La ceremonia del té
En Japón, participé en la conocida ceremonia del té.
Entramos en un pequeño cuarto. Admiramos el cuenco. Se sirve el té, y nada más sucede. Pero todo se realiza mediante un ceremonial único, en el cual una práctica cotidiana se transforma en un momento de comunión con el universo.
Okakusa Kasuko lo explica así:
“Esta ceremonia implica la adoración de lo bello y de lo sencillo. Todo el esfuerzo se concentra en el intento de alcanzar lo perfecto a través de los gestos imperfectos de la vida cotidiana.
Si un simple encuentro para beber té nos puede transportar hasta Dios, es bueno estar atento ante las otras decenas de oportunidades que el día a día nos ofrece”.
Pidiendo limosna
Como parte de su preparación, los monjes zen realizan una práctica conocida como takuhatsu: la peregrinación para mendigar. Además de ayudar a los monasterios que se mantienen con donaciones y de forzar al discípulo a ser humilde, esta práctica tiene aún otro sentido: purificar la ciudad en la que el monje se encuentra.
La explicación de esto es que, según la filosofía zen, el donador, el que pide, y la propia limosna, forman parte de una importante cadena en equilibrio.
El que pide actúa de tal manera porque lo necesita. Pero, de todas maneras, el que da también actúa así por necesidad.
La limosna sirve de conexión entre ambas necesidades y el ambiente de la ciudad mejora, ya que todos pudieron realizar los actos que tanta falta les hacían.
Culpando a los otros
Todos ya escuchamos alguna vez a nuestra madre diciendo algo así sobre nosotros: “Mi hijo ha hecho esto porque ha perdido la cabeza, pero, en el fondo, él es una persona muy buena”.
Una cosa es culparse por errores en los que actuamos sin pensar. En este caso, la culpa no nos lleva a lugar ninguno. Pero otra cosa muy distinta es perdonarnos por todo lo que hacemos. Actuando así, nunca seremos capaces de corregir nuestro rumbo. Mediante el sentido común, debemos juzgar el resultado de nuestras actitudes, en lugar de las intenciones que teníamos al realizarlas. En el fondo, todo el mundo es bueno, pero esto no interesa.
Dijo Jesús: “Por los frutos conoceréis el árbol”.
Dice un viejo proverbio árabe: “Dios juzga al árbol por sus frutos, no por sus raíces”.
El poder de la palabra
Entre todas las poderosas armas de destrucción que el hombre ha conseguido crear, la más terrible –y la más cobarde– es la palabra.
Los puñales y las armas de fuego dejan vestigios de sangre. Las bombas dañan la estructura de los edificios y las calles. Los venenos acaban siendo detectados.
Pero la palabra destructiva despierta el Mal sin dejar pistas. Los niños son influidos durante años por los padres, los artistas son criticados despiadadamente, las mujeres son sistemáticamente machacadas por los comentarios de sus maridos; a los fieles, aquellos que se juzgan capaces de interpretar la voz de Dios, los mantienen lejos de la religión.
Es bueno analizar si por acaso estamos utilizando esta arma, y si alguien está, asimismo, utilizándola contra nosotros. No podemos permitir ninguna de las dos cosas.
Retirado de: http://www.eluniverso.com/
http://www.eluniverso.com/2009/05/03/1/1380/16D6795DE6894AD1BBF3B98932D39310.html
Que bonita entrada, me dejas reflexionando con todo ello.
ResponderEliminarUn abrazo