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martes, 2 de junio de 2009

Los muchos rostros de Dios

El Alquimista

El hombre santo reunió a sus amigos: 

—Estoy viejo –les dijo.

—Y sabio –respondió uno de los amigos.

—Durante todo este tiempo, siempre te vimos rezando. ¿De qué hablas con Dios?

—Al principio, yo tenía el entusiasmo de la juventud. Le pedía a Dios que me diera fuerzas para cambiar la humanidad. Poco a poco, empecé a darme cuenta de que esto era imposible, y entonces empecé a pedirle a Dios que me diese fuerzas para cambiar a los que estaban a mi alrededor. Ahora, que ya soy viejo, mi oración es mucho más sencilla: le pido a Dios lo que debería haberle pedido desde el principio.

—¿Y qué es eso que le pides? –quiso saber el amigo.

—Le pido ser capaz de cambiarme a mí mismo.

No queda nada
Un novicio estaba en la cocina, lavando las hojas de lechuga para el almuerzo, cuando un viejo  monje –conocido por su rigidez excesiva, que obedecía más al deseo de autoridad que a la verdadera búsqueda espiritual– se le aproximó.

—¿Puedes repetirme lo que el superior del convento ha dicho hoy en el sermón?

—No consigo acordarme. Solo sé que me gustó mucho.

El monje se quedó estupefacto.

—Justamente tú, que tanto deseas servir a Dios, ¿eres incapaz de prestar atención a las palabras y consejos de aquellos que conocen mejor el camino? Es por eso que las generaciones actuales están tan corrompidas; ya no respetan las enseñanzas de sus mayores.

—Mira bien lo que estoy haciendo –respondió el novicio–. Estoy lavando las hojas de lechuga, pero el agua que las deja limpias no queda prisionera de ellas, sino que termina siendo eliminada por la cañería del fregadero. Del mismo modo, las palabras que purifican son capaces de lavar mi alma, pero no siempre permanecen en la memoria. No voy a estar recordando todo lo que me dicen  solo para probar  que soy culto y superior a los demás. Todo aquello que me  aligera, como la música o las palabras de Dios, termina guardado en un rincón secreto de mi corazón. Y allí permanece para siempre, saliendo a la superficie solamente cuando necesito ayuda, alegría o consuelo.

La ventana y el espejo
Un joven muy rico fue a ver a un rabino y le pidió un consejo que lo guiara en la vida. El rabino lo condujo hacia la ventana:

—¿Qué es lo que ves a través del cristal?

—Veo hombres pasando, y un ciego pidiendo limosna en la calle.

Entonces el rabino le mostró un gran espejo:

—Y ahora, ¿qué ves?

—Me veo a mí mismo.

—¡Y ya no ves a los otros! Fíjate que tanto la ventana como el espejo están hechos de la misma materia prima: el vidrio. Pero en el espejo, al tener este una fina capa de plata cubriéndolo, solo te ves a ti mismo. Debes compararte a estos dos tipos de vidrio. Cuando pobre, prestabas atención a los otros y tenías compasión por ellos. Cubierto de plata –siendo rico– solamente consigues admirar tu propio reflejo.

Texto retirado de: http://www.eluniverso.com/

3 comentarios:

  1. ...Paulo Coelho é perfeito,
    e sua sensibilidade em
    trazê-lo aqui foi magistral.

    que Deus lhe abençoe e guie
    sempre!

    bjbj

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  2. tiene buenas cosas este escritor, bueno! Besito

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  3. Me encanta Pablo Coelho y sus mensajes de vida que en cada narración pone, nos hace reflexionar sobre la importancia del amor, la amistad y la solidaridad que entre todos siempre debe prevalecer.

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