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domingo, 9 de junio de 2013

Acciones responsables: Para estar alertas

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Pocos eran capaces de actuar así, pero estos pocos daban a todos la mayor de las lecciones: a un hombre se le puede arrebatar todo, excepto su libertad de escoger –cualesquiera que sean las circunstancias– la manera como le parece que debe actuar”.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Estoy distraído, pensando en mis cosas, y caigo dentro. Me siento perdido, infeliz, incapaz de pedir ayuda. No ha sido culpa mía, sino de quien cavó allí ese agujero. Me enfado, me desespero, soy una víctima de la irresponsabilidad de los demás, y me quedo mucho tiempo allí dentro.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Finjo que no lo veo: no es problema mío. Caigo dentro una vez más. No me puedo creer que ha vuelto a ocurrirme esto: tenía que haber aprendido la lección y haber mandado a alguien para tapar el agujero. Me quedo mucho tiempo allí dentro.
Camino por la calle. Hay un agujero tapado. Lo veo. Sé que está ahí, porque ya he caído en él dos veces. No obstante, soy una persona habituada a realizar siempre el mismo trayecto. De manera que caigo por tercera vez. Es la costumbre.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Lo evito rodeándolo. Justo después de pasar, escucho a alguien gritando –debe haber caído en ese agujero. Cortan el paso por esta calle, y no puedo proseguir.
Camino por la calle. Hay un agujero en la acera. Pongo unas tablas encima. Puedo continuar mi camino, y nadie volverá a caer nunca ahí.

Rumbo a la feria del libro de Chicago

Iba yo de Nueva York a Chicago, rumbo a la feria del libro de la American Booksellers Association, cuando, de repente, un muchacho puesto en pie en medio del pasillo del avión se dirige a los pasajeros:
–Necesito doce voluntarios. Cada uno va a llevar una rosa, cuando aterricemos.
Varias personas levantaron la mano. Yo también la levanté, pero no fui elegido.
De todas maneras decidí acompañar al grupo. Bajamos, el joven señaló a una muchacha que se encontraba en el vestíbulo del aeropuerto de O’Hare. Uno a uno, los pasajeros le fueron entregando las rosas a la chica. Al final, el joven le pidió que se casara con él en frente de todo el mundo, y ella aceptó.
Un auxiliar de vuelo me comentó:
–Desde que trabajo aquí esto es lo más romántico que he visto en este aeropuerto.

De la esencia del perdón

Uno de los soldados de Napoleón cometió un crimen –la historia no dice cuál– y fue condenado a muerte.
En la víspera del fusilamiento, la madre del soldado fue a implorar por la vida de su hijo.
–Señora, lo que su hijo hizo no merece clemencia– repuso Napoleón.
–Lo sé –dijo la madre–. Si la mereciese, ya no sería propiamente un perdón. Perdonar es la capacidad de ir más allá de la venganza o la justicia.
Al oír estas palabras, Napoleón conmutó la pena de muerte por el exilio.

El derecho de elegir

El Dr. Víctor Frankl, superviviente del campo de concentración de Auschwitz, escribió en su diario:
“Los que han vivido en estos lugares de muerte aún consiguen recordar que, durante la noche, algunos de los que estaban allí iban de tienda en tienda, confortando a los más desesperados, y muchas veces ofreciendo un pedazo de pan o de patata que había sobrado.
“Pocos eran capaces de actuar así, pero estos pocos daban a todos la mayor de las lecciones: a un hombre se le puede arrebatar todo, excepto su libertad de escoger –cualesquiera que sean las circunstancias– la manera como le parece que debe actuar”.
Textos adaptados de Portia Nelson (en Stories for the Heart).
Texto retirado de: La Revista 

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