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domingo, 5 de julio de 2015

Aprender de los mayores: Una lección

Por Paulo Coelho 

El Alquimista

Nuestra vejez dependerá de la manera en que vivimos. Podemos terminar como una ciudad fantasma, o como un generoso árbol, que continúa siendo importante incluso después de no haberse aguantado más en pie”.
Érase una vez un joven llamado Aurangzeb, cuyo trabajo era viajar de ciudad en ciudad, vendiendo sombreros.
Cierta tarde de verano, Aurangzeb atravesaba una extensa y monótona planicie cuando se sintió cansado y decidió echar un sueñecito. Encontró un árbol, colocó la bolsa con sombreros a su lado, se acostó a la sombra refrescante del follaje y se durmió.
Al despertar, descubrió que todos los sombreros habían desaparecido. “¡Oh, no!” se dijo a sí mismo “con tanta gente rica por ahí, ¿por qué los ladrones han ido a robar a un hombre una mercadería de tan poco valor?”.
Al mirar hacia arriba, sin embargo, vio que el árbol estaba repleto de monos usando sus sombreros.
Aurangzeb les gritó, irritado, y ellos le devolvieron el grito.
Aurangzeb hizo gestos agresivos con las manos, y los monos le imitaron. Saltó para ver si conseguía capturar a alguno de ellos, pero los monos también saltaron. Empezó a tirar piedras en dirección al árbol y recibió de vuelta una lluvia de frutos que los monos le arrojaron.
“¡Qué fastidio, nunca voy a conseguir recuperar mi mercadería!”, gritó. Irritado, tiró su propio sombrero al suelo y, ante su gran sorpresa, todos los monos hicieron lo mismo. Rápidamente, Aurangzeb recogió todo y siguió su camino.
Al llegar a la ciudad más próxima, contó la historia de lo sucedido y “Aurangzeb engaña a los monos” se convirtió en una leyenda muy conocida en la región, pasando de padres a hijos.
Cincuenta años más tarde, el joven Habib, nieto del famoso vendedor de sombreros Aurangzeb, aún trabajaba en el negocio de la familia. Acostumbraba a seguir los pasos de su abuelo, y aún recorría las mismas ciudades.
Cierta tarde, después de una larga caminata, se sintió cansado, encontró la sombra de un hermoso árbol, colocó el saco de sombreros a su lado y se acostó para dormir.
Cuando despertó, horas después, descubrió que su mercadería había desaparecido. Blasfemó un poco pero, al mirar hacia arriba, vio un grupo de monos usando los sombreros. Por algunos instantes se sintió frustrado, pero pronto recordó la historia de Aurangzeb.
“Voy a irritar un poco a estos monos estúpidos”, pensó.
Habib silbó a los monos y estos silbaron de vuelta. Agitó las manos, se estiró las orejas, bailó, y los animales repitieron cada uno de sus gestos. Se sonó la nariz y escuchó el ruido de varias narices sonándose.
Viendo que todo funcionaba perfectamente, tiró su sombrero al suelo, esperando que todos hicieran lo mismo.
Un mono bajó del árbol, cogió el sombrero que él había arrojado al suelo, caminó hasta Habib, golpeó su hombro y le dijo: “¿Te crees que eres el único que consiguió aprender algo de los mayores?”.

Actuando como la generación anterior

Caminando con mi mujer por el desierto de Mojave, muchas veces encontré las famosas ciudades fantasmas. Construidas cerca de minas de oro, eran abandonadas cuando todo el producto de la tierra había sido extraído. Habían cumplido su papel, y ya no tenía sentido que siguieran habitadas.
Caminando con mi mujer por los bosques de los Pirineos, vi muchos árboles caídos, después de haber vivido centenares de años. Pero, a diferencia de las ciudades fantasmas, ¿qué sucedió? Habían abierto espacio para que la luz penetrara, habían fertilizado el suelo y sus troncos estaban cubiertos de vegetación nueva.
Nuestra vejez dependerá de la manera en que vivimos. Podemos terminar como una ciudad fantasma, o como un generoso árbol, que continúa siendo importante incluso después de no haberse aguantado más en pie. (O)
Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

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