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domingo, 15 de noviembre de 2009

Enseñanzas del budismo Zen

Por Paulo Coelho 
El Alquimista

Como explica el Ming Zhen Shakya, el Zen es para el Budismo algo así como la cábala para el Judaísmo, la contemplación para el Cristianismo o la danza sufi para el Islam. Es la práctica mística de enseñanzas filosóficas o espirituales.
Muchas veces esta columna ha transcrito algunos de los textos clásicos de la escuela Zen. Pero, ¿qué quiere decir exactamente eso?
La escuela Zen nace en China, mezclando el budismo venido del Nepal con las tradiciones locales del maoísmo (que discutiremos en el futuro). Entre los años 700 y 1200, monjes que viajaron al Japón desarrollaron allí dos tipos de meditación basados en la postura física: el estilo Rinzai predica que todo ser humano puede alcanzar la iluminación si vive su existencia con respeto y sobriedad; mientras que el estilo Soto predica la importancia de un prolongado entrenamiento para que este objetivo sea alcanzado.

Para los maestros Zen, todos nosotros tenemos un conocimiento intuitivo de la razón de nuestra existencia. Por lo tanto, la mayor parte de las enseñanzas filosóficas o religiosas son solo maneras de provocar en el interior de cada uno el contacto con esta sabiduría que ya está allí enterrada debajo de muchas capas de  prejuicios,  culpas, confusión mental e ideas falsas respecto a nuestra propia importancia.

El budismo Zen –principalmente aquel que llegaría a ser elaborado a partir del estilo Soto– desarrolló una serie de técnicas para que el ser humano pueda llegar hasta esta paz y comprensión interior. Para nosotros, que tenemos una visión más occidental de la búsqueda interior, estas técnicas están profundamente relacionadas con las palabras de Jesús en el evangelio de San Mateo: “Cuando vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora para el Padre en secreto: y el Padre, que todo oye en secreto, te comprenderá”. El practicante zen busca un lugar tranquilo y allí se sienta en una posición en la que consiga mantener su equilibrio durante largo tiempo, pero sin tener la columna apoyada. Por esa causa la más conocida lo muestra con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas adelante, apoyadas sobre el sexo.

Algunos monasterios  en el Japón usaban una  almohada de cuero para elevar ligeramente el cuerpo y permitir una mayor circulación de sangre en las piernas.

A partir de allí, se debe procurar mantener la inmovilidad el mayor tiempo posible al tiempo que se obedecen algunas reglas simples. La cabeza debe permanecer inclinada hacia abajo, los ojos no han de fijarse en nada, pero tampoco pueden estar cerrados, para evitar la somnolencia. Se ha de observar la respiración, pero sin intentar alterar su ritmo, este debe ser lo más natural posible, ya que a medida que el zazen (nombre de la postura) progresa, la tendencia  es que las inspiraciones y expiraciones se hagan pausadas y lentas.

Por lo tanto, la idea central no es pretender controlar el pensamiento o las emociones ni buscar un contacto espiritual con Dios; todo eso llegará a su debido tiempo, a medida que nos calmamos.

Como la práctica del Zen es extremadamente simple, sin ninguna connotación religiosa o filosófica, ella nos ayuda, paradójicamente, a conectarnos mejor con Dios y a responder de manera inconsciente a nuestras dudas. La próxima vez que estés en tu casa sin nada que hacer y encontrando todo a tu alrededor aburrido y repetitivo, intenta sentarte en un lugar tranquilo, quedarte inmóvil y dejar que el mundo corra a tu alrededor
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Texto retirado de: La Revista

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