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domingo, 23 de agosto de 2009

El proceso creativo

Por Paulo Coelho 
El Alquimista
La misión del artista se convierte en el objetivo primordial para todos los seres humanos.

Todo proceso creativo, ya sea la literatura, la ingeniería, la informática –e incluso el amor– sigue siempre un mismo patrón: el ciclo de la naturaleza. 

a) Brisa del campo: en el momento en que se levanta la tierra, el oxígeno penetra donde antes no lo conseguía. El campo cobra un nuevo rostro, la tierra que estaba encima ahora está debajo y lo que estaba abajo se transformó en superficie. Este proceso de revolución interior es muy importante, porque, de la misma forma que el nuevo rostro de aquel campo verá la luz del sol por primera vez y se deslumbrará con ella, una revaloración de nuestros valores permitirá ver la vida con inocencia y sin ingenuidad. Así, estaremos preparados para el milagro de la inspiración. Un buen creador debe estar siempre cavando en sus valores y nunca aceptar sin más aquello que cree entender.

b) La siembra: toda obra es fruto del contacto con la vida. El hombre creador no se puede encerrar en una torre de marfil; necesita estar en contacto con los demás y compartir su condición humana. Nunca va a saber de antemano cuáles serán las cosas importantes en el futuro, de modo que cuanto más intensa sea su vida, más posibilidades tendrá de encontrar un lenguaje original. Le Corbusier decía que “mientras el hombre quiso volar imitando los pájaros, nunca lo consiguió”. Pasa lo mismo con el artista; aunque sea un traductor de emociones, el lenguaje que está traduciendo no es totalmente conocido por él y si intenta imitar o controlar la inspiración, nunca llegará adonde quiere. Necesita permitir que la vida sea como el campo fértil de su inconsciente.

c) La maduración: existe un tiempo donde la obra se escribe sola, con libertad, en el fondo del alma del autor, antes de que este se atreva a manifestarla. En el caso de la literatura, por ejemplo, el libro está influyendo en el escritor, y viceversa. Es a ese momento al que el poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade se refiere cuando dice que nunca debemos intentar recoger los versos que se pierden, ya que no merecían ver la luz del día. Conozco a gente que durante la maduración está tomando compulsivamente notas de todo lo que pasa por su cabeza, sin respetar lo que está siendo escrito en el inconsciente. El resultado es que las notas, fruto de la memoria, terminan perturbando los frutos de la inspiración. El creador necesita respetar el tiempo de gestación, aunque sepa que, al igual que el agricultor, solo posee un control parcial de su campo, ya que está sujeto a la sequía o a las inundaciones. Sin embargo, si sabe esperar, la planta más fuerte que resistió a las intemperies saldrá a la luz con toda su fuerza. 

d) La cosecha: es el momento en que el hombre va a manifestar en un plano consciente aquello que sembró y dejó madurar. Si lo recoge antes de tiempo, la fruta estará verde, si lo recoge después, la fruta estará podrida. Todo artista sabe reconocer la llegada del momento; aunque algunas preguntas no hayan madurado suficientemente en él y ciertas ideas no estén todavía claras y cristalinas, estas van a organizarse a medida que se desarrolle la obra. Sin miedo y con disciplina, él entiende que es preciso trabajar de sol a sol, hasta completar su trabajo. 

¿Y qué hacer con los resultados de la cosecha? De nuevo, miremos hacia la madre naturaleza: ella lo comparte todo con todos. Un artista que quiera guardar su obra para sí mismo, no está siendo justo con lo que recibió del momento presente ni con la herencia y las enseñanzas de sus antepasados. Si dejamos el grano en el granero, terminará por pudrirse, aunque haya sido cosechado en el momento oportuno. Cuando la cosecha termina, llega el momento en que es necesario compartir, sin miedo ni vergüenza, su propia alma. 

Ésta es la misión del artista, por más dolorosa o gloriosa que sea.

Traducción: Diego Chozas Ruiz-Belloso

Texto retirado de: La Revista


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