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domingo, 24 de noviembre de 2013

Religión y fe: Caminos por recorrer

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Porque el secreto no está en lo que dices, sino en cómo lo dices. Siempre que tengas que disparar la flecha de la verdad, no olvides mojar antes la punta en un tarro de miel.

Cómo decir las cosas adecuadas

Hace algunos meses estaba yo almorzando en México cuando una amiga –Cristina Belloni– hizo el siguiente comentario: –Me parece que Dios ha dejado de escucharme porque no dejo de darle la lata.
Todos los que estaban en la mesa rieron. Por mi parte, creo que Dios escucha siempre, aunque le pidamos mucho por alguna cosa. De todas formas, el comentario de Cristina me hizo acordarme de una historia que el jesuita Anthony de Mello cuenta en su libro El enigma del Iluminado:
Presintiendo que próximamente iba a estallar una guerra civil en su país, el sultán llamó a uno de sus mejores videntes, y le preguntó cuánto tiempo le quedaba aún de vida.
–Mi venerado señor vivirá lo suficiente para ver a todos sus hijos muertos.
En un acceso de furia, el sultán mandó ahorcar inmediatamente a aquel que profería palabras tan aterradoras. Entonces, ¡la guerra civil era una verdadera amenaza! Desesperado, llamó a un segundo vidente.
–¿Cuánto tiempo viviré? –le preguntó, queriendo saber si aún sería capaz de controlar una situación potencialmente explosiva.
–Señor, Dios le concedió una vida tan larga, que irá más allá de la generación de sus hijos, y llegará a la generación de sus nietos.
Agradecido, el sultán ordenó que lo recompensaran con oro y plata. Al salir del palacio, un consejero le comentó al vidente:
–Tú has dicho lo mismo que el vidente anterior y, sin embargo, el primero ha sido ejecutado mientras que a ti te dan una recompensa. ¿Por qué tal cosa?
–Porque el secreto no está en lo que dices, sino en cómo lo dices. Siempre que tengas que disparar la flecha de la verdad, no olvides mojar antes la punta en un tarro de miel.

Gandhi frente a la iglesia

En su autobiografía, Mohandas Gandhi cuenta que, durante su periodo de estudiante en África del Sur, se interesó por los Evangelios, y llegó a considerar seriamente la posibilidad de convertirse al catolicismo.
Para obtener más conocimientos, resolvió ir a la iglesia del barrio en el que vivía. Una vez allí, un hombre le preguntó:
–¿Qué desea?
–Escuchar una misa –respondió Gandhi–. Y pedir alguna ayuda de Dios.
Gentilmente, el hombre le dijo:

–Por favor, diríjase a la iglesia que se encuentra a dos manzanas de aquí. Esta es solo para blancos.
Gandhi nunca más volvió a una iglesia.

Frases del ciberespacio

Piensa en tu pasado, y sabrás tu futuro (proverbio chino).
A algunas personas les encanta la prisión, solo para poder soñar con la libertad (John Popper).
El miedo transforma en extrañas a personas que siempre fueron amigas (anónimo).
Si quieres ver un arco iris, antes tienes que aprender a disfrutar de la lluvia (anónimo).
Texto retirado de: La Revista

domingo, 17 de noviembre de 2013

Entre monos y monas... Es necesario el diálogo

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Hace unos días, entendí que lo que más le molestaba a mi mujer era que yo me quedara en silencio. Actuando así, parecía que la estaba ignorando, que me distanciaba con sentimientos virtuosos haciendo que se sintiese mezquina e inferior”.
Todos los amigos del rabino Iaakov consideraban que la esposa de este era una mujer muy difícil, pues para ella cualquier pretexto era bueno para empezar a discutir.
Iaakov, sin embargo, nunca respondía a las provocaciones.
Hasta que, en la boda de su hijo Ishmael, mientras centenares de invitados se divertían, el rabino empezó a atacar a su mujer, y lo hizo de tal forma que todos los presentes se dieron cuenta.
–¿Qué ha pasado? –le preguntó a Iaakov un amigo una vez se serenó su ánimo–. ¿Por qué has roto tu vieja costumbre de no responder nunca a las provocaciones?
–Fíjate cómo ella está ahora más contenta –le susurró el rabino.
En efecto, la mujer parecía disfrutar ahora mucho más de la fiesta.
–¡Pero si habéis discutido en público! ¡No entiendo ni tu reacción ni la de ella! –insistió el amigo.
–Hace unos días, entendí que lo que más le molestaba a mi mujer era que yo me quedara en silencio. Actuando así, parecía que la estaba ignorando, que me distanciaba con sentimientos virtuosos haciendo que se sintiese mezquina e inferior.
»Como la quiero tanto, he decidido perder la cabeza delante de todo el mundo. Ella vio que comprendía sus emociones, que era igual a ella, y que aún quiero mantener el diálogo.

El mono y la mona discuten

Sentados en la rama de un árbol, el mono y la mona contemplaban la puesta de sol. En un momento dado, ella preguntó:
–¿Qué es lo que hace que el cielo cambie de color cuando el sol llega al horizonte?
–Si queremos explicarlo todo, no vivimos –respondió el mono–. Quédate callada y vamos a mantener nuestro corazón alegre en este atardecer tan romántico.
La mona se puso furiosa.
–Eres primitivo y supersticioso. Ya no prestas atención a la lógica, y lo único que te interesa es aprovechar la vida.
En ese mismo momento, pasaba por allí un ciempiés.
–¡Ciempiés! –gritó el mono–. ¿Cómo consigues mover todas esas patas en perfecta armonía?
–¡Nunca he pensado en eso!– fue la respuesta.
–¡Entonces, piénsalo ahora! ¡A mi mujer le gustaría saber la explicación!
El ciempiés miró sus patas, y empezó:
–Bueno... yo flexiono este músculo... no, no es eso, yo tengo que inclinar mi cuerpo hacia aquí...
Durante media hora, intentó explicar cómo movía sus patas y, a medida que lo intentaba, se confundía cada vez más. Finalmente, cuando quiso proseguir su camino, ya no sabía cómo andar.
–¿Ves lo que has hecho? –gritó desesperado– ¡Con la ansiedad de entender cómo funciono, he perdido los movimientos!
–¿Ves lo que ocurre con quien quiere explicarlo todo?– dijo el mono, volviendo a contemplar la puesta de sol en silencio.

La reflexión

Cuidado con tus pensamientos: se pueden transformar en palabras.
Cuidado con tus palabras: pueden transformarse en acciones.
Cuidado con tus acciones: acaban transformándose en hábitos.
Cuidado con tus hábitos: ellos configuran tu carácter.
Cuidado con tu carácter: va a determinar tu destino.
Texto retirado de: La Revista

lunes, 11 de noviembre de 2013

Diario inexistente: Sabiduría y religión

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Cuando encendemos la luz interior, lo primero que vemos son las telas de araña y el polvo. Nuestros puntos débiles. Ya estaban allí, pero tú no veías nada porque estaba todo oscuro”.

San Francisco (EE.UU.)

Camino por un parque con mi editor americano, Jonh Loudon, y su mujer, Sharon. Podemos ver la ciudad de San Francisco a lo lejos, iluminada por el sol poniente. Sharon escribió un libro sobre un monasterio benedictino, y cuenta que las oraciones de la tarde, llamadas “vísperas”, son cantos de esperanza por la certeza de que la noche acabará.
–Las vísperas nos indican la necesidad que tenemos de aproximarnos al otro, cuando llega la noche –dice ella–. Pero nuestra sociedad ha olvidado la importancia de esta aproximación, y finge valorar mucho la capacidad que cada uno tiene para enfrentarse solo a las propias dificultades. Ya no rezamos juntos. Escondemos nuestra soledad como si fuese vergonzoso admitirla.
Sharon hace una pausa, y concluye: –Yo misma fui así durante un tiempo, hasta que un día perdí el miedo a depender de los demás, porque me di cuenta de que los otros también me necesitaban.

Brive, Francia

Un aprendiz de ocultismo que conozco, con la esperanza de impresionar positivamente a su maestro, leyó algunos manuales de magia y decidió comprar los materiales que se indicaban en los textos.
Con mucha dificultad, consiguió determinado tipo de incienso, algunos talismanes, y una estructura de madera con caracteres sagrados escritos en un orden determinado. Al ver esto, su maestro le comentó: –¿Tú crees que enrollándote cables de ordenador alrededor del cuello vas a adquirir la sabiduría de la máquina? ¿Piensas que comprando sombreros y ropas sofisticadas vas a hacerte con el buen gusto y la sofisticación de quien los creó? Aprende a usar los objetos como aliados, no como guías.

Kawaguchiko, Japón

Conocí a la pintora Miie Tamaki durante un seminario sobre Energía Femenina. Le pregunté cuál era su religión.
–Ya no tengo religión –respondió.
Notando mi sorpresa, se explicó:
–Fui educada para ser budista. Los monjes me enseñaron que el camino espiritual es una constante renuncia: tenemos que superar nuestra envidia, nuestro odio, nuestras angustias de fe, nuestros deseos.
»Conseguí librarme de todo esto, hasta que un día mi corazón se quedó vacío: los pecados se habían marchado, y con ellos mi naturaleza humana.
»Al principio estaba contenta, pero me di cuenta de que ya no compartía las alegrías ni las pasiones de las personas que me rodeaban. En ese momento decidí abandonar la religión: hoy tengo mis conflictos, mis momentos de rabia y de desesperación, pero tengo la seguridad de que estoy nuevamente cerca de las personas y, por lo tanto, también cerca de Dios.

Lourdes, Francia

Cuando me encontraba haciendo el camino de Roma, uno de los cuatro caminos sagrados de mi tradición mágica, me di cuenta –después de veinte días prácticamente solo– de que estaba mucho peor que al principio del recorrido. Con la soledad, aparecieron sentimientos mezquinos, amargos, innobles.
Busqué a la guía del camino, y le comenté la situación. Le dije que, al iniciar aquella peregrinación, pensaba que iba a acercarme a Dios, y que, sin embargo, después de tres semanas me sentía mucho peor.
–Tú estás mejor, no te preocupes –dijo ella–. En realidad, cuando encendemos la luz interior, lo primero que vemos son las telas de araña y el polvo. Nuestros puntos débiles. Ya estaban allí, pero tú no veías nada porque estaba todo oscuro. Ahora resultará mucho más fácil ponerte a limpiar tu alma.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 10 de noviembre de 2013

Ojo a los detalles: Historias del corazón

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“A un hombre se le puede arrebatar todo, excepto su libertad de escoger –cualesquiera que sean las circunstancias– la manera como le parece que debe actuar”.
Adaptado de un texto de Portia Nelson (Stories for the Heart) he escogido:
1. Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Estoy distraído, pensando en mis cosas, y caigo dentro. Me siento perdido, infeliz, incapaz de pedir ayuda. No ha sido culpa mía, sino de quien cavó allí ese agujero. Me enfado, me desespero, soy una víctima de la irresponsabilidad de los demás, y me quedo mucho tiempo allí dentro.
2. Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Finjo que no lo veo: no es problema mío. Caigo dentro una vez más. No me puedo creer que ha vuelto a ocurrirme esto: tenía que haber aprendido la lección y haber mandado a alguien para tapar el agujero. Me quedo mucho tiempo allí dentro.
3. Camino por la calle. Hay un agujero tapado. Lo veo. Sé que está ahí, porque ya he caído en él dos veces. No obstante, soy una persona habituada a realizar siempre el mismo trayecto. De manera que caigo por tercera vez. Es la costumbre.
4. Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Lo evito rodeándolo. Justo después de pasar, escucho a alguien gritando –debe de haber caído en ese agujero. Cortan el paso por esta calle, y no puedo proseguir.
5. Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Pongo unas tablas encima. Puedo continuar mi camino, y nadie volverá a caer nunca ahí.

Rumbo a la feria del libro de Chicago

Iba yo de Nueva York a Chicago, rumbo a la feria del libro de la American Booksellers Association, cuando, de repente, un muchacho puesto en pie en medio del pasillo del avión se dirige a los pasajeros:
–Necesito doce voluntarios. Cada uno va a llevar una rosa, cuando aterricemos.
Varias personas levantaron la mano. Yo también la levanté, pero no fui elegido.

De todas maneras, decidí acompañar al grupo. Bajamos, el joven señaló a una muchacha que se encontraba en el vestíbulo del aeropuerto de O’Hare. Uno a uno, los pasajeros le fueron entregando las rosas a la chica. Al final, el joven le pidió que se casara con él en frente de todo el mundo, y ella aceptó.
Un auxiliar de vuelo me comentó:
–Desde que trabajo aquí esto es lo más romántico que he visto en este aeropuerto.

De la esencia del perdón

Uno de los soldados de Napoleón cometió un crimen –la historia no dice cuál– y fue condenado a muerte. En la víspera del fusilamiento, la madre del soldado fue a implorar por su vida.
–Señora, lo que su hijo hizo no merece clemencia– repuso Napoleón.
–Lo sé –dijo la madre–. Si la mereciese, ya no sería propiamente un perdón. Perdonar es la capacidad de ir más allá de la venganza o la justicia.
Al oír estas palabras, Napoleón conmutó la pena de muerte por el exilio.

El derecho de elegir

El doctor Víktor Frankl, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, escribió en su diario: “Los que han vivido en estos lugares de muerte aún consiguen recordar que, durante la noche, algunos de los que estaban allí iban de tienda en tienda, confortando a los más desesperados, y muchas veces ofreciendo un pedazo de pan o de patata que había sobrado.
“Pocos eran capaces de actuar así, pero estos pocos daban a todos la mayor de las lecciones: a un hombre se le puede arrebatar todo, excepto su libertad de escoger –cualesquiera que sean las circunstancias– la manera como le parece que debe actuar”.
Texto retirado de: La Revista
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