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domingo, 5 de junio de 2016

La condición humana: Historias muy cercanas

Por Paulo Coelho  

El Alquimista

Quieren siempre lo contrario de lo que siempre anhelaron: tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida.

Las señales de Dios

Isabelita me cuenta la siguiente leyenda:
Un viejo árabe analfabeto rezaba todas las noches con tanto fervor, que el adinerado jefe de la gran caravana resolvió llamarlo:
–¿Por qué oras con tanta fe? ¿Cómo sabes que Dios existe, si ni siquiera sabes leer?
–Sí sé leer, señor. Leo todo lo que escribe el Gran Padre Celeste.
–¿Cómo así?
El humilde siervo se explicó:
–Cuando recibís una carta de alguien ausente, ¿cómo reconocéis a quien escribe?
–Por la letra.
–Cuando os regalan una joya, ¿cómo sabéis quién la hizo?
–Por la marca del orfebre.
–Cuando oís pasos de animales alrededor de la tienda, ¿cómo sabéis si se trata de un carnero, un caballo, un buey?
–Por las huellas –respondió el jefe, sorprendido ante aquel interrogatorio.
El viejo devoto lo invitó a salir de la tienda y le mostró el cielo.
–Señor, aquellas cosas escritas allá arriba, este desierto aquí abajo, nada de eso podría haber sido diseñado ni escrito por la mano del hombre.

Lo más divertido del hombre

Un discípulo dijo a Hejazi:
–Quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos.
Hejazi le contestó:
–Quieren siempre lo contrario de lo que siempre anhelaron: tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida. Se dejan la salud para tener dinero, y luego se dejan el dinero para tener salud.
–Piensan con tal ansiedad en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro.
–Viven como si jamás fuesen a morir, y mueren como si jamás hubiesen vivido.

¿Quién sigue queriendo este billete?

Cassan Said Amer cuenta la historia de un conferenciante que comenzó un seminario mostrando un billete de 20 dólares y preguntando:
¿Quién quiere este billete de 20 dólares?
Se levantaron varias manos, pero el conferenciante dijo:
–Antes de dárselo, debo hacer una cosa.
Lo arrugó con furia, y volvió a decir:
–¿Quién sigue queriendo este billete?
Las manos seguían alzadas.
–¿Y si hiciera esto?
Lo tiró contra la pared, lo dejó caer al suelo, lo maldijo, lo pisoteó, y una vez más, mostró el billete, ahora sucio y arrugado. Repitió la pregunta, y las manos siguieron levantadas.
–No olviden nunca esta escena –dijo el conferenciante–. Haga lo que haga con este dinero, continúa siendo un billete de 20 dólares. A menudo en la vida nos arrugan, nos pisan, nos maltratan, nos injurian; sin embargo, a pesar de ello, siempre seguimos valiendo lo mismo. (O)

Crédito de foto: @paulocoelho
Texto retirado de: La Revista

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