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domingo, 27 de septiembre de 2015

Maestros y discípulos: Lecciones inolvidables

“Vosotros estáis juntos porque un bosque es siempre más fuerte que un árbol solitario”, respondió el maestro Nasrudin al discípulo.

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Estar juntos en el mismo propósito es dejar que cada cual evolucione a su manera; este es el camino de los que desean comulgar con Dios”.
Jafar Sadeq es uno de los tradicionales santos de los musulmanes chiitas. Cierta vez se encontró con un religioso y le preguntó:
—¿Quién puede ser considerado sabio?
—Aquel que puede distinguir el bien del mal, respondió el religioso.
—¿Solo eso? Entonces hasta un mono puede ser considerado sabio porque es capaz de distinguir lo que es bueno y lo que es malo para él.
El hombre entonces devolvió la pregunta:
—Ya que es así, entonces, ¿puede decirme usted quién puede ser considerado sabio?
—Aquel que cuando tiene que escoger entre dos cosas buenas y dos cosas malas, es capaz de escoger la mejor de las cosas buenas y la menos grave de las cosas malas.

Entre la fe y la oración

—¿Hay algo más importante que la oración?, preguntó el discípulo al maestro.
El maestro pidió que el discípulo fuese hasta un arbusto próximo y cortase una rama. El discípulo obedeció.
—¿El árbol continúa vivo? —preguntó el maestro.
—Tan vivo como antes.
—Entonces vuelve allí y corta la raíz.
—Si lo hago, el árbol morirá.
—Las oraciones son las ramas de un árbol, cuya raíz se llama fe —dijo el maestro. —Puede existir fe sin oración, pero no puede existir oración sin fe.

Siguiendo la conciencia

Después de muchos años de gobierno, el rey Arturo volvió a la presencia del mago Merlín, su instructor.
—Procuré seguir mi conciencia en todos los actos de mi gobierno —dijo. Espero que esté satisfecho.
—¿Cómo trataste a los que no creían en Dios? —preguntó Merlín.
—Con la severidad que merecen los incrédulos.
—¿Y a los que no honraban sus compromisos?
—Con la prisión, para no desmoralizar el trabajo de la gente honesta.
—¿Y cómo trataste a las prostitutas?
—Con represión, para evitar que el país perdiese la dignidad y la moral.
—No entendiste nada de lo que te enseñé, fue el triste comentario de Merlín.
—Tenías que haber ayudado a los más débiles, pero te limitaste a intentar agradar a los que actuaban bien.

La importancia del bosque

Todos los maestros dicen que el tesoro espiritual es un descubrimiento solitario. Entonces, ¿por qué estamos juntos?, preguntó uno de los discípulos al maestro sufi Nasrudin.
—Vosotros estáis juntos porque un bosque es siempre más fuerte que un árbol solitario, respondió Nasrudin.
—El bosque mantiene la humedad del aire, resiste mejor un huracán y ayuda al suelo a ser fértil.
Pero lo que hace que un árbol sea resistente es su raíz. Y la raíz de una planta no puede ayudar a otra a crecer.
Estar juntos en el mismo propósito es dejar que cada cual evolucione a su manera; este es el camino de los que desean comulgar con Dios. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 20 de septiembre de 2015

El proceso creativo: Para lograr el éxito

Debemos reconocer cuándo cosechar. El trigo recogido prematuramente está verde. Y se pudre al esperar mucho.

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Cuando la cosecha termina, llega el momento en que es necesario compartir, sin miedo ni vergüenza, su propia alma.
Todo proceso creativo, ya sea la literatura, la ingeniería, la informática –e incluso el amor–, sigue siempre un mismo patrón: el ciclo de la naturaleza.
Brisa del campo: En el momento en que se levanta la tierra, el oxígeno penetra donde antes no lo conseguía. El campo cobra un nuevo rostro, la tierra que estaba encima ahora está debajo y lo que estaba abajo se transformó en superficie. Este proceso de revolución interior es muy importante, porque, de la misma forma en que el nuevo rostro de aquel campo verá la luz del sol por primera vez y se deslumbrará con ella, una revaloración de nuestros valores permitirá ver la vida con inocencia y sin ingenuidad. Así, estaremos preparados para el milagro de la inspiración. Un buen creador debe estar siempre cavando en sus valores y nunca aceptar sin más aquello que cree entender.
La siembra: Toda obra es fruto del contacto con la vida. El hombre creador no puede encerrarse en una torre de marfil; necesita estar en contacto con los demás. Nunca va a saber de antemano cuáles serán las cosas importantes en el futuro, de modo que cuanto más intensa sea su vida, más posibilidades tendrá de encontrar un lenguaje original. Le Corbusier decía que “mientras el hombre quiso volar imitando los pájaros, nunca lo consiguió”. Pasa lo mismo con el artista; aunque sea un traductor de emociones, el lenguaje que está traduciendo no es totalmente conocido por él y si intenta imitar o controlar la inspiración, nunca llegará donde quiere. Necesita permitir que la vida sea como el campo fértil de su inconsciente.
La maduración: Existe un tiempo en el cual la obra se escribe sola, con libertad, en el fondo del alma del autor, antes de que este se atreva a manifestarla. En el caso de la literatura, por ejemplo, el libro está influyendo en el escritor, y viceversa. El poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade se refiere a ese momento cuando dice que nunca debemos intentar recoger los versos que se pierden, ya que no merecían ver la luz del día. Conozco a gente que durante la maduración está tomando compulsivamente notas de todo lo que pasa por su cabeza, sin respetar lo que está siendo escrito en el inconsciente. El resultado es que las notas, fruto de la memoria, terminan perturbando los frutos de la inspiración. El creador necesita respetar el tiempo de gestación, aunque sepa que, al igual que el agricultor, solo posee un control parcial de su campo, ya que está sujeto a la sequía o a las inundaciones. Sin embargo, si sabe esperar, la planta más fuerte que resistió a las intemperies saldrá a la luz con toda su fuerza.
La cosecha: Es el momento en que el hombre va a manifestar en un plano consciente aquello que sembró y dejó madurar. Si lo recoge antes de tiempo, la fruta estará verde, si lo recoge después, la fruta estará podrida. Todo artista sabe reconocer el momento. Aunque algunas preguntas no hayan madurado suficientemente en él y ciertas ideas no estén todavía claras, estas van a organizarse a medida que se desarrolle la obra. Sin miedo y con disciplina, él entiende que es preciso trabajar de sol a sol hasta completar su trabajo.
¿Y qué hacer con los resultados de la cosecha? De nuevo, miremos a la madre naturaleza: ella lo comparte todo con todos. Un artista que quiera guardar su obra para sí mismo, no está siendo justo con lo que recibió del presente ni con las enseñanzas de sus ancestros. Si dejamos el grano en el granero, se pudrirá, aunque haya sido cosechado en el momento oportuno. Cuando la cosecha termina, llega el momento en que es necesario compartir, sin miedo ni vergüenza, su propia alma. Esta es la misión del artista, por más dolorosa o gloriosa que sea. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 13 de septiembre de 2015

El porqué de mi éxito: Factores que inciden

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

No existe ningún secreto. Pero existen tres factores que, a mi entender, hacen que el universo siempre conspire a favor de quien quiere realizar un sueño”.
Existen tres factores que, a mi entender, hacen que “el universo siempre conspire a favor de quien quiere realizar un sueño”.
El primer factor: es necesario estar absolutamente convencido de lo que se está haciendo. A partir del momento en que decidí vivir de la literatura, abandoné todas las demás posibilidades de subsistencia. Dejé mi trabajo como escritor de letras de canciones, guionista de TV y periodista, y decidí dedicar toda mi energía a aquello que me daba alegría de vivir. Como todos los demás, tenía una familia que mantener, pero mi familia me apoyó; porque el amor siempre es la fuerza que está detrás de cualquier iniciativa.
El segundo factor: uno no puede realizar un sueño por sí solo, debe encontrar sus aliados. Y mis aliados fueron los lectores, que mediante el boca a oreja consiguieron difundir el trabajo de un escritor desconocido. Cuando a alguien le gusta lo que ha leído, recomendará el libro a un amigo, a un novio, a un hijo. El apoyo inicial que parte del lector también protege al autor de los eventuales ataques de la prensa; como ya leyó la obra, la juzgó y recomendó, cuando el lector esté ante una crítica negativa, se acordará de su propio juicio y no se dejará influir.
Finalmente, descubra una manera personal de compartir su sueño. Esto, en literatura, se llama estilo. Intenté hablar de temas antiguos, utilizando un lenguaje moderno. Los manuscritos originales tenían casi el triple de páginas, pero me obligué a pensar que el lector era capaz de utilizar su imaginación en la construcción de los escenarios, de modo que me limité a narrar los conflictos de los personajes. La experiencia ha probado que no me había equivocado.
Un autor tiene que correr riesgos: no se debe dejar esclavizar por los temas, en la esperanza de agradar a su lector.
Necesita ser honesto en lo que escribe y transparente consigo mismo; porque el lector se dará cuenta cuando esté delante de una novela escrita únicamente para satisfacer las “tendencias del mercado”, y se sentirá traicionado. Yo nunca puedo prever lo que unos millones de lectores en el mundo entero, de culturas diferentes, van a pensar de aquello que están leyendo y, por consiguiente, escribo para la única persona con quien tengo cierta intimidad: yo mismo.
Cuando empiezo un libro, entablo el duro combate entre quién soy y qué parte me gustaría mejorar de mí mismo.
Cualquier actividad creativa es una aventura dolorosa y fascinante a la vez: por un lado, existe el miedo a descubrir nuestros propios fantasmas; por otro, está la excitación de saber que somos más interesantes de lo que pensamos.
Y para este buceo en el alma, es necesario un proceso creativo bien definido, del cual hablaremos la próxima semana. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

domingo, 6 de septiembre de 2015

Iluminación espiritual: El problema de los otros

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Si ustedes quieren, pueden escoger entre pasar a tener el problema que está escrito o pedir a otro que les entregue el que colocaron en la cesta”.
Érase una vez un sabio muy conocido que vivía en una montaña del Himalaya. Cansado de convivir con los hombres había elegido una vida sencilla, y pasaba la mayor parte del tiempo meditando. Su fama, sin embargo, era tan grande que las personas estaban dispuestas a andar por caminos estrechos, subir colinas escarpadas, vencer ríos caudalosos solo para poder conocer a aquel hombre santo, al que juzgaban capaz de resolver cualquier angustia del corazón humano.
El sabio, como era un hombre lleno de compasión, daba un consejo aquí, otro allí, pero procuraba siempre librarse pronto de los visitantes indeseados. A pesar de ello, estos aparecían en grupos cada vez mayores, hasta que cierto día una verdadera multitud golpeó su puerta diciendo que el diario local había publicado una amplia nota sobre él, incluyendo varias historias hermosas e interesantes a su respecto, y todos estaban seguros de que él sabía cómo superar las dificultades de la vida.
El sabio no dijo nada, solo les pidió que se sentaran y esperasen. Pasaron tres días y fue llegando más gente. Cuando ya no había espacio para nadie más, él se dirigió al grupo:
—Hoy voy a dar la respuesta que todos desean. Pero ustedes tienen que prometerme que, una vez que tengan sus problemas solucionados, les dirán a los nuevos peregrinos que me mudé de aquí, para que yo pueda seguir viviendo en la soledad que tanto deseo. Si insistieran en saber adónde fui, ustedes les enseñarán el ritual que haré a continuación, para que nadie pueda quejarse de que la verdadera sabiduría es inaccesible.
Hombres y mujeres hicieron un juramento sagrado: si el sabio cumplía lo prometido, ellos no dejarían que ningún peregrino subiera la montaña.
—Díganme sus problemas –pidió el sabio.
Alguien comenzó a hablar, pero pronto fue interrumpido por otras personas, puesto que todos sabían que aquella era la última audiencia pública que el santo hombre estaba concediendo, y tenían miedo de que él no tuviese tiempo de escucharlos a todos. Minutos después, ya se había creado la mayor confusión: muchas voces gritando al mismo tiempo, gente llorando, hombres y mujeres arrancándose el cabello de desesperación porque era imposible hacerse oír.
El sabio dejó que la situación se alargue un poco hasta que gritó:
—¡Silencio! La multitud se calmó inmediatamente.
—¡Siéntense en el suelo y esperen!
Todos obedecieron. Él entró en su pequeña cabaña y pronto volvió con hojas de papel, lápices y una cesta de mimbre. Distribuyó el papel, pidió que cada uno escribiese su peor problema, lo doblase en cuatro y lo colocase en la cesta.
Cuando todos hubieron terminado el sabio recogió la cesta y la sacudió bastante, de modo que los papeles quedaran bien mezclados. Luego la devolvió a la gente:
—Pasen esta cesta por todos, y que cada uno saque el papel que está encima y lea lo que está escrito. Si ustedes quieren, pueden escoger entre pasar a tener el problema que está escrito o pedir a otro que les entregue el que colocaron en la cesta.

Cada uno de los presentes cogió un papel, lo leyó y se quedó horrorizado. Concluyeron que aquello que habían escrito, por peor que fuese, no era tan serio como lo que afligía a su vecino. Dos horas después habían cambiado  los papeles y cada uno volvió a colocar en su bolsillo aquel donde había escrito su problema, aliviado por saber que su aflicción no era tan dura como se imaginaba.
Agradecieron la lección, bajaron de la montaña con la seguridad de que eran más felices que los otros y nunca más dejaron que nadie perturbara la paz del sabio. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista
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