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domingo, 5 de junio de 2011

El alma y el corazón

Por Paulo Coelho

El Alquimista

Historias que alimentan

Es necesario amar, porque somos amados por Dios. Es necesaria la conciencia de la muerte, para entender bien la vida. Es necesario luchar para crecer, sin dejarse seducir por el poder que conseguimos de esta manera, pues sabemos que este no vale nada”.

Del excelente libro Historias del alma, historias del corazón (Christina Feldman y Jack Kornfield, Ed. Pioneira), seleccionamos algunas historias. Aquí vienen algunas de ellas:

Cuatro fuerzas

El padre Alan Jones dice que para la construcción de nuestra alma nos hacen falta las Cuatro Fuerzas Invisibles: amor, muerte, poder y tiempo.

Es necesario amar, porque somos amados por Dios. Es necesaria la conciencia de la muerte, para entender bien la vida. Es necesario luchar para crecer –sin dejarse seducir por el poder que conseguimos de esta manera, pues sabemos que este no vale nada. Por último, es necesario aceptar que nuestra alma –aunque sea eterna– está en este momento presa en la tela de araña del tiempo, con las oportunidades y limitaciones que esto implica. Por lo tanto, tenemos que actuar como si el tiempo existiese, hacer lo posible para valorar cada segundo.

Estas Cuatro Fuerzas no pueden abordarse como problemas que deben ser solucionados, pues son algo mucho más importante, y se sitúan fuera del alcance de cualquier control.

Tenemos que aceptarlas y dejar que nos enseñen lo que hemos de aprender.

Estoy de paso

En el siglo pasado, un turista norteamericano fue a El Cairo para visitar al famoso rabino polaco Hafez Ayim. El turista se quedó sorprendido al ver que el rabino vivía en un cuarto sencillo, lleno de libros, en el que las únicas piezas de mobiliario eran una mesa y un banco.

-Rabí ¿dónde están sus muebles? – preguntó el turista.

-¿Y dónde están los tuyos? –retrucó Hafez.

-¿Los míos? ¡Pero si yo estoy aquí solo de paso!

-Igual que yo –concluyó el rabino.

Convencer a los demás

Un profeta llegó en cierta ocasión a una ciudad para convencer a sus habitantes. En principio, las gentes estaban entusiasmadas con lo que oían. Pero, poco a poco, la rutina de la vida espiritual se reveló tan difícil, que todo el mundo fue alejándose, hasta que no quedó ni un alma para escucharlo.

Un viajero, al ver al profeta predicando solo, le preguntó:

-¿Por qué continúas exaltando las virtudes y condenando los vicios? ¿No ves que aquí nadie te escucha? 

-Al principio yo guardaba esperanzas de poder transformar a estas personas –dijo el profeta–. Si continúo predicando hasta hoy, es apenas para impedir que las personas me transformen.

Después de la muerte

El emperador mandó a llamar al maestro zen Gudo a su presencia.

-Gudo, he oído decir que eres un hombre que lo comprende todo –dijo el emperador-. A mí me gustaría saber qué es lo que ocurre con el hombre iluminado y con el pecador cuando ambos mueren.

-¿Y cómo podría saber yo eso?

-Pero, ¿acaso no eres un maestro iluminado?

-Desde luego, señor. ¡Pero no un maestro muerto!

Texto retirado de: La Revista

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