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domingo, 16 de mayo de 2010

El arte de escuchar

Por Paulo Coelho
El Alquimista

¡Imprescindible!


“No digas nunca ¡qué silencio! Di siempre: no estoy consiguiendo escuchar la naturaleza”.

El lenguaje del asno
El sabio Saadi, de Shiraz, caminaba por cierta calle junto a un discípulo cuando vio a un hombre intentando que su borrico echase a andar. Como el animal se negaba a moverse, el hombre se puso a insultarlo con las peores palabras que conocía.

-No seas bruto –le dijo Saadi -. El burro jamás aprenderá tu lenguaje. Lo mejor será que te calmes, y aprendas tú su lenguaje.

Una vez alejados, le comentó a su discípulo:
-Antes de iniciar una pelea con un burro, sea éste animal o humano, piensa bien en la escena que acabas de ver.

La corneta que alejaba a los tigres
Un hombre llegó a una aldea con una corneta misteriosa, de la que colgaban telas rojas y amarillas, cuentas de cristal y huesos de animales.
-Esta es una corneta que aleja a los tigres – dijo el hombre-. A partir de hoy, por una modesta cantidad diaria, la tocaré cada mañana, y estos terribles animales nunca os devorarán.

Los habitantes de la aldea, aterrorizados con la amenaza de verse atacados por un animal salvaje, estuvieron de acuerdo en pagar lo que pedía el recién llegado.

De esta manera transcurrieron muchos años, el dueño de la corneta se hizo rico, y se construyó un hermoso castillo. Cierta mañana, un muchacho que pasaba por el lugar quiso saber a quién pertenecía aquel castillo. Al conocer la historia, decidió acercarse a conversar con aquel hombre.
-He oído contar que usted tiene una corneta que aleja a los tigres – dijo el muchacho -. Sin embargo, lo que pasa es que no hay tigres en nuestro país.

Inmediatamente, el hombre convocó a todos los habitantes de la aldea, y le pidió al muchacho que repitiese lo que había dicho.
-¿Habéis escuchado bien lo que acaba de decir? –gritó el hombre, una vez que el muchacho terminó de hablar-. ¡Esta es la prueba irrefutable del poder de mi corneta!

Comprendiendo el silencio
El maestro sufí y su discípulo caminaban a través de un desierto africano. Al caer la noche, los dos montaron la tienda y se acostaron para descansar.

-¡Qué silencio! –comentó el discípulo.
-No digas nunca “¡qué silencio!”- respondió el maestro -. Di siempre: “no estoy consiguiendo escuchar la naturaleza”.

Matisse y Renoir discuten
Desde joven, el pintor Henri Matisse solía visitar semanalmente al gran Renoir en su taller. Cuando Renoir empezó a sufrir artritis, Matisse empezó a visitarlo a diario, llevándole alimentos, pinceles y pinturas, y cada día intentaba convencerlo de que trabajaba demasiado, de que necesitaba descansar un poco.

Cierto día, al darse cuenta de que a Renoir cada pincelada le hacía gemir de dolor, Matisse no logró contenerse:
-Gran maestro, tu obra ya es grande e importante. ¿Para qué seguir torturándose de semejante manera?
-Muy simple: la belleza permanece; el dolor termina desapareciendo.

Texto retirado de: La Revista

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