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domingo, 17 de octubre de 2010

La sabiduría de los mayores


Por Paulo Coelho
El Alquimista
En la búsqueda de la verdad pueden haber muchos caminos. Y los descubrimientos se dan con los seres más inesperados.


El aprendiz de cazador
El viejo cazador de zorros –considerado el mejor de la región– finalmente decidió retirarse. Reunió sus pertenencias y pensó en dirigirse hacia el sur del país, donde el clima era más ameno. No obstante, aún no había terminado de empaquetar sus cosas, cuando recibió la visita de un joven.

-Quiero aprender sus técnicas –dijo el recién llegado–. A cambio, me ofrezco a comprar su tienda, su licencia de cazador, e incluso pagaré por cada secreto que usted conozca.

Al viejo le pareció bien: firmaron el contrato  y le enseñó al muchacho todos los secretos de la caza del zorro. Con el dinero recibido, compró una bonita casa en el sur, donde pasó el invierno entero sin tener que preocuparse en reunir leña para la calefacción, pues el clima era muy agradable.

Llegada la primavera, echó de menos su aldea y decidió volver para ver a sus amigos.

Una vez allí, se cruzó en la calle con el joven que, hacía algunos meses, había querido pagarle una fortuna a cambio de sus secretos.

-¿Y entonces? –le preguntó–. ¿Qué tal ha ido la temporada de caza?

-No he conseguido atrapar ni un solo zorro.

El viejo se quedó sorprendido y confuso:

-Pero, ¿seguiste mis consejos?
Con los ojos clavados en el suelo, el muchacho respondió.
-Bueno, la verdad es que no. Me pareció que sus métodos se habían quedado anticuados y acabé descubriendo –por mí mismo– una mejor manera de cazar zorros.

No se olvide de guardar la caja
El viejo había trabajado durante toda su vida. Al jubilarse, compró una finca –para que su hijo la administrase– y se propuso pasar el resto de sus días en el porche de la casa principal.

El hijo trabajó durante tres años. A partir de entonces empezó a enfurecerse.

-Mi padre no hace nada –les comentaba a sus amigos–. Se pasa la vida mirando el jardín  y deja que yo trabaje como un esclavo, para que pueda alimentarlo.

Un día  se propuso acabar con esta injusta situación: construyó una gran caja de madera, se acercó al porche y dijo:

-Papá, por favor, entra ahí.

El padre obedeció. El hijo puso la caja en su camión y se aproximó al borde de un precipicio. Cuando estaba a punto de dejarla caer, escuchó la voz de su padre:

-Hijo mío, puedes tirarme por el despeñadero, pero guarda la caja. Con el ejemplo que les estás dando, tus hijos, sin ninguna duda, también querrán usarla contigo. 

El Mirlo toma la decisión

Un viejo mirlo encontró una miga de pan  y salió volando con ella. Al verlo, los pájaros más jóvenes corrieron a atacarlo.
Ante el inminente combate, el mirlo soltó la miga de pan en la boca de una serpiente, diciéndose a sí mismo:
«Cuando uno está viejo, ve la vida de otra manera: perdí mi alimento, es verdad, pero mañana podré encontrar otra miga de pan.
»Sin embargo, si insistiese en llevarla conmigo, provocaría el estallido de una guerra en el cielo; el vencedor pasaría a ser envidiado, el resto se armaría para combatir contra él, el odio llenaría el corazón de los pájaros, y semejante situación podría prolongarse durante mucho tiempo”.

De las Enseñanzas diversas de Maktub se desprende: “La sabiduría de la vejez es esa: saber renunciar a las victorias inmediatas a cambio de conquistas duraderas”.

Texto retirado de: La Revista

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