Silencio augusto cae sobre la Ciudad Santa. La antigua capital de Judea parece dormir su sueño de muchos siglos. Más allá descansa Getsemaní, donde el Divino Maestro lloró en una larga noche de agonía, acullá está el Gólgota sagrado y en cada cosa silenciosa hay un trazo de la Pasión que las épocas guardarán para siempre. Y, en medio de todo el escenario, como un velo cristalino de lágrimas, pasa el Jordán silencioso, como si sus aguas mudas, buscando el Mar Muerto, quisiesen esconder de las cosas tumultuosas de los hombres los secretos insondables del Nazareno.
Fue así, en una de estas noches que vi Jerusalén, viviendo su eternidad de maldiciones.
Los Espíritus pueden vibrar en contacto directo con la historia. Buscando una relación íntima con la ciudad de los profetas, procuraba observar el pasado vivo de los Lugares Santos. Parece que las manos iconoclastas de Tito pasaran por allí como ejecutoras de un decreto irrevocable. Por todas partes aún persiste un soplo de destrucción y desgracia. Legiones de duendes, embozados en sus vestimentas antiguas, recorren las ruinas sagradas y en medio de las fatalidades que pesan sobre el emporio muerto de los judíos, no oyen los hombres los gemidos de la humanidad invisible.
En las márgenes calladas del Jordán, tal vez no lejos del lugar sagrado, donde el Precursor bautizó a Jesucristo, divisé a un hombre sentado sobre una piedra. De su expresión fisonómica se irradiaba una simpatía cautivante.
-¿Sabe quién es éste? - murmuró alguien a mis oídos. - Éste es Judas.
-¡¿Judas?!…
-Sí. Los Espíritus aprecian, a veces, no obstante el progreso que ya alcanzaran, volver atrás, visitando los sitios donde se engrandecieran o prevaricaran, sintiéndose momentáneamente transportados a los tiempos idos. Entonces sumergen el pensamiento en el pasado, regresando al presente, dispuestos al heroísmo necesario del futuro. Judas acostumbra venir a la Tierra, en los días en que se conmemora la Pasión de Nuestro Señor, meditando en sus actos de antaño…
Aquella figura de hombre me magnetizaba. Yo no estoy aún libre de la curiosidad del reportero, mas entre mis maldades de pecador y la perfección de Judas existía un abismo. Pero; mi atrevimiento y la santa humildad de su corazón. se unieron para que yo lo acaparase, procurando oírlo.
-¿Realmente, es usted el ex hijo de Iscariotes?
-Sí, soy Judas-respondió aquel hombre triste, enjugando una lágrima en los dobleces de su larga túnica.
Como el Jeremías, de las Lamentaciones, contemplo a veces esta Jerusalén arruinada, meditando en el juicio de los hombres transitorios…
-¿Es verdad todo cuanto reza el Nuevo Testamento con respecto a su personalidad en la tragedia de la condenación de Jesús?
-En parte… Los escribas que redactaron los evangelios no atendieron a las circunstancias y a las intrigas políticas que predominaron por encima de mis actos en la nefasta crucifixión. Poncio Pilatos y el tetrarca de Galilea, además de sus intereses individuales en la cuestión, aun tenían a su cargo salvaguardar los intereses del Estado romano, empeñado en satisfacer las aspiraciones religiosas de los ancianos judíos. Siempre la misma historia. El Sanedrín deseaba el reino del cielo peleando por Jehová, a hierro y fuego; Roma quería el reino de la Tierra. Jesús estaba entre esas fuerzas antagónicas con su pureza inmaculada. Ahora bien, yo era uno de los apasionados por las ideas socialistas del Maestro; pero mi excesivo celo por la doctrina me hizo sacrificar a su fundador. Por encima de los corazones, yo veía la política, única arma con la cual podría triunfar y Jesús no obtendría ninguna victoria. Con sus teorías nunca podría conquistar las redes del poder ya que, en su manto de pobre, se sentía poseído de un santo horror a la propiedad. Planeé entonces una rebelión sorda como se proyecta hoy en día en la Tierra la caída de un jefe de Estado. El Maestro pasaría a un plano secundario y yo reclutaría colaboradores para una obra vasta y enérgica como la que hizo más tarde Constantino Primero, el Grande, después de vencer a Maxencio a las puertas de Roma, lo cual, por lo demás, apenas sirvió para desvirtuar el Cristianismo. Pues, entregando al Maestro a Caifás, no juzgué que las cosas llegasen a un fin tan lamentable y, atormentado de remordimientos, presumí que el suicidio era la única manera de redimirme a sus ojos.
-¿Y llegó a salvarse por el arrepentimiento?
-No. No lo conseguí. El remordimiento es una fuerza preliminar para los trabajos reparadores. Después de mi muerte trágica me hundí en siglos de sufrimientos expiatorios de mis faltas. Sufrí horrores en las persecuciones infligidas en Roma a los adeptos de la doctrina de Jesús y mis pruebas culminaron en una hoguera inquisitorial, donde, imitando al Maestro, fui traicionado, vendido y usurpado. Víctima de la felonía y de la traición dejé en la Tierra los últimos resquicios de mi crimen, en la Europa del Siglo XV. Desde ese día, en que me entregué por amor al Cristo a todos los tormentos e infamias que me degradaban, con resignación y piedad por mis verdugos, cerré el ciclo de mis dolorosas reencarnaciones en la Tierra, sintiendo en la frente, el ósculo de perdón de mi propia conciencia…
-Y hoy está meditando en los días que se fueron… - pensé con tristeza.
-Sí… estoy recapitulando los hechos tal y como pasaron. Y ahora, hermanado con él, que se halla en su luminoso Reino de las Alturas que aún no es de este mundo, siento en estos caminos la señal de sus divinos pasos. Lo veo aún en la cruz entregando a Dios su destino… Siento la clamorosa injusticia de los compañeros que lo abandonaron enteramente y me viene una recordación cariñosa de las pocas mujeres que lo ampararon en el doloroso trance… En todos los homenajes prestados a Él, yo soy siempre la figura repugnante del traidor… Observo complacientemente a los que me acusan sin pensar si pueden lanzar la primera piedra… Sobre mi nombre pesa la maldición milenaria, como sobre estos lugares llenos de miseria y de infortunio. Pero, en lo personal estoy saciado de justicia, porque ya fui absuelto por mi conciencia en el tribunal de los suplicios redentores.
-En cuanto al Divino Maestro -continuó Judas con sus lamentos- infinita es su misericordia y no sólo para conmigo, porque si recibí treinta monedas, vendiéndole a sus verdugos, hace muchos siglos que Él está siendo criminosamente vendido en el mundo al mayor y al pormenor, por todos los precios, en todos los patrones del oro amonedado…
-Es verdad - concluí - y los nuevos negociadores del Cristo no se ahorcan después de venderlo.
Judas se apartó tomando la dirección del Santo Sepulcro y yo, confundido en las sombras invisibles para el mundo, vi que en el cielo brillaban algunas estrellas sobre las nubes parduscas y tristes, mientras el Jordán rodaba en su quietud como una sábana de aguas muertas, procurando un mar muerto.
Humberto de Campos
(Comunicación recibida por el médium
Francisco Cándido Xavier, en Pedro Leopoldo, Minas Gerais, Brasil, el 19 de abril de 1935, transcripta de Palabras del Infinito, LAKE - Librería Allan Kardec Editora, Pp. 26- 29)
Extraído del “Anuario espirita 2004″
Texto retirado de: Luz Espiritual