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domingo, 10 de julio de 2011

Aprender a sobrevivir

Por Paulo Coelho

El Alquimista

Lecciones de vida

“Si (la bebé jirafa) no aprende a levantarse inmediatamente cuando cae, nunca podrá disfrutar de la vida que se abre ante ella”.

Me encontraba en Buenos Aires, con la escritora venezolana Dulce Rojas. Discutimos sobre la idea de la paz, que últimamente se ha mantenido muy distante del corazón humano. Dulce me cuenta entonces la siguiente historia.

Un rey ofreció un gran premio para el artista que mejor retratara la idea de la paz. Muchos pintores enviaron sus trabajos, mostrando bosques al atardecer, ríos tranquilos, niños corriendo en la arena, arco iris en el cielo, gotas de rocío en un pétalo de rosa...

El rey examinó todo el material que le habían enviado, pero terminó seleccionando apenas dos.

El primero mostraba un lago tranquilo, espejo perfecto de las poderosas montañas y del cielo azul. Aquí y allá se veían pequeñas nubes blancas y, quien se fijase con cuidado, vería en el extremo izquierdo del lago una casita con la ventana abierta, y con su chimenea despidiendo humo, lo cual era señal de una cena frugal, pero apetitosa.

El segundo cuadro también mostraba montañas. Pero estas eran escabrosas, con sus picos abruptos y escarpados. Sobre las montañas, el cielo estaba implacablemente oscuro, y de las nubes cargadas salían rayos, granizo y una lluvia torrencial.

La pintura resultaba chocante frente al resto de los cuadros. Sin embargo, cuando se observaba el cuadro en detalle, se advertía en una grieta de una roca inhóspita, un nido de pájaro. Allí, en medio del violento rugir de la tempestad, acurrucada en perfecta calma, había una golondrina.

Al reunir a su corte, el rey eligió esta. Así explicó su elección: “La paz no es lo que encontramos en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro, sino lo que permite mantener la calma en nuestro corazón, incluso rodeado de las situaciones más adversas. Este es su verdadero y único significado”. 

Cómo aprende la jirafa
Mi generación fue (bien) alimentada con las biografías escritas por Irving Stone, que retrataban a hombres como Miguel Ángel, Van Gogh o Charles Darwin. Cuando le preguntaron si él veía algún vínculo que conectase a todas estas personas, Stone respondió: “La mayoría de ellos fueron atacados, derrotados, insultados y, durante muchos años, parecía que no llegarían a ningún lugar. No obstante, cada vez que rodaban por tierra, tenían la capacidad de levantarse e intentarlo una vez más. Los grandes genios son aquellos que nunca le dieron a su enemigo el poder de destruirlos”.

El comentario de Stone le hizo a un amigo acordarse de A View from the Zoo, un interesantísimo libro, en el que Gary Richmond establece paralelismos entre el comportamiento animal y el humano. Puede que una de sus más agudas observaciones sea la que describe los primeros momentos en la vida de una jirafa.

Para empezar, el bebé se precipita contra el suelo desde una altura considerable. La madre, con su largo cuello, se mueve un poco a un lado, y ve a su cría luchando para ponerse en pie. Inmediatamente, ella extiende su larga pata, propinándole un golpe no muy delicado a la jirafita, que sale rodando sobre sí misma. Esto se repite numerosas veces, hasta que, ya cansada, la recién nacida logra finalmente levantarse para ponerse a salvo.

En este momento, en lugar de mostrarse orgullosa, la madre presenta un comportamiento extraño: una vez más, patea a la cría, que cae y vuelve a levantarse, más deprisa. ¿Por qué? Ella quiere que su bebé aprenda rápido que va a vivir en un mundo lleno de depredadores.

Si no aprende a levantarse inmediatamente cuando cae, nunca podrá disfrutar de la vida que se abre ante ella.

Texto retirado de: La Revista

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