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lunes, 27 de octubre de 2014

El arte de ver mejor: Cosas visibles e invisibles

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

 La vida es el arte de ver más allá de las apariencias. Nuestra existencia está recubierta por miedos e indecisiones. Pero si decidimos retirar estos sobrantes, podremos llevar adelante la misión que nos fue destinada.
Cierta vez preguntaron al escultor Miguel Ángel cómo hacía para crear obras tan magníficas. “Es muy sencillo”, respondió él. “Cuando miro un bloque de mármol, veo la escultura adentro. Todo lo que tengo que hacer es retirar los sobrantes”.
En el fondo, la vida es el arte de ver más allá de las apariencias. La obra de arte de nuestra existencia está, muchas veces, recubierta por años de miedos, culpas e indecisiones. Pero si nos decidimos a retirar estos sobrantes, si no dudamos de nuestra capacidad, podremos llevar adelante la misión que nos fue destinada.
A continuación, algunos relatos sobre el arte de ver mejor lo que está sucediendo:

Creyendo sin ver

Un emperador dijo al rabino Yeoschoua ben Hanania:
—Me gustaría mucho ver a vuestro Dios.
—Es imposible –respondió el rabino.
—¿Imposible? Entonces, ¿cómo puedo confiar mi vida a alguien a quien no puedo ver?
—Muéstreme el bolsillo donde tiene guardado el amor por su mujer. Y déjeme pesarlo, para ver si es grande.
—No sea tonto: nadie puede guardar el amor en un bolsillo.
—El sol es apenas una de las obras que el Señor colocó en el universo y, sin embargo, usted no puede verlo directamente.
Tampoco puede ver el amor, pero sabe que es capaz de enamorarse de una mujer y confiarle su vida.
¿No le parece evidente que existen ciertas cosas en las que confiamos sin ver?

El rostro oculto

Nasrudin fue hasta la casa de un hombre rico, a pedir dinero para obras de caridad. Un paje acudió a abrir el portón.
—Anuncie que el mullah Nasrudin está aquí y necesita dinero para ayudar a los otros –dijo el sabio. El paje entró y regresó minutos después.
—Mi señor no está en casa.
—Entonces permita que le deje un consejo, aunque no haya contribuido para las obras de caridad: la próxima vez que no esté en casa, recuérdele que no deje su rostro en la ventana, porque si no la gente puede pensar que está mintiendo.

Viéndose a sí mismo

—Cuando mires a tus compañeros, procura mirarte a ti mismo –dijo el maestro japonés Okakura Kakuso.
—Pero, ¿no es esto una actitud egoísta? Cuestionó un discípulo. —Si nos preocupamos por nosotros mismos, jamás veremos lo que los otros tienen de bueno para ofrecer.
—Ojalá siempre consiguiéramos ver las cosas buenas que están a nuestro alrededor –contestó Kakuso– pero, en verdad, cuando miramos al prójimo, estamos solo buscando defectos. Intentamos descubrir su maldad, porque deseamos que sea peor que nosotros.
Nunca lo perdonamos si nos hiere, porque creemos que jamás seríamos perdonados por él.
Conseguimos herirlo con palabras duras, afirmando que decimos la verdad, cuando apenas estamos intentando ocultarla de nosotros mismos. Fingimos que somos importantes para que nadie pueda ver nuestra fragilidad.
Por eso, siempre que estés juzgando a tu hermano, ten conciencia de que eres tú quien está en el tribunal.
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 12 de octubre de 2014

Enfretamiento: El bien y el mal

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Al fin de cuentas, ¿nuestra naturaleza es buena o mala? Desde sus orígenes la raza humano está condenada a moverse en la eterna división entre los dos opuestos.
Mi nuevo libro, El demonio y la señorita Prym, trata de un tema que nos atormenta desde la noche de los tiempos: ¿nuestra naturaleza es buena o mala? Para escribir sobre eso investigué varias escuelas, leyendas y estudios filosóficos. Dos teorías me llamaron la atención, justamente por ser muy antiguas y mostrar posiciones diferentes.

Persia: el hombre como aliado del bien

La primera historia de que se tiene noticia sobre la división entre el Bien y el Mal nace en la antigua Persia: el dios del tiempo, después de haber creado el universo, siente que le falta algo muy importante: compañía con quien disfrutar de aquella belleza.
Durante mil años, él reza para tener un hijo. La historia no dice a quién se lo pide, ya que es todopoderoso, señor único y supremo. Aun así, reza y termina generando un hijo en su interior.
Al percibir que lo consiguió, el dios del tiempo se arrepiente. Pero es demasiado tarde, su hijo ya está en camino. Todo lo que él consigue con su llanto es hacer que el hijo que traía en el vientre se divida en dos. Cuenta la leyenda que de la oración del dios del tiempo nace el Bien (Ormuz) y de su arrepentimiento nace el Mal (Arimán) hermanos gemelos.
Preocupado, él arregla todo para que Ormuz salga primero de su vientre, controlando a su hermano y evitando que Arimán cause problemas al universo. No obstante, como el Mal es astuto y capaz, empuja a Ormuz en el momento del parto, y nace primero.
Desolado, el dios resuelve crear compañeros para Ormuz: hace nacer la raza humana, que luchará con él para dominar a Arimán y evitar que el Mal se haga dueño de la situación.
En la leyenda persa, pues, la raza humana nace como aliada del Bien y, según la tradición, vencerá al final. Otra historia sobre la División, no obstante, surge muchos siglos después, con una versión opuesta: el hombre como instrumento del Mal.

La Biblia: la división trae dolor y sufrimiento

Pienso que la mayoría de los lectores sabe a lo que me refiero: un hombre y una mujer están en el jardín del Paraíso, gozando delicias imaginables. Solo existe una única prohibición: la pareja jamás puede conocer lo que significan el Bien y el Mal. Dice el Señor Todopoderoso (Génesis, 17): “Del árbol del conocimiento del Bien y el Mal no comerás”.
Y un buen día surge la serpiente, asegurando que este conocimiento era más importante que el propio paraíso, y que debían poseerlo. La mujer se niega, diciendo que Dios la amenazó con la muerte, pero la serpiente le garantiza que no sucederá nada de eso: por el contrario, el día en que conozcan lo que es el Bien y el Mal serán iguales a Dios.
Convencida, Eva come el fruto prohibido y da parte de él a Adán. A partir de ahí, el equilibrio original del paraíso se deshace, y los dos son expulsados y maldecidos. Pero una frase enigmática, pronunciada por Dios, da la razón a la serpiente: “He aquí que el hombre se hizo semejante a uno de nosotros, conocedor del Bien y del Mal”. También en este caso (igual al dios del tiempo, que reza aun cuando sea señor absoluto) la Biblia no explica con quién habla el Dios único, ni tampoco si él es único, porque está refiriéndose a “uno de nosotros”.
Sea como fuere, desde sus orígenes la raza humana está condenada a moverse en la eterna División entre los dos opuestos. Y aquí estamos nosotros, con las mismas dudas que nuestros antepasados, y sin ninguna respuesta más original al respecto.

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 5 de octubre de 2014

Palabras: Y búsquedas espirituales

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Si dos compañeros de jornada están siguiendo el mismo método, esto significa que uno de ellos está en la senda equivocada. Porque no hay fórmulas para alcanzar la verdad del Camino, y cada uno necesita correr los riesgos de sus propios pasos”.

El poder de la palabra

De todas las poderosas armas de destrucción que el hombre fue capaz de inventar, la más terrible –y la más cobarde– es la palabra.
Los puñales y las armas de fuego dejan rastros de sangre. Las bombas hacen que los edificios y las calles tiemblen. Los venenos terminan siendo detectados.
Pero la palabra destructora consigue despertar el mal sin dejar huella. Los niños son condicionados durante años por sus padres, los artistas son implacablemente criticados, las mujeres son sistemáticamente masacradas por comentarios de sus maridos, los fieles son mantenidos lejos de la religión por aquellos que se juzgan capaces de interpretar la voz de Dios.
Procura ver si tú estás haciendo uso de esta arma. Intenta averiguar si están empleando esta arma contra ti. Y no permitas que ninguna de las dos cosas suceda.

Apolo y Dafne

El dios Apolo persigue a la ninfa Dafne por el bosque. Está enamorado de ella, pero Dafne –siempre cortejada por todos– no aguanta más su propio brillo y pide ayuda a los dioses, diciendo:
“Destruid esta belleza que nunca me deja en paz”.
Los dioses escuchan la petición de Dafne y la transforman en un árbol, el laurel. Apolo ya no consigue encontrarla, pues ahora ella es apenas una parte de la vegetación.
Dafne actuó de una manera que todos conocemos bien: muchas veces matamos nuestros talentos, porque no sabemos qué hacer con ellos.
Es más cómoda la mediocridad de ser apenas “uno más” que la lucha para mostrar todo aquello de lo que somos capaces con los dones que Dios nos dio.

No hay dos caminos iguales

En uno de sus raros escritos, el sabio sufí Hafik comenta la búsqueda espiritual.
«Acepta con sabiduría el hecho de que el Camino está lleno de contradicciones. El Camino muchas veces se niega a sí mismo, para estimular al viajero a descubrir lo que existe después de la próxima curva.
»Si dos compañeros de jornada están siguiendo el mismo método, esto significa que uno de ellos está en la senda equivocada. Porque no hay fórmulas para alcanzar la verdad del Camino, y cada uno necesita correr los riesgos de sus propios pasos.
»Solo los ignorantes quieren imitar el comportamiento de los demás. Los hombres inteligentes no pierden su tiempo con esto, y desarrollan sus habilidades personales; saben que no existen dos hojas iguales en un bosque de cien mil árboles. No existen dos viajes iguales en el mismo Camino».

Doña Cucarachita y la moneda

Una vieja historia infantil nos habla de doña Cucarachita, que encontró una moneda al barrer su casa. Después de pasar mucho tiempo en la ventana, escogiendo el pretendiente adecuado a sus miedos y anhelos, terminó casándose con Juan Ratón. Como todos sabemos, Juan Ratón se cayó en la olla del cocido.
Muchas veces en nuestras vidas, encontramos una moneda que nos concede el destino, y nos parece que este es el único tesoro de nuestras vidas. Acabamos valorándola tanto, que el destino –el mismo que nos entregó esta moneda– se encarga de arrebatárnosla.

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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