubrimos cómo nuestros antepasados superaban sus problemas. En un momento dado, pasamos a ser responsables de lo que le ocurra a este lugar.
Necesitamos las alas. Ellas nos muestran los horizontes sin fin de la imaginación, nos llevan hasta nuestros sueños, nos conducen a lugares distantes. Son las alas las que nos permiten conocer las raíces de nuestros semejantes, y aprender con ellos.
Bendito quien tiene alas y raíces; y pobre de quien tiene apenas unas u otras.

El diálogo egoísta

Una cosa es escuchar nuestro corazón, y otra quedarnos constantemente conversando con nuestro yo interior, sin prestar atención a los demás.
Este diálogo egoísta muchas veces no nos deja dormir durante la noche y nos arrebata el placer de momentos importantes del día. Nos quejamos en silencio de personas que no actuaron correctamente, de cosas que no ocurrieron como queríamos, de actitudes equivocadas que adoptamos.
Dentro de cada uno de nosotros existe un ángel y un demonio, y sus voces son muy parecidas. El demonio alimenta esta conversación, procurando mostrarnos lo débiles e injustamente tratados que somos. El ángel nos hace reflexionar sobre nuestras actitudes, pero, generalmente, está intentando silenciar esta voz interna.
Él sabe que para descubrir nuestro verdadero camino tenemos que conversar con el prójimo. Nuestro ángel suele usar a menudo la voz de otras personas para darnos sus recados.

Cuando el discípulo está listo

Dice un viejo proverbio mágico: cuando el discípulo está listo, el maestro aparece.
Pensando en esto, muchas personas se pasan la vida entera preparándose para este encuentro. Cuando se cruzan con el maestro, se entregan completamente –durante días, meses o años. Pero acaban descubriendo que el maestro no es el ser perfecto que habían imaginado, sino un hombre como los demás, cuya única función es compartir aquello que aprendió.
Al verse frente a una persona con sus propios defectos, el discípulo se siente estafado. Llega entonces la desesperación y el deseo de abandonar la búsqueda, cuando, en realidad, es así como tiene que ser, es justamente el cambio de maestros lo que nos hace libres para crear nuestro propio camino.
A Edenilton Lampião se le ocurrió una versión mucho mejor para dicho proverbio mágico: cuando el discípulo está listo, el maestro desaparece.

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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