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domingo, 27 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad: Buscando los sueños

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

La idea de no entender el milagro de la vida, y dejar que la ganancia ocupe el lugar de la generosidad es un interesante aviso para todos aquellos que están a la búsqueda de sus sueños”.
Al parecer esta historia tiene su origen en Japón. La idea de no entender el milagro de la vida, y dejar que la ganancia ocupe el lugar de la generosidad, es un interesante aviso para todos aquellos que están a la búsqueda de sus sueños.
Hace muchos años, en la isla de Hokkaido, vivía un joven que se ganaba el sustento picando piedras. Aunque joven y sano, no estaba contento con su destino, y se quejaba noche y día.
Humi, pese a no conocer bien el cristianismo, sabía que, según su tradición, al menos una vez al año se satisfacían los deseos de la humanidad. Así, en Navidad rezó con mucha fe y, para su sorpresa, se le acabó apareciendo un ángel.
—Tienes salud y toda una vida por delante –dijo el ángel–. Todos los jóvenes deben empezar a hacer algo. ¿Por qué te quejas?
—Dios ha sido injusto conmigo y no me ha dado la oportunidad de llegar lejos –respondió Humi.
Preocupado, el ángel fue a la presencia del Señor para pedirle ayuda y que su protegido no terminara por perder su alma.
—Que se haga tu voluntad –dijo el Señor–. Como es Navidad, todo lo que Humi desee se le concederá.
Al día siguiente, Humi estaba trabajando cuando vio pasar un carruaje que llevaba a un noble cubierto de joyas. —¿Por qué no puedo ser noble yo también? ¡Ese es mi destino!, dijo.
—¡Así sea! –murmuró el ángel. Y Humi se convirtió en dueño de un suntuoso palacio y de muchas tierras, rodeado de sirvientes y caballos. Acostumbraba salir con su impresionante cortejo, y le gustaba ver a sus antiguos compañeros alineados a los lados de la calle, mirándolo con respeto.
Una tarde, el calor era insoportable; incluso bajo su parasol dorado, Humi sudaba como en los días en que picaba piedras. Se dio cuenta entonces de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, emperadores, incluso el sol, que no obedecía a nadie.
—¡Ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el sol? ¡Ese debe ser mi destino!, se lamentó Humi.
—¡Que así sea! –exclamó el ángel. Y Humi fue el sol.
Mientras brillaba en el cielo, maravillado con su gigantesco poder para hacer madurar las cosechas o quemarlas a su voluntad, vio un punto negro que comenzaba a avanzar a su encuentro. La mancha oscura fue creciendo y Humi se dio cuenta de que era una nube que se extendía a su alrededor y le impedía ver la Tierra.
—¡Ángel mío! –gritó Humi–. ¡La nube es más fuerte que el sol! ¡Mi destino es ser nube!
—¡Así sea! –respondió el ángel.
Humi se convirtió en nube.
—¡Soy poderoso! –gritaba, oscureciendo al sol. Pero en la costa desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el mundo. Humi pensó que la roca lo desafiaba y desencadenó una tempestad como el mundo no había visto jamás.
—¡Ángel mío! –sollozaba Humi–. ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser roca! Y Humi se convirtió en roca.
—¿Quién podrá vencerme ahora?, dijo. Y así pasaron varios años, hasta que, una mañana, Humi sintió una punzada aguda en sus entrañas de piedra, seguida de un profundo dolor, como si una parte de su cuerpo de granito estuviese siendo lacerada. Enseguida oyó unos golpes sordos, y de nuevo un inmenso dolor.
Loco de espanto, gritó:
—¡Ángel mío, alguien está intentando matarme! ¡Tiene más poder que yo, quiero ser como él!
—¡Así sea! –exclamó el ángel, llorando. Y así fue como Humi volvió a picar piedras. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

viernes, 25 de diciembre de 2015

Nunca son lo que parecen: Riqueza y pobreza

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Nadie quiso recibir a María, excepto los pastores. Por eso fueron ellos los primeros en ver al Salvador”.
Cuenta una leyenda, cuyo origen no he podido comprobar, que una semana antes de Navidad el arcángel San Miguel pidió a sus ángeles que visitaran la Tierra. Quería saber si estaba todo listo para la celebración del nacimiento de Jesucristo. Los envió por parejas, siempre un ángel viejo con otro más joven, de modo que pudieran hacerse una idea bien amplia de lo que ocurría.
Una de estas parejas fue enviada a Brasil, adonde llegó entrada la noche. Como no tenían donde dormir, pidieron cobijo en una de las grandes mansiones que se pueden ver en Río de Janeiro.
El dueño de la casa era un noble al borde de la ruina, ferviente católico, que reconoció enseguida a los enviados celestiales por las aureolas doradas que coronaban sus cabezas. El hombre estaba muy ocupado en los preparativos de la gran fiesta de Navidad, y no quería que se estropease la decoración que estaba casi terminada, así que les pidió que fueran a dormir al sótano.
Las postales de Navidad están siempre ilustradas con paisajes nevados, pero en Brasil esta celebración cae en pleno verano. En el sótano donde se encontraban los ángeles hacía un calor terrible y el aire –cargado de humedad– era casi irrespirable. Se acostaron en el suelo, pero antes de empezar sus oraciones, el ángel más viejo detectó una grieta en la pared. Se levantó, la reparó utilizando sus poderes divinos, y volvió a sus plegarias nocturnas. Pasaron la noche como si estuvieran en el infierno, tal era el calor que hacía.
Descansaron muy mal, pero debían cumplir con su misión. Al día siguiente recorrieron la gran ciudad, con sus millones de habitantes, sus plazas y montañas, sus contrastes. Tomaron nota de todo y, cuando la noche cayó de nuevo, empezaron a viajar hacia el interior del país, pero volvieron a encontrarse sin un lugar donde dormir.
Llamaron a la puerta de una casa humilde y un matrimonio de edad avanzada les atendió. Como no tenían acceso a los grabados medievales que retratan a los enviados de Dios no reconocieron a los dos peregrinos, pero estos necesitaban cobijo y les ofrecieron su casa. Prepararon la cena, les presentaron a su pequeño bebé recién nacido y les ofrecieron para dormir su propia habitación, disculpándose porque, siendo pobres, no podían comprar un aparato de aire acondicionado para combatir el intenso calor.
Al día siguiente, al despertar, encontraron al matrimonio bañado en lágrimas. Lo único que tenían, una vaca que les daba leche, queso y sustento para la familia, había aparecido muerta. Se despidieron de los peregrinos avergonzados por no poder ofrecerles desayuno. Mientras andaban por el camino de barro, el ángel más joven mostró su indignación:
–¡No puedo entender tu forma de actuar! El primer hombre tenía todo lo que necesitaba y aun así lo ayudaste. En cambio, no hiciste nada para aliviar el sufrimiento de esta pobre gente que nos acogió.
–Las cosas no son lo que parecen –dijo el ángel más viejo–. Cuando estábamos en aquel horrible sótano vi que había gran cantidad de oro en los muros, escondido allí por un antiguo propietario. La grieta iba a dejar al descubierto parte del tesoro y decidí volver a esconderlo, porque el dueño de la casa no ayudaba al necesitado.
–Anoche, mientras dormíamos en la cama que el matrimonio nos había ofrecido, sentí la llegada de un tercer invitado: el ángel de la muerte. Venía a llevarse al bebé, pero lo conozco desde hace muchos años y logré convencerlo de que, en su lugar, tomase la vida de la vaca.
–Acuérdate del día que estamos a punto de celebrar: nadie quiso recibir a María, excepto los pastores. Por eso fueron ellos los primeros en ver al Salvador. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 6 de diciembre de 2015

Veinte años después: ¿Derecha o izquierda?

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Si piensas que la paz y la felicidad están siempre adelante, jamás conseguirás alcanzarlas. Trata de entender que ambas son tus compañeras de viaje”.
Llego a Santiago de Compostela, esta vez en auto, para celebrar una de mis peregrinaciones. Cuando estaba en Puente La Reina, me vino la idea de hacer tardes de autógrafos en las pequeñas aldeas, así como también la propia Santiago de Compostela. Tuve un contacto inesperado con los lectores y aprendí que las cosas hechas con amor pueden tener la improvisación como una gran aliada.
Santiago estaba ahora delante de mí. Y a algunas decenas de kilómetros más adelante, el océano Atlántico. Pero estoy decidido a seguir adelante con los autógrafos improvisados, ya que pretendo quedarme noventa días.
Y como no quiero atravesar el océano en este momento, ¿debo ir para la derecha (Santander, País Vasco) o para la izquierda (Guimarães, Portugal)? Es mejor dejar que el destino elija: con mi mujer entramos en un bar y le preguntamos a un hombre que está tomando un café: ¿derecha o izquierda? Él responde que debemos seguir para la izquierda –quizás pensando que nos referíamos a partidos políticos–.
Llamo por teléfono a mi editor portugués. Él no me pregunta qué locura es esa, no reclama de ser avisado encima de la hora. Dos horas más tarde me llama, dice que contactó las radios locales de Guimarães y Fátima y que en 24 horas puedo estar con mis lectores en aquellas ciudades.

Todo sale bien.

Y en Fátima, como una señal, recibo un regalo de una de las personas que están allí. Se trata de las escrituras de un monje budista, Thich Nhat Hanh, tituladas The long road to joy (El largo camino para la alegría). A partir de aquel momento, antes de continuar esta jornada, paso a leer las sabias palabras de Nhat Hanh, que resumo a seguir:
1. Tú ya llegaste. Por lo tanto, siente el placer en cada paso y no te preocupes con las cosas que todavía tienes que superar. No tenemos nada delante de nosotros, apenas un camino para ser recorrido a cada momento con alegría. Cuando practicamos la meditación peregrina, estamos siempre llegando, nuestro hogar es el momento actual y nada más.
2. Por causa de eso, sonríe siempre mientras andas. Aunque tuvieses que esforzarte un poco y sentirte ridículo. Acostúmbrate a sonreír y terminarás alegre. No tengas miedo de mostrar que estás contento.
3. Si piensas que la paz y la felicidad están siempre adelante, jamás conseguirás alcanzarlas. Trata de entender que ambas son tus compañeras de viaje.
4. Cuando andas, estás masajeando y honrando la tierra. De la misma manera, esta trata de ayudarte a equilibrar tu organismo y tu mente. Entiende esta relación y trata de respetarla –Que tus pasos sean dados con la firmeza del león, la elegancia del tigre, la dignidad de un emperador–.
5. Presta atención a lo que sucede a tu alrededor. Concéntrate en tu respiración –eso te ayudará a liberarte de los problemas y ansiedades que tratan de acompañarte en tu camino.
6. Al caminar, no eres tú apenas que te estás moviendo, sino todas las generaciones pasadas y futuras. En el mundo llamado “real” el tiempo es una medida, pero en el verdadero mundo no existe nada más allá del momento presente. Ten plena conciencia que todo lo que ya sucedió y todo lo que sucederá está en cada paso tuyo.
7. Diviértete. Haz de la meditación peregrina un constante encuentro contigo mismo; jamás una penitencia en busca de recompensas. Que siempre crezcan flores y frutos en los lugares donde tus pies toquen. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

jueves, 3 de diciembre de 2015

Budismo zen: Meditación y destino

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

El mayor milagro de mi maestro es que no necesita mostrar ningún prodigio para convencer a sus alumnos de que es un sabio”.
Un estudiante recién llegado al monasterio buscó al maestro Nolami y le preguntó cómo debía prepararse para el ejercicio de meditación.
- “No tengas miedo de preguntar” fue la respuesta.
- “¿Y cómo aprendo a preguntar?”.
- “Un maestro es como una campana. Si le das solamente un leve toque, solo escucharás una leve vibración. Mas si la sacudes con energía, resonará bien alto y llegará hasta lo más profundo de tu alma. Pregunta con valor, y no te detengas hasta obtener la respuesta que buscas”.

Nadie cambia el destino

Ante una batalla decisiva, el general japonés decidió tomar la iniciativa y atacar, a pesar de saber que el enemigo era mucho más numeroso. Aunque confiastes en su estrategia, sus hombres estaban temerosos.
Camino hacia la confrontación, resolvieron parar en un templo. Después de rezar, el general se dirigió a sus soldados:
- Voy a arrojar esta moneda. Si sale cara, volveremos todos al campamento. Si sale cruz, significará que los dioses nos protegen y que derrotaremos al enemigo. Ahora se revelará nuestro futuro.
Tiró la moneda al aire y los ojos ansiosos de sus soldados vieron el resultado: cruz. Todos vibraron de alegría, atacaron con confianza y vigor y pudieron celebrar la victoria al atardecer.
Orgulloso, su comandante comentó:
Los dioses siempre tienen razón. Nadie puede cambiar el destino revelado por ellos.
- Tienes razón, nadie puede cambiar el destino cuando estamos decididos a seguirlo. Los dioses nos ayudan, pero a veces tenemos que ayudarlos también - respondió, entregando la moneda a su oficial.
Los dos lados marcaban cruz.

Vaciando el vaso

Un profesor universitario fue a visitar a un famoso maestro zen en Kyoto en busca de conocimiento. Mientras el monje servía té, el profesor comentaba los ejercicios, analizaba los textos, interpretaba las historias y las tradiciones, divagaba sobre los antiguos procedimientos de meditación. Hizo todo lo posible para impresionar a su anfitrión, con la esperanza de que lo aceptase como discípulo.
Mientras hablaba, el monje continuaba llenando su vaso hasta que el líquido se derramó y el té comenzó a extenderse por toda la mesa.
- ¿Qué es lo que está usted haciendo? ¿Qué no ve que el vaso está lleno y no cabe nada más en su interior?
- Su alma es como este vaso,
-respondió el maestro. ¿Cómo puedo yo enseñarle el verdadero arte del budismo zen si ella ya está llena de teorías?

¿Quién es el maestro más poderoso?

Uno de los discípulos de Yu estaba conversando con un discípulo de Rinzai:
- Mi maestro es un hombre capaz de hacer milagros, y por causa de eso es respetado por todos sus alumnos. Yo ya le he visto hacer cosas que van mucho más allá de nuestra capacidad. ¿Y el tuyo? ¿Qué grandes milagros es capaz de realizar?
- El mayor milagro de mi maestro es que no necesita mostrar ningún prodigio para convencer a sus alumnos de que es un sabio,
-fue la respuesta. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

lunes, 23 de noviembre de 2015

Engañándose a sí mismo: Mecanismo de salvación

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Forma parte de la naturaleza humana juzgar siempre a los otros con mucha severidad y cuando el viento sopla en contra de nuestros deseos encontrar siempre una disculpa”.
Forma parte de la naturaleza humana juzgar siempre a los otros con mucha severidad y cuando el viento sopla en contra de nuestros deseos encontrar siempre una disculpa por el mal que hicimos, o despotricar contra el prójimo por nuestros fallos. A continuación, algunas historias, procedentes de diversas tradiciones, sobre la manera que tiene el hombre de engañarse a sí mismo:

Riqueza en el otro mundo

Al pastor le gustaba predicar en su congregación sobre la importancia de la pobreza. Según él, el Evangelio decía que las personas ricas en este mundo serían condenadas a la miseria después de la muerte y, basado en este argumento, pedía cada vez más dinero a los fieles.
Cierto día, un miembro de su congregación le pidió para hablar con él al terminar el oficio religioso. Cuando estuvieron solos, el hombre preguntó:
–¿Es verdad que aquel que es pobre en este mundo será rico en el Paraíso?
–Claro que sí.
–Como la Iglesia es rica y yo soy pobre, necesito diez monedas de oro. Cuando sea rico allá en el cielo pagaré mi deuda.
Sin vacilar el pastor sacó diez monedas de oro del cofre de la sacristía. Sin embargo, antes de entregarlas, preguntó:
–¿Qué es lo que piensa hacer con este dinero?
–Voy a iniciar una empresa.
El pastor volvió a colocar las monedas en el cofre, diciendo:
–Como usted es un hombre capaz, trabajará mucho, tendrá ganancias en su empresa y terminará siendo rico. Por consiguiente, será pobre después de su muerte y no podrá pagar su deuda: así que será mejor dejar las cosas como están.

El lobo y Shiva

Un lobo caminaba por un bosque cuando se aproximó a un templo dedicado al dios Shiva. “Hace casi un día entero que estoy cazando y no he conseguido nada. ¿Será eso una señal? Quizás deba aprovechar este día para ayunar en honor a Shiva”.
Y se sentó al lado del templo a meditar.
Lo que el lobo no sabía era que Shiva lo estaba observando; para poner a prueba su sinceridad, el Dios se transformó en una oveja y apareció delante del templo.
El lobo, sintiendo el olor de la caza con que tanto soñaba salió del trance y arremetió contra su presa; pero a cada ataque suyo la oveja reaccionaba con una agilidad nunca vista. Después de casi media hora de esfuerzos, el lobo desistió, y volvió a su meditación, consolándose a sí mismo: “Soy un animal fiel: no quebré mi propósito de ayuno en honor a Shiva”.

El caballo y su destino

Cierto mensajero fue enviado en una misión urgente a una ciudad distante, por lo que ensilló su caballo y partió a todo galope. Después de ver pasar varias posadas donde siempre alimentaban a los animales, el caballo pensó:
“Ya no paramos para comer en establos, lo que significa que ya no soy tratado como un caballo sino como un ser humano. Creo que comeré como todos los hombres en la próxima ciudad grande”.
Pero las ciudades grandes pasaban, una tras otra, y su jinete continuaba el viaje. El caballo entonces comenzó a pensar: “Quizás yo no me haya transformado en un ser humano, sino en un ángel, pues los ángeles jamás necesitan comida”.
Cuando finalmente llegaron a su destino, el animal fue conducido hasta el establo, donde devoró el heno allí encontrado con un apetito voraz.
“¿Por qué creer que las cosas cambian cuando no siguen el ritmo de siempre?”, se dijo a sí mismo. “No soy ni hombre ni ángel, sino un simple caballo hambriento”. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 15 de noviembre de 2015

La verdadera obediencia: Búsqueda espiritual

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

“Entonces Krishna comentó con los otros dioses: “¿Habéis visto? El mundo es un espejo, y devuelve a todos el reflejo de su propio rostro”.
Abu Muhammad al-Jurayry acostumbraba a decir “la religión posee diez tesoros que nos enriquecen. Todos aquellos que siguen el camino espiritual deben estar conscientes de esto”. Los interiores son: capacidad de ser verdadero, despreocupación por nuestros bienes, humildad en la apariencia, equilibrio para evitar dificultades con los otros y fuerza para soportar nuestra adversidad. Y los exteriores son: descubrir un Amor Supremo, despertar el deseo de estar junto a este Amor, tener inteligencia para ver las propias faltas, abrir la conciencia de la vida, y ser agradecido con las bendiciones recibidas. A continuación, algunas historias de búsqueda espiritual:

La respuesta exacta

Un maestro y sus discípulos caminaban por el campo conversando sobre los milagros de Dios cuando comenzó a llover. Todos corrieron hacia una cabaña que había en las inmediaciones.
Una vez allí, el maestro se dirigió a sus discípulos:
“Solo os dejaré entrar si me dais la respuesta exacta”.
Intrigados, los discípulos permanecieron bajo el aguacero sin saber cómo agradar al maestro. Temblaban de frío, pero no conseguían la respuesta exacta. Finalmente, después de casi dos horas bajo la lluvia, uno de los discípulos dijo:
“Maestro, usted no hizo ninguna pregunta y estamos aquí buscando explicaciones como locos. No es sabio estar buscando problemas cuando ningún problema se nos ha presentado”.
“Felicitaciones, esta es la respuesta exacta a la situación en que nos encontramos”, dijo el maestro, abriendo la puerta.

Lejos de todos los ojos

El jeque Junaid tenía un discípulo preferido. Disconformes, los otros fueron a protestar.
“Vamos a hacer una prueba. Quien la gane será su discípulo favorito”, dijeron.
El jeque aceptó y pidió que le trajeran 20 pájaros. Dio uno a cada discípulo y ordenó: “Será considerado el mejor aquel que consiga matar un pájaro en un lugar donde nadie lo pueda ver”.
Cada discípulo se fue a buscar el lugar más oculto y difícil posible. Todos cumplieron el pedido excepto el favorito, que trajo su pájaro vivo.
“¿Por qué incumpliste mi orden?”, preguntó Junaid.
“Porque usted dijo que tenía que matar esta ave en un lugar donde nadie me pudiese ver”, respondió el discípulo, “y en todos los lugares donde fui, Dios me estaba mirando”.
“Has sido el único en entender mi pedido”, dijo Junaid. Y los otros discípulos ofrecieron disculpas por haber sido envidiosos.

En busca de la maldad

Krishna resolvió poner a prueba la sabiduría de sus súbditos. Convocó a Duryodhana, un rey conocido por su crueldad, y le pidió que encontrase un hombre bueno en su reino. Duryodhana viajó durante un año y regresó ante Krishna diciendo: “Busqué un hombre bueno y no lo encontré. Son todos egoístas y malvados”.
Krishna llamó al rey Dhammaraja, considerado un hombre santo, y le pidió que recorriese su reino en busca de un hombre malvado. Dhammaraja viajó durante dos años y regresó ante Krishna diciendo: “Perdóname, pero no encontré a nadie malo. Todos tienen un lado bueno, a pesar de los defectos”.
Entonces Krishna comentó con los otros dioses: “¿Habéis visto? El mundo es un espejo, y devuelve a todos el reflejo de su propio rostro”. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 8 de noviembre de 2015

Diferentes visiones: El infierno y el hombre

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

A través de los tiempos cada cultura ha desarrollado su visión particular de esta tierra de suplicios. ¿Dónde queda el verdadero?
Ya que el demonio no acostumbra a hablar sobre sí mismo, el hombre comenzó a buscar todas las referencias posibles sobre el infierno.
La mayoría de las religiones posee aquello que es llamado “un lugar de castigo”, hacia donde se dirige el alma inmortal después de haber cometido ciertos crímenes contra la sociedad (todo parece ser una cuestión de sociedad, no de individuo).
Puede ser el otro margen de un río, donde un can de tres cabezas no permite que nadie salga; o la base de una montaña, que aplasta a las almas bajo su peso.
Para el héroe griego Prometeo, que robó el fuego de los dioses y lo entregó al hombre, el infierno fue permanecer atado a un despeñadero donde todos los días un pájaro venía a comerle el hígado. Jean-Paul Sartre dice en su obra Entre cuatro paredes que el infierno son las otras personas.
Jorge Luis Borges, en un poema, da una descripción interesantísima de lo que nos espera más allá de la vida: la eterna contemplación de un rostro. Para ciertas personas, esto será el paraíso, pues ese rostro será el de alguien que amamos, mientras que para otras será el infierno, pues tendrán que estar siempre contemplando a quien hirieron sin ningún motivo.
Existe una descripción en un libro árabe: una vez fuera del cuerpo, el alma debe caminar por un puente tan fino como el filo de una navaja, teniendo a la derecha el paraíso y a la izquierda una serie de círculos que conducen a la oscuridad en el interior de la Tierra. Antes de cruzar el puente (el libro no explica a dónde conduce), cada uno carga sus virtudes en la mano derecha y sus pecados en la izquierda; el desequilibrio hará que caiga del lado que más pesa debido a sus actos en la Tierra.
El cristianismo habla de un lugar donde se escucharían llantos y rechinar de dientes. El judaísmo se refiere a una caverna interior con espacio para un número determinado de almas, un día el infierno estará lleno y entonces el mundo se acabará.
El Islam habla del fuego donde todos se quemarán “a menos que Dios desee lo contrario”. El Diccionario de Religiones dice que en la época de Cristo algunas corrientes de pensamiento judaicas creían que las almas perversas serían castigadas después de la muerte en un lugar llamado Geena –nombre tomado de un lugar cercano a Jerusalén–, donde se acostumbraba a arrojar la basura de las ciudades próximas. Sin embargo, en Geena no había la idea de un castigo eterno y la pena máxima jamás excedía los 365 días.
Para los hindúes el infierno nunca es un lugar de tormento eterno, ya que creen en la reencarnación del alma después de cierto tiempo, con el objetivo de rescatar sus pecados en el mismo lugar donde los cometió, es decir, en este mundo. Aun así tienen 21 tipos de lugares de sufrimiento en aquello que acostumbran a llamar “las tierras inferiores”.
Los budistas también hacen distinción entre los diversos tipos de castigo que el alma puede enfrentar: ocho infiernos de fuego y ocho completamente helados, además de un reino donde el condenado no siente ni frío ni calor, pero sí hambre y sed infinitas.
Los chinos las almas de los pecadores van a una montaña llamada Pequeña Cerca de Hierro, que es rodeada por otra, la Gran Cerca. Entre ambas existen ocho grandes infiernos superpuestos, cada uno de ellos controlando 16 infiernos pequeños, que a su vez hacían lo mismo con diez millones de infiernos subyacentes.
Los chinos también consideran a los demonios como almas que ya cumplieron su pena, experimentaron el dolor y ahora buscan venganza intentando infligir castigos cada vez peores a los recién llegados. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 1 de noviembre de 2015

Trayendo a Dios: A nuestra vida real

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Dios está en todo lo que nos rodea, y muchas veces nosotros solo le servimos cuando estamos ayudando a nuestro prójimo.
Muchas veces vemos la búsqueda espiritual como algo distante de nuestra realidad. Nada puede ser más equivocado que esta actitud: Dios está en todo lo que nos rodea, y muchas veces nosotros solo le servimos cuando estamos ayudando a nuestro prójimo. Algunos relatos al respecto:

Los errores del pasado

Durante un viaje, Buda encontró a un yogi apoyado en una sola pierna.
“Quemo los errores de mi pasado”, explicó el hombre.
“¿Y cuántos errores has quemado ya?”.
“No tengo la menor idea”.
“¿Y cuántos te falta quemar?”, insistió Buda.
“No tengo la menor idea”.
“Entonces ya es hora de acabar con esto. Para de pedir perdón a Dios y vete a pedir perdón a quien heriste”.

Dando un ejemplo

Preguntaron a Dov Beer de Mezeritch:
“¿Cuál es el mejor ejemplo a seguir? ¿El de los hombres piadosos, que dedican su vida a Dios? ¿El de los hombres cultos, que procuran entender la voluntad del Altísimo?”.
“El mejor ejemplo es el de los niños”, respondió.
“Los niños no saben nada. Aún no aprendieron lo que es la realidad”, fue el comentario general.
“Estáis muy equivocados, porque ellos poseen tres cualidades de las que nunca deberíamos olvidarnos”, dijo Dov Beer: “Están siempre alegres sin motivo. Están siempre ocupados. Y cuando desean algo, saben exigirlo con insistencia y determinación”.

La plegaria y los niños

Un pastor protestante, después de formar familia, no tenía ya tranquilidad para rezar. Cierta noche, al arrodillarse, fue molestado por los juegos de los niños en la sala.
“¡Manda a los niños que se estén quietos!”, gritó.
Asustada, su mujer obedeció. Desde entonces, siempre que el pastor llegaba a casa, todos permanecían silenciosos en el momento de rezar. Pero él sentía que Dios ya no le escuchaba.
Una noche, en medio de la plegaria, preguntó al Señor: “¿Qué es lo que pasa? ¡Tengo la paz necesaria y no consigo rezar!”.
Y un ángel le respondió: “Él escucha palabras, pero no escucha ya las risas. Él nota la devoción, pero ya no percibe alegría”.
El pastor se incorporó y de nuevo gritó a su mujer: “¡Manda a los niños que jueguen! ¡Ellos forman parte de la oración!”.
Y sus palabras volvieron a ser oídas por Dios.

Lo que dirán de ti

Cuando era joven, Abin-Alsar escuchó una conversación de su padre con un derviche.
“Cuidado con tus obras”, dijo el derviche. “Piensa en lo que las generaciones futuras dirán de ti”.
“¿Y qué?”, respondió el padre. “Cuando yo me muera, todo estará acabado y no me importa lo que dirán”.
Abin-Alsar jamás olvidó esa conversación. Durante toda su vida se esforzó para hacer el bien, ayudar a la gente y ejecutar su trabajo con entusiasmo. Se volvió un hombre conocido por su preocupación por los demás; al morir había dejado un gran número de obras que mejoraron el nivel de vida de su ciudad.
En su tumba mandó a grabar el siguiente epitafio:
“Una vida que termina con la muerte es una vida que no valió la pena”.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 25 de octubre de 2015

La vuelta al mundo: Desde el más allá

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Allí, antes de hacer su último viaje (Vera) tomó una decisión. Ya que nunca había podido ni siquiera conocer su país, viajaría entonces después de muerta.
Siempre pensé en lo que sucede cuando esparcimos alguna porción de nosotros mismos por la Tierra. Ya me corté cabellos en Tokio, uñas en Noruega, vi correr mi sangre de una herida al subir una montaña en Francia. En mi primer libro Los archivos del infierno (que jamás fue reeditado) especulaba un poco sobre el tema, como si fuese necesario sembrar un poco del propio cuerpo en diversas partes del mundo de manera que, en una futura vida, algo nos pareciese familiar. Cuando leí en el diario francés Le Figaro un artículo firmado por Guy Barret sobre un caso real acontecido en junio de 2001, cuando alguien llevó hasta las últimas consecuencias esta idea.
Se trata de la americana Vera Anderson, que pasó toda su vida en la ciudad de Medford, Oregón. Siendo ya de edad avanzada fue víctima de un accidente cardiovascular, agravado por un enfisema de pulmón, lo que la obligó a pasar años enteros dentro de un cuarto, siempre conectada a un balón de oxígeno. Esto en sí ya es un suplicio, pero en el caso de Vera la situación era aún más grave porque había soñado con recorrer el mundo y había guardado sus ahorros para hacerlo cuando estuviera jubilada.
Vera consiguió ser trasladada a Colorado, para poder pasar el resto de sus días en compañía de su hijo Ross. Allí, antes de hacer su último viaje –aquel del que jamás volvemos– tomó una decisión. Ya que nunca había podido ni siquiera conocer su país, viajaría entonces después de muerta.
Ross fue a ver al notario local y registró el testamento de la madre: después de morir le gustaría ser incinerada. Hasta aquí, nada de particular. Pero el testamento continúa: sus cenizas debían ser colocadas en 241 pequeñas bolsitas que serían enviadas a los jefes de los servicios de correos de los 50 estados americanos y a cada uno de los 191 países del mundo, de modo que por lo menos una parte de su cuerpo terminase visitando los lugares que siempre soñó.
En cuanto Vera partió, Ross cumplió su último deseo con la dignidad que se espera de un hijo. En cada envío incluía una pequeña carta donde pedía que dieran digna sepultura a su madre.
Todas las personas que recibieron las cenizas de Vera Anderson trataron el pedido de Ross con respeto. En los cuatro rincones de la Tierra se creó una silenciosa cadena de solidaridad, donde simpatizantes desconocidos organizaron ceremonias y ritos diversos, siempre tomando en cuenta el lugar que a la fallecida señora le hubiera gustado conocer.
De esta manera las cenizas de Vera fueron esparcidas en el lago Titicaca, en Bolivia, siguiendo las antiguas tradiciones de los indios aymaras; en el río que pasa frente al palacio real de Estocolmo, en las márgenes del Choo Praya en Tailandia, en un templo sintoísta en el Japón, en los témpanos de la Antártida, en el desierto del Sahara. Las hermanas de la caridad de un orfanato en América del Sur (el artículo no cita el país) rezaron durante una semana antes de esparcir las cenizas por el jardín, y después decidieron que Vera Anderson debería ser considerada una especie de ángel de la guarda del lugar.
Ross Anderson recibió fotos desde los cinco continentes, de todas las razas, de todas las culturas, mostrando a hombres y mujeres en el acto de honrar el último deseo de su madre. Cuando vemos un mundo tan dividido como el de hoy, donde pensamos que nadie se preocupa por los demás, este último viaje de Vera Anderson nos llena de esperanza al saber que aún existe respeto, amor y generosidad en el alma de nuestro prójimo, por más distante que él esté. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

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