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domingo, 19 de febrero de 2012

Como si fuese la primera vez: viendo alrededor

Por Paulo Coelho  

El Alquimista
“Que me mire a mí mismo como si fuese la primera vez que estuviese en contacto con mi cuerpo y con mi alma. Y, de esta manera, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser: una sorpresa permanente para mí mismo”.
Yo quiero creer que voy a abrir los ojos a cada día como si fuese la primera vez. Ver a las personas que me rodean con sorpresa y espanto, alegre por descubrir que están a mi lado compartiendo algo llamado “amor”, de lo que se habla mucho pero que se entiende poco.
Subiré al primer autobús que pase, sin preguntar adónde se dirige, y me bajaré en cuanto vea algo que me llame la atención. Pasaré junto a un mendigo que me pedirá una limosna. Tal vez se la dé, tal vez me parezca que se la va a gastar en bebida y pase de largo –escuchando sus insultos, y entendiendo que esta es su manera de comunicarse conmigo. Veré a alguien que está intentando destruir la cabina telefónica. Tal vez intente impedírselo, tal vez entienda que hace eso porque no tiene a nadie con quien conversar al otro lado de la línea, y de esta manera busca espantar su soledad.
Voy a mirarlo todo, y a todos, como si fuese la primera vez, sobre todo las pequeñas cosas, a las que ya estoy acostumbrado, de manera que acabé olvidándome de la magia que me rodea. Las teclas de mi ordenador, por ejemplo, que se mueven con una energía que yo no logro entender. El papel que aparece en la pantalla, y que hace mucho tiempo que no se manifiesta de manera física, aunque yo crea que estoy escribiendo en una hoja en blanco, en la que resulta muy fácil corregir, apretando apenas una tecla. Al lado de la pantalla del ordenador se acumulan algunos papeles que nunca llego a poner en orden por falta de paciencia, pero si empezara a pensar que esconden novedades, todas estas cartas, notitas, recortes, y recibos adquirirían vida propia y tendrían historias curiosas –sobre el pasado y sobre el futuro– que contarme. Tantas cosas en el mundo, tantos caminos recorridos, tantas entradas y salidas en mi vida...
Voy a ponerme una camisa que uso muy a menudo, y por primera vez voy a prestar atención a su etiqueta, a la manera como fue cosida, y voy a intentar imaginarme las manos que la diseñaron, y las máquinas que transformaron este diseño en algo material, visible.
E incluso las cosas a las que estoy acostumbrado –como el arco y las flechas, la taza del desayuno, las botas que se transformaron en una extensión de mis pies de tanto llevarlas– se verán revestidas del misterio del redescubrimiento. Que todo lo que toque mi mano, vean mis ojos, o pruebe mi boca, sea diferente ahora, aunque haya sido igual durante tantos años. De esta manera, todas ellas dejarán de ser naturaleza muerta, y empezarán a transmitirme el secreto de por qué han permanecido tanto tiempo junto a mí, y manifestarán el milagro del reencuentro con emociones que ya habían sido desgastadas por la rutina. 
Quiero mirar por primera vez al sol, si mañana hace buen tiempo; observar el tiempo nublado, si mañana el día es gris. Por encima de mi cabeza existe un cielo del que la humanidad entera, durante millares de años de observación, ya ha dado una serie de explicaciones razonables. Me olvidaré de todo lo que he aprendido sobre las estrellas, y ellas se transformarán de nuevo en ángeles, o en niños, o en cualquier otra cosa en la que tenga necesidad de creer en un momento dado.
Y, finalmente, que me mire a mí mismo como si fuese la primera vez que estuviese en contacto con mi cuerpo y con mi alma.
Y, de esta manera, seguiré siendo lo que soy y lo que me gusta ser: una sorpresa permanente para mí mismo.
Texto retirado de: La Revista

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