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domingo, 13 de julio de 2014

El sapo hervido ¿Quién se siente así?

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

“Los sapos hervidos no se dan cuenta de que, además de ser eficientes, necesitan ser eficaces. Y para que esto ocurra, existe la necesidad de un continuo crecimiento, con espacio para el diálogo, para la comunicación...”.

El sapo y el agua caliente

Adapto aquí un texto enviado por el abogado Renato Pacca, que atribuye su autoría al gerente de una agencia bancaria de São Paulo:
Varios estudios biológicos demuestran que un sapo colocado en un recipiente con agua de su misma charca, se queda quieto mientras calentamos el agua, aunque esta llegue a hervir. El sapo no reacciona al gradual aumento de temperatura (cambios de ambiente) y muere cuando el agua hierve. Hinchado y feliz.
Sin embargo, otro sapo que sea arrojado en el mismo recipiente con agua ya hirviendo, salta inmediatamente hacia fuera. Medio chamuscado ¡pero vivo!
A veces, somos sapos hervidos. No sentimos los cambios. Nos parece que todo está perfectamente, o que lo que marcha mal terminará pasando –es solo cuestión de tiempo. Estamos a punto de morir, pero seguimos flotando, estables y apáticos, en el agua que se calienta poco a poco. Acabamos muriendo, hinchaditos y felices, sin haber notado cambios en lo que nos rodea.
Los sapos hervidos no se dan cuenta de que, además de ser eficientes (hacer las cosas bien), necesitan ser eficaces (hacer las cosas que tienen que hacerse). Y para que esto ocurra, existe la necesidad de un continuo crecimiento, con espacio para el diálogo, para la comunicación, para compartir y planear, para una relación adulta. El desafío aún mayor está en la humildad de actuar respetando el pensamiento del otro.
Hay sapos hervidos que aún creen que lo fundamental es la obediencia, en lugar de la competencia: manda quien puede, y obedece quien tiene juicio. Y en todo esto, ¿dónde está la vida de verdad? Es mejor salir medio chamuscado de una situación, pero vivos y listos para la acción.

La lección de la mariposa

La lectora Sonaira D’Avila me envía la siguiente historia: Un hombre estaba observando, horas y horas, a una mariposa que se esforzaba por salir de su capullo. Esta logró hacer un pequeño agujero, pero su cuerpo era demasiado grande para pasar por allí. Después de mucho tiempo, pareció que perdía las fuerzas, y se quedó inmóvil.
El hombre, entonces, decidió ayudarla; con unas tijeras, abrió lo restante del capullo, liberándola. Pero su cuerpo estaba encogido, era pequeño, y tenía las alas arrugadas. El hombre continuó observándola, esperando que sus alas se abriesen y levantase el vuelo. Pero no sucedió. La mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo encogido y alas arrugadas, incapaz de volar.
Lo que el hombre –en su gentileza y deseos de ayudar– no comprendía, era que el capullo apretado y el esfuerzo que le es necesario a la mariposa para pasar a través de la abertura, fue el modo que eligió la naturaleza para ejercitarla y fortalecer sus alas.
Algunas veces, un esfuerzo extra es justamente lo que nos prepara para el próximo obstáculo que hemos de enfrentar. Quien se niega a realizar este esfuerzo, o quien recibe una ayuda equivocada, acaba no contando con las condiciones necesarias para vencer la siguiente batalla, y jamás consigue volar hasta su destino.

Sobre el aprendizaje

El rabino Elisha Ben Abuyah solía decir: «Aquellos que están abiertos a las lecciones de la vida, y que no se alimentan de prejuicios, son como una hoja en blanco, en donde Dios escribe sus palabras con tinta divina.
»Aquellos que están siempre viendo el mundo con cinismo y prejuicios, son como una hoja ya escrita, en la que no caben nuevas palabras.
»No te preocupes por lo que ya sabes, ni por lo que ignoras. No pienses en el pasado ni en el futuro, apenas deja que las manos divinas tracen, cada día, las sorpresas del presente».

Foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

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