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domingo, 8 de mayo de 2011

Decisiones de vida


Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Hércules y sus caminos

“Si quisieras amor, es preciso amar. Si quisieras el Cielo, debes ser digno de entrar por sus portones. Si quisieras ser recordado, debes estar preparado para luchar cada minuto de tu vida”.

Todos nosotros ya hemos oído hablar de Hércules, el famoso héroe de la antigua Grecia. El texto siguiente es una adaptación hecha por el escritor americano James Baldwin sobre uno de los episodios que marcaron la juventud de aquel que, según la mitología, realizaría doce trabajos en nombre de la justicia.

Hércules era joven e inexperto; tenía una larga vida, pero su corazón vivía insatisfecho. Miraba a su alrededor y veía que la mayor parte de sus amigos pasaban casi todo el tiempo divirtiéndose, bebiendo y saliendo con chicas, mientras que él trabajaba.

Un día su padrastro le pidió que comprara levadura de pan. Hércules obedeció. Al llegar a una encrucijada no supo qué dirección tomar. El camino de la derecha era accidentado y lleno de piedras, carente de cualquier belleza natural, pero Hércules notó que conducía hacia una hermosa cordillera de montañas azules en el horizonte. El camino de la izquierda era ancho y llano; estaba bordeado por un río de aguas claras, contorneaba una plantación de árboles frutales y había pájaros cantando en toda su extensión. Sin embargo, una bruma matinal no permitía ver a dónde iba a dar.

Mientras el joven meditaba, procurando descubrir la mejor decisión para cumplir la misión encomendada, notó que dos bellas mujeres se aproximaban, cada una por un camino. La que venía por la vereda arbolada llegó primero, ya que el trayecto era más fácil de recorrer; Hércules notó que tenía el rostro dorado por el sol, los ojos brillantes, y se dirigió a él con voz dulce y persuasiva:

-¡Hola, muchacho de inmensa fuerza y actitud correcta!, dijo. Sígueme y te conduciré por lugares amenos, donde no hay tormentas para castigar tu cuerpo, ni problemas para entristecer tu alma. Vivirás como tus amigos, en una ronda incesante de música y alegría, y nada te faltará: ni el vino que refresca, ni las camas confortables, ni las más bellas mozas de la región. Ven conmigo y tu vida será un sueño.

A esta altura, la otra mujer –que venía por el sendero de la montaña– también había llegado a la encrucijada. Y dijo a Hércules:
-No puedo prometerte nada de eso. Todo lo que encontrarás en mi camino es aquello que puedas conseguir con tu fuerza y tu voluntad. El sendero por donde te conduciré es irregular y asustador, a veces con subidas muy inclinadas, a veces con valles donde los rayos del sol nunca consiguen entrar. Los paisajes que verás pueden ser majestuosos e imponentes, o solitarios y aterradores.

Sin embargo, este es el camino que conduce hasta las montañas azules de la fama y de la conquista, que puedes ver a distancia. No puedes llegar a ellas sin esfuerzo, y todo lo que desees debe ser fruto de tu trabajo. Si quieres comer, tendrás que plantar. Si quisieras amor, es preciso amar. Si quisieras el Cielo, debes ser digno de entrar por sus portones. Si quisieras ser recordado, debes estar preparado para luchar cada minuto de tu vida.

-¿Cómo te llamas? –dijo Hércules.
-Algunos me llaman Trabajo, respondió la mujer, pero otros me llaman Virtud, y yo prefiero este último nombre.
Hércules entonces se dirigió hacia la otra mujer.
-¿Y cuál es tu nombre?
-Algunos me llaman Placer, dijo la que venía del camino florido, pero prefiero ser llamada Suerte.
-Placer, no puedo ver hasta dónde conduce el sendero para el cual me convidas, comentó Hércules.
-Por otro lado, la Virtud me muestra las montañas en el horizonte y donde puedo llegar con el resultado de mis esfuerzos.

Y tomando a la Virtud de la mano, entró con ella en el camino que conducía hacia su propio destino.
Texto retirado de: La Revista

miércoles, 4 de mayo de 2011

LA CANDELA


La candela luminosa, encima del velador, no es solamente un problema de verbalismo doctrinario.

Claro que nuestras convicciones públicas revelan pensamientos abiertos y corazón aireado, en la sincera demostración de nuestras concepciones más íntimas. La enseñanza de Cristo, entretanto, lanzó raíces más profundas en el suelo de nuestro entendimiento.

La lámpara encendida de la lección divina es, antes de nada, el símbolo de nuestra actitud positiva, en los variados ángulos de la existencia.

El discípulo del Evangelio es invitado a afirmarse, en el mundo, a cada instante.

Si fuiste ofendido, no conserves la luz del perdón en las curvas obscuras de los melindres enfermizos.

Si encontraste la dificultad, no escondas el coraje en los resbaladeros de la fuga.

Si fuiste sorprendido por la prueba, no entierres el talento de la fe en el desierto del desánimo.

Si fuiste alcanzado por el dolor, no lances la esperanza al despeñadero de la indiferencia.

Si sufres persecución y calumnia, no arrojes la oración en el precipicio del desespero.

Si la lucha te impuso la marcha entre espineros, ofreciéndote hiel y vinagre, no ocultes tu valor espiritual, bajo los detritos de la inconformidad o del desaliento.

Haz tu viaje en la Tierra, en compañía del Amigo Celestial, con el corazón elevado a la Voluntad Divina, con la cabeza erguida en la fidelidad a la religión del deber bien cumplido, de conciencia edificada en el bien invariable y de brazos activos y diligentes en la plantación de las buenas obras.

No ocultes tus conocimientos de orden superior y aprende a usarlos, en beneficio de los semejantes y en favor de ti mismo, porque así, aunque el sacrificio supremo en la cruz se te haga premio entre los hombres, adquirirás en la Vida Mayor la felicidad de haber buscado la luz de tu propia sublimación.

Pintura de: Derek Gores
Tomada del blog Recogedor
Por el espírituEmmanuel
Texto tomado del: 
Libro "
NACER Y RENACER
".

domingo, 1 de mayo de 2011

Orar, la clave


Por Paulo Coelho 

El Alquimista

El guerrero y la fe

“Orar y velar: ese debe ser el lema del guerrero de la luz. Si solo vela, empezará a ver fantasmas donde no los hay. Si solo reza, no tendrá tiempo de ejecutar las obras que el mundo tanto necesita”.

Henry James compara la experiencia con una inmensa tela de araña que, extendida a nuestro alrededor, es capaz de atrapar no solo lo necesario, sino también el polvo que flota en el aire.

Muchas veces lo que llamamos “experiencia” no es más que la suma de nuestras derrotas. Miramos al frente con el miedo de quien ya cometió demasiados errores en la vida, y no tenemos el valor de dar el siguiente paso.

Lord Salisbury dijo: “si crees todo lo que dicen los médicos, pensarás que todo daña la salud. Si crees todo lo que dicen los teólogos, te convencerás de que todo es pecado. Si crees todo lo que dicen los militares, llegarás a la conclusión de que nada es absolutamente seguro”.

Hay que aceptar las pasiones y no renunciar al entusiasmo de las conquistas; ellas forman parte de la vida, y alegran a todos los que participan de ellas. Pero el guerrero  de la luz nunca pierde de vista las cosas duraderas ni los lazos creados con solidez a través del tiempo: sabe distinguir lo pasajero de lo definitivo.

Existe un momento, sin embargo, en que las pasiones desaparecen sin avisar. A pesar de toda su sabiduría, el guerrero se deja dominar por el desánimo: de una hora para otra, la fe ya no es la misma de antes, las cosas ya no suceden como soñaba, surgen de manera injusta e inesperada las desgracias, y él empieza a pensar que sus plegarias ya no son oídas. 

Continúa rezando y cumpliendo los cultos de su religión, pero no consigue engañarse; el corazón no responde como antes y las palabras parecen no tener sentido.

En este momento, solo existe un camino posible: continuar practicando. Hacer las plegarias por obligación, o por miedo. Insistir, aunque todo luzca inútil.

El ángel encargado de recoger sus palabras, y que es también responsable de la alegría de la fe, está dando un paseo. Pero regresa más tarde, y solo podrá encontrar al guerrero si oye una plegaria o una súplica de sus labios.

Dice la leyenda que, tras una exhaustiva sesión matinal de oraciones en el monasterio de Piedra, el novicio preguntó al abad si las oraciones hacían que Dios se acercase a los hombres.

Te responderé con otra pregunta –dijo el abad–. Estas oraciones, ¿harán que mañana salga el sol?

¡Claro que no! ¡El sol nace porque obedece a una ley universal! 
- Entonces, esa es la respuesta a tu pregunta. Dios está cerca de nosotros, independientemente de las oraciones que digamos.

¿Entonces nuestras oraciones son inútiles?, replicó el novicio.
- En absoluto. Si no te levantas temprano, nunca conseguirás ver la salida del sol. Si no rezas, aunque Dios esté siempre cerca, jamás notarás su presencia.

Orar y velar: ese debe ser el lema del guerrero de la luz. Si solo vela, empezará a ver fantasmas donde no los hay. Si solo reza, no tendrá tiempo de ejecutar las obras que el mundo tanto necesita. Cuenta otra leyenda, esta vez del Verbo Seniorum, que el abad Pastor acostumbraba a decir que el abad Juan había rezado tanto que ya no tenía que preocuparse: sus pasiones habían sido vencidas.

Las palabras del abad fueron escuchadas por un sabio del monasterio de Sceta, quien convocó a los novicios. –Habéis oído decir que el abad Juan no tiene más tentaciones que vencer –dijo–. 

La falta de lucha debilita el alma. Vamos a pedir al Señor que envíe una tentación bien poderosa para el abad Juan. Si vence esta tentación, pediremos otra, y luego otra. Y cuando luche otra vez contra las tentaciones, rezaremos para que nunca diga: “Señor, aparta de mí este demonio”. Rezaremos para que pida: “Señor, dame fuerzas para enfrentar el mal”. 
Texto retirado de: La Revista
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