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domingo, 28 de agosto de 2011

Importancia de los aliados

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

¿Quiénes son?             


“Únete a todos los que experimentan, se arriesgan, caen, se hacen daño, y se vuelven a arriesgar. Apártate de aquellos que afirman verdades,  critican a quienes no piensan como ellos,”.

El guerrero de la luz que no comparte con los demás la alegría de sus decisiones, jamás conocerá sus propias cualidades y defectos. Por lo tanto, antes de empezar a hacer nada, busca aliados, gente que se interesa por lo que estás haciendo. No digo: “busca otros guerreros de la luz”. Digo: encuentra personas con diferentes habilidades, porque la lucha de un guerrero por sus sueños no se diferencia de cualquier otro camino seguido con entusiasmo. 

Tus aliados no serán necesariamente aquellas personas a quienes todos miran, ante quienes se deslumbran y de quienes afirman: “no hay nadie mejor”. Muy al contrario: son personas que no temen errar, y por lo tanto, yerran mucho. Es por ello que lo que hacen no siempre es elogiado o reconocido.

Pero es este tipo de persona el que transforma el mundo, y tras muchos errores consigue acertar con algo que marcará la diferencia en su comunidad. 

Los aliados son personas que no pueden esperar a que las cosas sucedan para después decidir cuál es la mejor postura que se puede adoptar: ellos deciden a medida que actúan, aun sabiendo que ese tipo de comportamiento es muy arriesgado. Convivir con los aliados es importante para un guerrero de la luz; juntos, todos entienden que, antes de escoger el objetivo, son libres de cambiar de idea. Pero, después de haber determinado el objetivo, se concentran solo en los pasos que deben dar. Y a medida que caminan, piensan: “cada paso requiere mucho esfuerzo, pero vale la pena correr el riesgo, vale la pena apostar la propia vida”. Los mejores aliados son aquellos que no piensan como la mayoría de la gente. Por eso, al buscar compañeros para compartir el entusiasmo por el sueño, es importante creer en la intuición, y no dar importancia a los comentarios ajenos. Únete a todos los que experimentan, se arriesgan, caen, se hacen daño, y se vuelven a arriesgar. Apártate de aquellos que afirman verdades,  critican a quienes no piensan como ellos, jamás darían un paso sin estar seguros de que se les respetará por ello, y prefieren la comodidad de la certeza que la tensión de la duda. 

Únete a los que se exponen y no temen ser vulnerables: estos miran lo que hace su prójimo, no para juzgarlo, sino para admirarlo por su valentía y dedicación. 

Tal vez el guerrero se sienta tentado a pensar que su sueño no interesa a todo el mundo, como por ejemplo, a los panaderos o a los agricultores. Pero ellos tendrán en el guerrero de la luz un buen modelo de perseverancia y valor. 

Por lo tanto, cada uno tiene algo diferente que enseñar, y es la suma de estas diferencias lo que llamamos “sabiduría”. Únete a los que son flexibles, y entienden las señales del camino. Son personas que no dudan en cambiar su rumbo cuando se encuentran con una barrera infranqueable, o cuando vislumbran una oportunidad mejor. Únete a los que jamás dirán: “ya he terminado, tengo que parar aquí”. Porque así como el invierno sigue a la primavera, nada termina nunca, y la senda del guerrero es un camino sin fin. Después de alcanzar su objetivo, encuentra un nuevo desafío, y hay que volver a empezar, poniendo siempre en práctica todo lo que aprendió mientras caminaba. 

Únete a quien camina con la cabeza erguida, aunque tenga lágrimas en los ojos. Apártate de quien camina con la cabeza erguida porque nunca lloró, porque nunca miró a los lados. 

Un verdadero guerrero de la luz no confunde la arrogancia con la autoridad, la alegría con la superficialidad, la persistencia con la impaciencia. Él tiene sus dudas, a veces se siente oprimido por la soledad, pero sabe que existe mucha gente que piensa como él, y que encontrar a sus verdaderos aliados es tan solo cuestión de tiempo.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 21 de agosto de 2011

Importancia de las palabras

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Mensaje esencial


“Y mientras no se invente un nuevo proceso de comunicación más directo que la palabra, tendremos que contentarnos con ella, aunque a veces sea demasiado pobre para describir lo que sentimos”.

“En el principio existía la Palabra”: todos conocemos esta frase de la Biblia. Lo más interesante es que no se compara a Dios con una figura, con un efecto de la naturaleza, sino con una expresión gramatical. En mi oficio de escritor estoy obligado a concentrarme en la importancia de las palabras, pero creo que todo ser humano debe siempre prestar atención a lo que dice y a lo que oye. 

Tenemos que compartir. Aunque conozcamos la información, es importante no dejarse llevar por el pensamiento egoísta de llegar solo al fin de la jornada. Quien hace esto descubre un paraíso vacío, sin ningún interés especial, y pronto se morirá de aburrimiento. 

No podemos coger las luces que iluminan el camino y cargar con ellas a cuestas. Si actuamos así, llenaremos nuestras mochilas con linternas y tendremos que deshacernos del alimento que nos da fuerza para seguir adelante: el amor.  Tenemos que  recibir estímulo, consejos. Pero a veces, por inseguridad, interrumpimos una conversación en la mitad, por miedo de mostrar a nuestro interlocutor que desconocemos aquel asunto. ¿Cuál es el problema de aprender? ¿Por qué nos sentimos humillados cuando alguien toca un tema que desconocemos? Nadie tiene la obligación de saberlo todo. Dijo Albert Einstein: “Cien veces al día me acuerdo de que mi vida interior y la exterior dependen del trabajo que otros hombres están haciendo ahora. Por eso tengo que esforzarme para devolver por lo menos una parte de esta generosidad, y no puedo dejar ni un momento vacío”. 
Y mientras no se invente un nuevo proceso de comunicación más directo que la palabra, tendremos que contentarnos con ella, aunque a veces sea demasiado pobre para describir lo que sentimos. Dice el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade en una carta a su nieto: “Admito que amo de las plantas la carga de silencio, Luis Mauricio, / Pero hay que intentar el diálogo cuando la soledad es un vicio”. Conozco a personas que no dan importancia a las palabras. Pero conozco también a personas que temen a las palabras.

Sí, es verdad que a veces decimos: “¡Anda!, hace tiempo que no discuto con fulanito” o “nunca he tenido una gripe”. De repente, al día siguiente, cogemos una gripe o discutimos con fulanito.

Entonces concluimos: trae mala suerte comentar las cosas buenas que nos suceden.

Nada de eso. En verdad, antes de cualquier problema, el Alma del Mundo nos muestra cuánto tiempo estuvimos sin enojarnos con determinada cosa. Nos quiere decir lo generosa que ha sido la vida hasta ese momento, y lo seguirá siendo, si superamos con coraje el obstáculo.  Habla. Dialoga. Participa. Nada hay más despreciable que el “observador” acomodado y cobarde. Tu valor al expresar opiniones te ayudará a crecer en cualquier dificultad. Habla de las cosas buenas de tu vida a todo el que quiera oír: el Alma del Mundo necesita mucho de tu alegría, y Dios se alegrará al ver tu sonrisa. Habla de los momentos difíciles que puedes estar viviendo: da una oportunidad a los demás para que te den lo que necesitas, aunque sea tan solo una palabra de apoyo.

La palabra es poder. Las palabras transforman el mundo y al hombre. Los vencedores hablan con orgullo de los milagros de sus vidas. Cuanta más energía positiva haya a tu alrededor, más energía positiva atraerás, y más se alegrarán los que bien te quieren. En cuanto a los envidiosos, a los derrotados, estos solo podrán hacerte daño si tú les das ese poder.

“Mi baile, mi bebida y mi canto son el lecho donde reposará mi alma cuando vuelva al mundo de los espíritus”, dijo un sabio indonesio. Por lo tanto, usa verbos, sujetos, predicados, y canta tus alegrías y penas, pero canta todos los días de tu vida.
Texto retirado de: La Revista

domingo, 14 de agosto de 2011

Árbol de la inmortalidad

Por Paulo Coelho 

El Alquimista


Búsqueda eterna  

“Todas las luchas que entablamos son por causa de los nombres: propiedad, envidia, riqueza, inmortalidad. Pero cuando olvidamos el nombre y buscamos la realidad que se oculta tras las palabras, tenemos todo lo que deseamos, y también paz de espíritu”.


Cuenta el famoso poeta persa Rumi que cierto día, en una aldea del norte de lo que hoy es Irán, apareció un hombre que contaba historias maravillosas sobre un árbol que daba la inmortalidad a quien comiese de sus frutos. La noticia no tardó en llegar a oídos del rey, pero antes de que pudiera preguntar dónde se hallaba tal prodigio de la naturaleza, el viajero había partido.


El rey, sin embargo, estaba decidido a hacerse inmortal, pues quería gozar de tiempo suficiente para convertir su reino en un ejemplo para todos los pueblos del mundo. Cuando era joven, había soñado con hacer desaparecer la pobreza, enseñar la justicia y alimentar a todos y cada uno de sus súbditos. Pero al cabo de poco tiempo se dio cuenta de que ese trabajo duraría más de una generación. Ahora, sin embargo, la vida le daba una oportunidad y él no iba a dejarla escapar.


Encomendó al hombre más valeroso encontrar el árbol, quien partió al día siguiente, llevando consigo dinero suficiente para obtener información, comida y todo lo necesario para alcanzar su meta. Preguntando y ofreciendo recompensas, el hombre recorrió ciudades, atravesó llanuras y escaló montañas. Las personas honestas respondían que ese árbol no existía, los cínicos demostraban un respeto irónico y algunos trapaceros lo enviaban a lugares remotos con tal de conseguir unas monedas a cambio.


Luego de muchas decepciones, el hombre renunció a su búsqueda. Pese a sentir una inmensa admiración por su soberano, iba a regresar con las manos vacías. Sabía que con ello perdería su honor, pero estaba cansado y convencido de que el árbol no existía.


En el camino de vuelta, al subir una pequeña colina, recordó que allí vivía un sabio. Pensó: “No tengo esperanza de encontrar lo que buscaba, pero por lo menos puedo pedir su bendición e implorarle para que rece por mi destino”.


Al llegar frente al sabio, no aguantó más y rompió a llorar. -¿Por qué estás tan desesperado, hijo mío? –preguntó el hombre santo.

-El rey me encomendó la tarea de encontrar un árbol único, uno cuyo fruto nos da la vida eterna. Siempre he cumplido mis tareas con lealtad y coraje, pero esta vez regreso con las manos vacías.


El sabio echó a reír: -Lo que buscas existe y está hecho del agua de la Vida que proviene del infinito océano de Dios. Tu error fue buscar una forma, un nombre.


“A veces eso que buscas se llama ‘árbol’, otras veces, ‘sol’. La podemos llamar cualquier cosa que exista sobre la faz de la tierra. Sin embargo, para encontrar el fruto hay que renunciar a la forma  y buscar el contenido.


“Cualquier cosa en la que está la presencia de la Creación es eterna en sí misma. Nada puede ser destruido; cuando nuestro corazón para de latir, nuestra esencia se transforma en la naturaleza que nos rodea. Podemos convertirnos en árboles, en gotas de lluvia, en plantas, incluso en otro humano.

“¿Por qué detenerse en la palabra “árbol” y olvidar que somos inmortales? Renacemos en nuestros hijos, en el amor que manifestamos para con el mundo, en cada uno de los gestos de generosidad y caridad que tenemos. 

“Regresa y di al rey que no tiene que preocuparse de encontrar el fruto de un árbol mágico: cada actitud suya y cada decisión que tome ahora permanecerán por muchas generaciones. Pídele, por tanto, que sea justo con su pueblo; si hace su trabajo con dedicación, nadie lo olvidará, y su ejemplo influirá en la historia de su gente y estimulará a sus hijos y nietos  a actuar siempre de la mejor manera posible.


“Y dile que todo aquel que busca un nombre, permanecerá  siempre atado a las apariencias, sin descubrir jamás el misterio oculto de las cosas ni el milagro de la vida.

Texto retirado de: La Revista

miércoles, 10 de agosto de 2011

DELANTE DE MUNDOS NUEVOS

En materia de mundos a conquistar, no nos olvidemos de que todos, individualmente, respiramos en el mundo que nos es propio.

Pidamos a los enanos docos para que interpreten, de improviso, el pensamiento musical de Beethoven; insistamos con los esquimales para que expresen, sin demora, los conceptos que puedan aliniar sobre el derecho romano o roguemos a nuestros amigos indígenas para que asimilen, de inmediato, alguna definición de Spinosa, y, seguramente, no ejerceríamos sino violencia sobre el campo mental en que aprenden, esperando que el tiempo les ofrezca la necesaria maduración.

No nos vale de nada fantasear incursiones demasiado profundas en el espacio infinito, sin la justa preparación ante la vida que nos espera.

Sin duda, es natural que la ciencia medite en la indagación de nuevos dominios de la naturaleza, construyendo en el presente las bases de las grandes hazañas con que fulgirá el futuro. Sin embargo, si quisiéramos escalar los peldaños de la Vida Mayor, ingresando en círculos más amplios y más elevados del amor y de la inteligencia, es preciso que sepamos partir de la conciencia egoísta a la que aún nos ajustamos, al precio de estudio y abnegación, trabajo y perfeccionamiento, en el rumbo de las Esferas Superiores, a reflejar la luz de la Vida Cósmica, que solamente a costa de educación y bondad nos acogerá en su infinito esplendor.
                      Fin
Pintura de: Kwon Kyung Yup
Tomada del blog Recogedor
Por el espírituEmmanuel
Psicografía: 

Texto tomado del: 
Libro "
NACER Y RENACER
".

domingo, 7 de agosto de 2011

Aceptarte a ti mismo

Por Paulo Coelho 

El Alquimista


Vivir mejor 

“Debemos, siempre que sea posible, celebrar hoy las pequeñas victorias de ayer, por más insignificantes que parezcan. Mañana se aproxima una nueva lucha que exigirá nuestra atención y esfuerzo...”.


Cuando ganes, celébralo. Celebrar una conquista es importante, es un rito de pasaje. Esta victoria costó momentos difíciles, noches de dudas, interminables días de espera. Desde los tiempos antiguos, alegrarse por un triunfo forma parte del propio ritual de la  vida.


La conmemoración marca el final de una etapa  aunque, por increíble que parezca, mucha gente se rehúsa a hacerla por miedo a la decepción, a atraer el “mal de ojo”. Quien así actúa, no se beneficia del mejor regalo que la victoria nos da: confianza.


Debemos, siempre que sea posible, celebrar hoy las pequeñas victorias de ayer, por más insignificantes que parezcan. Mañana se aproxima una nueva lucha que exigirá nuestra atención y esfuerzo: el recuerdo de un éxito nos hace más fuertes para la próxima batalla. A continuación  algunas pequeñas historias al respecto.


Aceptando que merece lo mejor

El famoso pianista Arthur Rubinstein (1887-1982) se atrasó para un almuerzo en un importante restaurante de Nueva York.  Sus amigos estaban ya preocupados cuando Rubinstein finalmente apareció al lado de una rubia espectacular, con un tercio de su edad.


Conocido por su tacañería, esa tarde él pidió los platos más caros, los vinos más raros y sofisticados. Y al final, pagó la cuenta con una sonrisa en los labios.


Sé que les va a extrañar –dijo Rubinstein– pero hoy fui al abogado a hacer mi testamento. Dejé una buena cantidad para mi hija, también para mis parientes e hice generosas donaciones para obras de caridad. De repente, me di cuenta de que yo no estaba incluido en mi testamento: ¡todo era de los otros! Y a partir de ahí, he decidido tratarme a mí mismo con más generosidad.


Aceptar que merece el presente

La periodista Belisa Ribeiro estaba maquillándose para ir a una fiesta cuando se detuvo y se contempló en el espejo.

He aquí como me vi –cuenta– Estaba intentando equilibrar en las manos el lápiz de labios, el delineador de ojos, el colorete y el rímel. Me quedé pensando: ¿por qué actúo así? ¿Por qué agarro tantas cosas si solo puedo usar una de ellas cada vez?


Coloqué todo en el cesto de maquillaje y volví a empezar. Procuré acordarme de tantas veces en mi vida en que actué de este modo, viviendo un momento y pensando en otro, quedando estresada por cosas que tenían día y hora señalados para ser vividas. A partir de aquel momento, me prometí que cada minuto de mi vida tendría su propia bendición, y yo estaría completamente concentrada en ella”.


Aceptar que merece los dones

Durante una conferencia en Australia, una joven se aproxima. “Quiero contarle algo” me dice: “Siempre pensé que tenía el  don de curar, pero nunca había tenido el valor de utilizarlo con nadie. Un día, mi marido tenía mucho dolor en su pierna izquierda, no había nadie cerca que pudiera ayudar y decidí –aunque muerta de vergüenza– colocar mis manos sobre su pierna y pedir que el dolor desapareciera.


Actué sin creer que sería capaz de ayudarlo. De repente, escuché que rezaba en voz alta: “Permite, Señor, que mi mujer sea mensajera de Tu luz, de Tu fuerza”, decía. Mi mano comenzó a calentarse y el dolor de él desapareció.


Después le pregunté por qué había rezado de aquella manera, y me contestó que no recordaba haber dicho nada. Así, hoy soy capaz de curar porque él confió en que era posible”.

Texto retirado de: La Revista
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