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lunes, 18 de mayo de 2009

Antonio y Cathy


* El Alquimista
Una mendiga de Madrid
Caminaba yo por la Gran Vía de Madrid, cuando avisté a una señora bajita, de piel pálida, bien vestida, pidiendo limosna a todos los que pasaban. 

Al acercarme a ella, me rogó que le diese algunas monedas para un bocadillo. 
Como en Brasil las personas que piden algo siempre van con ropas viejas y 
sucias, resolví no darle nada, y continuar mi camino. Su mirada, sin embargo, me dejó una sensación extraña.

Fui al hotel, y de repente sentí un deseo inexplicable de regresar y darle una limosna a aquella mujer –yo estaba de vacaciones, acababa de comer, y tenía algún dinero en el bolsillo. Pensaba en lo humillante que debe ser estar en la calle expuesta a las miradas de todos, pidiendo.

Volví al lugar donde la había visto. Ya no estaba allí. Anduve por las calles próximas, y nada. Al día siguiente repetí la peregrinación, sin lograr encontrarla. A partir de entonces no conseguía dormir bien.

Volví a Fortaleza, hablé con una amiga, y ella me dijo que una conexión importante había dejado de tener lugar, y que debía pedirle ayuda a Dios.

Recé, y me pareció escuchar una voz que me decía que debía encontrarme con la mendiga una vez más.

Todas las noches despertaba llorando. No podía seguir así. Reuní algún dinero, compré otro billete de avión, y regresé a Madrid. Tenía que encontrar a la mujer.

Comencé una búsqueda sin fin, no hacía otra cosa que no fuera buscarla. Pero el tiempo pasaba y el dinero se agotaba. Fui a una agencia de viajes para cambiar mi billete de vuelta. Había decidido no regresar a Brasil mientras no lograra darle a la mujer esa limosna que en su momento le había negado.

Al salir de la agencia, tropecé en un escalón. Me caí hacia alguien: justamente la mujer que buscaba.

En un gesto automático, metí la mano en el bolsillo, saqué lo que llevaba, y se lo extendí a la mujer. 

Sentí una profunda paz. Le di gracias a Dios por este reencuentro sin palabras, por esta segunda oportunidad.

Después de aquello, regresé a España varias veces. Sé que no volveré a toparme con ella. Pero cumplí lo que mi corazón me estaba pidiendo.

Cathy y las explicaciones
Durante una conferencia en Australia, Cathy se me aproxima.

-Siempre creí que tenía el don de la cura, pero nunca me atreví a usarlo con nadie. Un día, mi marido sentía un fuerte dolor en la pierna izquierda. No había nadie cerca para ayudar, así que decidí, muerta de vergüenza, ponerle las manos sobre la pierna y pedir que el dolor desapareciese.

Actué sin creer que sería capaz de ayudarlo. De repente, lo oí rezar: “Permite, Señor, que mi mujer sea mensajera de tu luz, de tu fuerza”, decía él. Mi mano empezó a calentarse, y los dolores pasaron enseguida.

Después le pregunté por qué había rezado de esa manera. Él respondió que no recordaba haber dicho nada. Hoy soy capaz de curar, porque él creyó que era posible.

http://eluniverso.com/2009/05/17/1/1380/829DC7155B754F75B1DC6DFC95E88DB7.html

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