Existen en la Tierra desde mucho antes que los dinosaurios y han sobrevivido a varias catástrofes de extinción natural; sin embargo, hoy corren peligro. Quien contempla un tiburón en libertad, queda cautivado por su esbeltez y la sencilla belleza de sus movimientos. Obviamente que parte de lo excitante de nadar junto a un tiburón es ese miedillo antiguo, esa producción de adrenalina que el cuerpo segrega, por más que el cerebro le cuente que es más fácil morir de un accidente aéreo que entre las mandíbulas de un escualo. Pero justamente por eso Galápagos atrae a cientos de visitantes de buceo submarino. Ellos vienen no por sumergirse entre pecesitos tipo ‘Nemo’, de apariencia dulce e inofensiva, o por nadar entre corales de múltiples colores. Para eso está el Caribe o el gran arrecife de coral de Australia. Las islas no deben su fama precisamente a aquello, sino más bien a que aquí uno se puede dar el lujo de pasearse entre criaturas imponentes, ancestrales, y sin mayores riesgos.

¿Para qué sirve un tiburón?
Como principales depredadores  del océano sirven básicamente para mantener el equilibrio y la dinámica entre  las especies marinas. Alguien podría decir que sin tiburones habría más pescado  y todos seríamos felices. Sin embargo, ocurre que si se remueve al depredador  natural, los peces se multiplican, pero solo hasta cierto punto. Llega un  momento en que hay tanto pez que la comida no les alcanza, y a la larga, con la  excesiva competencia entre ellos, terminaría disminuyendo su población y  diversidad. Además, nos falta tanto por entender del mundo submarino, que quién  sabe qué otras catástrofes podrían ocurrir si nos quedáramos sin  tiburones.
Una cosa es segura, si arrasamos con los escualos de  Galápagos, habrá  menos turistas. Entonces, aquel 75% de la población que  depende de esta actividad tendrá que ir buscando otra fuente de ingreso.  ¿Por  qué terminar con el tiburón cuando representa una ventaja para la mayoría de los  habitantes de Las Encantadas más que para la minoría? Lastimosamente la pesca  ilegal del tiburón es un hecho. Un escualo se captura básicamente por sus  aletas, el resto del cuerpo, inerte y mutilado, regresa a las aguas, y no  alimenta a nada ni a nadie.
La mayoría de las aletas se exportan al Asia,  donde son consideradas material afrodisiaco y símbolo de bienestar económico. En  muchos restaurantes del Ecuador también se ofrece sopa de aleta. Cuesta entre 15  y 25 dólares. ¿A qué sabe? Pues, nada menos que a sopa de pescado, a exquisita  sopa de bagre, o de lisa, o de cualquier otro pez. ¿Vale la pena entonces,  devorar un animal que habita el planeta desde hace millones de años, cuando el  sabor que se conserva en los labios es solo gustillo a sopa de pescado? ¿O tal  vez existen personas a quienes les complace quedarse con sabor a exterminio en  el paladar?
Aquel que ingiere un pedazo de aleta de tiburón se está  comiendo, en al menos el 55% de las veces, a un animal que todavía no ha llegado  a reproducirse. Los tiburones son lentos en crecer, y únicamente cuando han  sobrepasado más de la mitad de su vida, alcanzan la madurez sexual. Al ser  asesinados antes de producir crías que los puedan reemplazar, como es el caso de  la mayoría de los tiburones capturados en Galápagos, su población disminuye  mucho más rápidamente.
Por veinte  años se ha pescado ilegalmente el tiburón en el archipiélago, veinte años que,  con la lentitud que crecen estas criaturas, nos tomará hasta cien años en  recuperar, y eso si terminara hoy mismo la pesca ilegal.
Por fortuna  existen quienes creen en el futuro del tiburón, y por tanto, en el futuro de  Galápagos. 
Un futuro con trabajo  digno y seguro. Un futuro gracias al tiburón. 
Texto retirado de: La Revista

 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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