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domingo, 27 de junio de 2010

Devoción y transformación

Por Paulo Coelho
El Alquimista

La plena conciencia

La llave de la paz es la plena conciencia. Cuando bebemos un vaso de agua con absoluta conciencia de lo que estamos haciendo...

Dice Thich Nhat Hanh (Buda viviente, Cristo viviente): “En toda tradición religiosa existe una práctica de devoción, y otra de transformación. Devoción significa confiar más en nosotros mismos, y en el camino que estamos siguiendo. Transformación supone poner en práctica los retos que este camino nos impone.

Si alguien se dice: “quiero estudiar medicina”, esta frase ejerce una poderosa influencia en su vida, incluso mucho antes de tener que matricularse en una facultad. La persona percibe este paso como algo positivo, y quiere avanzar en esa dirección. Ocurre lo mismo en cualquier tradición religiosa.

Thich Nhat Hanh explica que la llave de la paz es la plena conciencia. Cuando bebemos un vaso de agua con absoluta conciencia de lo que estamos haciendo, comprendemos lo que significa la palabra “iluminación”: tener la visión clara en relación a alguna cosa.

Además de ser conscientes de nuestros actos, debemos ser responsables de lo que hacemos. Eso no tiene nada que ver con la preocupación.

Vamos a partir en dos la palabra preocupación: pre-ocupación. Es decir, ocuparse de algo antes de que ocurra. Intentar resolver problemas que aún no han tenido tiempo de manifestarse. Suponer que las novedades siempre se presentan de la peor manera posible.

Desde luego, hay muchas excepciones. El héroe de esta pequeña historia representa una de ellas:

Un viejo rey de la India condenó a un hombre a la horca. Nada más concluir el juicio, el condenado pidió:

-Su majestad es un hombre sabio, y curioso respecto a todo lo que sus súbditos son capaces de hacer. Respeta a los gurús, a los sabios, a los encantadores de serpientes, a los faquires. Pues bien: cuando yo era niño, mi abuelo me transmitió cierta técnica para hacer volar a un caballo blanco. No existe nadie más en este reino que sepa hacer tal cosa, así que mi vida debería ser respetada.

El rey ordenó inmediatamente que trajeran un caballo blanco.

-Necesito pasar dos años junto a este animal– dijo el condenado.

-Tienes dos años, pues– respondió el rey, ya medio desconfiado. Pero si el caballo no aprende a volar, serás ahorcado.

El hombre salió de allí con el caballo, más alegre que unas castañuelas. Cuando llegó a su casa, se encontró a toda su familia deshecha en lágrimas.

-Pero, ¿te has vuelto loco?– gritaban todos- ¿Desde cuándo alguien sabe en esta casa cómo hacer volar a un caballo?

-No os preocupéis– les respondió. Para empezar, nadie ha intentado nunca enseñar a volar a un caballo, y tal vez aprenda.

En segundo lugar, el rey está muy viejo, y podría morir en el transcurso de estos dos años.

En tercer lugar, el animal también puede morir, de manera que yo conseguiría otros dos años para entrenar a un nuevo caballo. Eso sin contar con la posibilidad de revoluciones, golpes de Estado o amnistías generales.

Y en todo caso, aunque todo continúe tal y como está, yo habré ganado dos años de vida en los que puedo hacer todo lo que me apetezca. ¿Os parece poco?

Texto retirado de: La Revista

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