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domingo, 16 de enero de 2011

Lección de solidaridad

Por Paulo Coelho

El Alquimista 

La princesa adoptada

“El reencuentro estuvo lleno de alegría y emoción... Enseguida encontró un sentimiento de solidaridad... Ni el tiempo ni las diferencias lograrán jamás destruir el amor fraternal”.

La siguiente historia (verídica) me la contó mi amigo el escritor Arnaldo Niskier. Estudiando su árbol genealógico para la elaboración de un libro sobre la tradición judaica, Niskier descubrió que el rabino Shabbetai Ben Meir Ha-Kohen (1621-1663) guardaba una relación directa de parentesco con su abuela Rifka Rapaport Topel.

Mientras estudiaba y escribía, el rabino Shabse (su nombre simplificado), que nació en Lituania, jamás se olvidaba de sus compromisos familiares. Casado con la hija de otro rabino muy rico, pudo dedicarse a los estudios del código civil judaico. Lo único que lo afligía era la invasión periódica de los cosacos comandados por Bogdan Chminiecki, que eran violentísimos. En una ocasión, llegaron a matar a diez mil personas apenas porque eran judíos. ¿Se puede concebir semejante atrocidad?

En una de estas invasiones, Shabse envolvió a su hija recién nacida, Ester, en una manta, y se internó en el bosque intentando escapar de la violencia. Al día siguiente, sintió que la criatura estaba muy débil, y que probablemente iba a morir; como carecía de conocimientos médicos, la puso en el suelo con delicadeza, y fue a buscar ayuda.

Antes de que hubiese conseguido regresar, los cosacos se retiraron de la región y el rey de Polonia se dirigió a la ciudad, atravesando el bosque. Un soldado descubrió el cuerpo de la niña, y llamó al médico de la corte para que diese su diagnóstico; la pequeña estaba muy débil, y necesitaba ser socorrida inmediatamente. La llevaron hasta el palacio real, donde se recuperó después de algunos meses de tratamiento.

De ahí en adelante, se hizo buena amiga de la hija del rey, la princesa María. Crecieron juntas hasta los seis años de edad. A Ester se la trató como una “princesa adoptada”, con los mismos privilegios de la princesa auténtica. Pero no quiso convertirse a la religión católica pues, al conocer su historia, supo que era judía, y quiso continuar como tal.

Ester, entonces, fue devuelta a su padre, creció junto a su familia, y los tiempos del palacio se transformaron en un dulce, pero lejano recuerdo. Hasta que, para hacer frente a una nueva guerra, el gobierno aumentó los impuestos a los judíos de manera exagerada. Si las cosas continuaban igual, todos acabarían arruinándose. Alguien tuvo la idea de recurrir a Ester. Al fin y al cabo, ¿no era ella amiga de la princesa? Hacía mucho tiempo que no se veían, pero no se perdía nada por intentarlo. Ester pidió audiencia, y María la concedió, pues echaba de menos a su amiga de la infancia.

El reencuentro estuvo lleno de alegría y emoción. Cuando Ester le explicó a la princesa lo que estaba ocurriendo, enseguida encontró en esta un sentimiento de solidaridad. María habló con su padre, que decidió atender a las peticiones de su hija –y de la “princesa adoptada”–.

“Porque ni el tiempo ni las diferencias lograrán jamás destruir el amor fraternal, la comunidad israelita pudo salvarse”.
Texto retirado de: La Revista

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